El destino no es una obviedad

Patti Smith orienta recuerdos y recorre la vida que compartió con Robert Mapplethorpe. “Éramos unos niños” abandona la infancia de una jovenzuela sensible, fanática de Dylan y Brian Jones, para explorar los años neoyorquinos de una pareja improbable, sin recursos económicos ni contactos, que terminaría ganándose un lugar en el Olimpo del arte.

Actualizado: 23 de setiembre de 2010 —  Por: Miguel Ángel Dobrich

El destino no es una obviedad

Sin datos (Todos los derechos reservados)

“Fue el verano en que murió Coltrane. El verano de ‘Crystal Ship’. Los hippies alzaron sus brazos vacíos y China hizo detonar la bomba de hidrógeno. Jimi Hendrix prendió fuego a su guitarra en Monterrey. AM radio retransmitió ‘Ode to Billy Joe’. Hubo disturbios en Newark, Milwaukee y Detroit. Fue el verano de la película Elvira Madigan, el verano del amor. Y en aquel clima cambiante e inhóspito, un encuentro casual cambió el curso de mi vida. Fue el verano en que conocí a Robert Mapplethorpe”.

Éramos unos niños es más que el libro de memorias de Patti Smith, la poetisa y cantautora que suele ser catalogada como la “madrina del punk”. Es el registro de una época, de una escena artística y urbana que ya no existe en los Estados Unidos. Es un proyecto de amor; es la extensa carta de despedida de Smith a Robert Mapplethorpe, uno de los mayores fotógrafos americanos que falleció de Sida en 1989. Como cómplice, amante y, luego amigo, Mapplethorpe fue esencial en la vida y en la obra de Patricia Lee Smith. Él fue quien la fotografió para la portada de Horses, el primer álbum de Patti y, por supuesto, en Dream of Life. Lo cierto es que su relación fue simbiótica, a pesar de la humildad con la que se compone y se ubica Smith: ella también fue esencial en la vida y en la obra de Mapplethorpe.

Just Kids, así es el título original de la obra, es un proyecto en el que late la historia. No sólo la historia de una desgarbada mujer de Chicago que sería poeta y cantautora y un potencial artista plástico de Queens que se convertiría en uno de los mayores fotógrafos del siglo XX. Late la Historia, con mayúscula. Smith se nutre de los beat para narrar, con detalle y ritmo, con hambre descriptiva, años de LSD y anfetas. Años en los que el mundo parecía cambiar a la velocidad del Plancha. En menos de 300 páginas, el lector penetra a Estados Unidos por Nueva York, por la Gran Manzana, una ciudad que estaba viva, sucia, que era peligrosa, estimulante. Por las calles de la urbe que hoy musicaliza Jay-Z, caminaban Gregory Corso, Allen Ginsberg, Diane Arbus, Jonas Mekas, Dalí y Lennon, por nombrar a unos pocos ciudadanos ilustres.

Sin descuidar los detalles que la llevaron a ser una artista, Smith pasea al lector por la Factoría, el hotel Chelsea, el balazo a Warhol por parte de Valerie Solanas, Woodstock, el simultáneo y contradictorio culto a Charles Manson, las muertes de los íconos del rock de 27 años o el asesinato de Sharon Tate.

En la prosa de Patti Smith no hay bebop ni glamour. Ok, late la gran “el mundo fue mágico”. Posiblemente lo haya sido por esos años. Pero a no desenfundar: Éramos unos niños no es un proyecto que paralice. Sus páginas no fosilizan, invitan a crear a medida que se narra el despertar de dos artistas que estaban destinados a no ser pareja. La nueva joyita de Lumen es devorable; es perfecta: por el texto y por las fotos.

Éramos unos niños

Lumen

294 páginas