—Señor, ¿se puede saber qué está haciendo? —pregunta una de las mujeres que trabaja de noche en la seguridad del Correo.
—¡Cómo no! Estoy poniendo una baldosa donde había un agujero. Faltaba una acá, ¿vio?. Y a veces cuando falta una, la gente empieza a levantar las de al lado. Con sólo colocar una, se puede salvar toda una vereda.
— Ah sí. En eso tiene razón, sí. Disculpe pero soy de seguridad y tengo que saber qué hace acá.
—Está muy bien. Yo le estoy contando. ¡Y que conste que lo hago gratis, eh! ¿Le gusta esta?
— Está linda sí. Disculpe que le haya preguntado pero es mi trabajo.
La señora se retira para informar del diálogo a su compañero de tareas, que la espera en la puerta. Seguramente se queden hablando de ese hombre que sale por el barrio con dos baldes negros, unas cuantas herramientas y una pila de cerámicas de colores.
Odín no es su nombre de verdad, pero el autor del proyecto baldosero prefiere que su nombre no salga en la prensa. “No quiero entrevistas. De hecho tengo amigos en los medios que me han querido hacer notas, pero no quiero”, dice y explica que la idea lo “atomiza”.
En la noche calurosa, una vecina saca a su perro Toribio al último paseo del día. Y para ella es casi normal encontrarse al “baldosero” del barrio.
— Ya le dije que eso es mucho lujo para acá…
— No se crea. Mire esa de ahí enfrente... Esa ya tiene más de dos semanas y no la han arrancado todavía —responde Odín, que disfruta y provoca todo posible intercambio con la gente.
No es un artista pobre de perfil bajo, como cualquier prejuicioso podía suponer. Es un cincuentón de buena presencia, que está haciendo una tesis de maestría en desarrollo local y que eligió vivir en la Ciudad Vieja después de andar bastante por el mundo. No es un artista "clásico" y tampoco es pobre, aunque lo fue.
Nació en un rancho de La Unión. Como a los 20 años se metió en la Comunidad del Sur. ¿Sabés lo que es, no?, pregunta. Y contesta solo: una comunidad de anarcos que había en aquella época, la misma época en que integró una banda de rock y se dejó el pelo largo.
En el 76 emigró. Primero a Brasil, después a Venezuela y por último a Estados Unidos. En Nueva York empezó trabajando en una cantera donde cargaba piedras y terminó en un cargo gerencial de un canal de TV latina.
Asegura que no es rico, pero que tiene lo suficiente para regalarse una buena calidad de vida. Dice que tuvo “la sabiduría de saber parar”. Y despojado de la necesidad de trabajar para vivir, Odín se embarca en proyectos artísticos o comunitarios, o ambas cosas a la vez.
¿Por qué baldosas?
“Me gusta moverme como pez en el agua donde yo quiero”, dice. A veces pinta, a veces saca fotos, a veces escribe... El proyecto de las baldosas nació como complemento a uno de escritura. La idea era colocar las baldosas en distintos lugares y luego escribir un cuento de ficción inspirado en los ambientes donde las ponía y en las propias baldosas. Pero la realidad lo hizo cambiar el rumbo.
Él había hecho un inventario ordenado de las que iba colocando, con sus respectivas ubicaciones, pero se las empezaron a sacar en las refacciones de cañerías, por ejemplo. De modo que el proyecto se reconvirtió. Ahora quiere llegar al centenar de baldosas colocadas (hay unas 50 en este momento) y después encarar otro que él llama “invasión de peces a Ciudad Vieja” y que viene pensando hace mucho.
Mientras hace su tesis sobre el barrio Conciliación, aprende Photoshop, se ejercita en el yoga o da talleres en barrios marginales de Caracas, Odín piensa en otras cosas para la calle. Le molesta la "idea latinoamericana" de que lo público no es de nadie. “Hay que apropiarse de las cosas para mejorarlas”, dice.
Antes quería buscar la coherencia en su vida. Ahora se acepta de intereses múltiples y siente que tiene mucho para dar. Pero como no se anda con chiquitas, se le ha dado por atacar los caminos de la vida rutinaria.
De vez en cuando hace carteles para las paradas y pone “Cuidado con el”, luego dibuja un “ovni” y abajo escribe la palabra “bus”. Y desde hace un año está en este proyecto de salpicar las veredas con cuadrados de colores, acaso como pequeña sorpresa para los que andan de cabeza gacha.