Cuando rezarle a Dios se vuelve la única esperanza

Ya pasaron más de dos años del terremoto en Haití. Sin embargo, ciento de miles de haitianos todavía viven en campos de refugiados, sin comida ni agua. Sólo tienen carpas y cartones para dormir. Muchos le piden a "Dios que se meta en la cabeza de alguna ONG o del presidente" para que se acuerden de que todavía están ahí. Emiliano Zecca, en Haití.

Actualizado: 06 de octubre de 2012 —  Por: Emiliano Zecca

Cuando rezarle a Dios se vuelve la única esperanza

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Más de la mitad de los 5.330 millones de dólares prometidos por donantes para la reconstrucción de Haití, luego del terremoto de enero de 2010, ya han sido distribuidos, según Naciones Unidas.

Para el presidente haitiano, Michel Martelly, se necesita más asistencia financiera. Según dijo a CNN, se precisan 12.000 millones de dólares porque hasta ahora el dinero se utilizó para cuidar y alimentar a la gente, pero no para la reconstrucción.

Los principales edificios de gobierno todavía hoy están en ruinas y los ministerios de Economía, Defensa y Educación funcionan en carpas.

En las calles de Puerto Príncipe, se pueden ver los campos de refugiados desparramados en distintos puntos de la ciudad. Lucen sus carpas hechas de lonas blancas y azules, sostenidas con palos de madera. Adentro no hay nada más que ropa amontonada y cartones para dormir. El piso es de tierra y piedra.

La gente asegura que ya nadie se acuerda de ellos, ni el gobierno, ni las ONG.

En el barrio Cité Soleil (Ciudad del sol), en las afueras de Puerto Príncipe, está el campo Carpeta Verde. Ahí la gente vive entre la basura, sin agua y sin comida. Los niños llaman "blancos" a los extranjeros y sólo piden comida.

Uno de los que vive allí es Ricky, que habla español y, según cuenta, "cuando pasó el terremoto hubo mucha ayuda, pero un mes después no llegó nada más". "Acá hacemos todo, hasta las mujeres embarazadas paren. Cuando pasó el ciclón Isaac por acá todo se desbarató y solo nos consiguieron más lonas. Nadie nos trae comida ni agua. Tampoco nos hablaron de otras viviendas. Esperamos que Dios, algún día, se meta en la cabeza de alguna organización o del presidente que siempre pasa por aquí para ir a la zona turística. Creo que algún día nos podrá ayudar, no sé", dice.

Campo Carpeta Verde

Las lonas fueron llevadas por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que trabaja en Haití con los campos de refugiados.

Según datos de este organismo, la cifra de residentes en campamentos para desplazados en Puerto Príncipe y sus alrededores está en el entorno de las 421.000 personas. Hay quienes sostienen que las cifras son mayores y que habría cerca de un millón de refugiados todavía.

También, muchos refugiados fueron realojados gracias a un programa de alquileres. El terremoto del 12 de enero de 2010 dejó a cerca de 1,5 millones de personas sin hogar y se cobró la vida de otras 300.000.

Un caso emblemático es lo que pasó al lado del aeropuerto de Puerto Príncipe, que antes tenía un gran campo de refugiados al lado. El presidente, Michel Martelly, decidió realojar a esa gente e hizo una plaza flamante en su lugar, con faroles, calles nuevas y vereda; cosas que no se ven en la mayor parte de la ciudad.

Una gran mayoría de quienes todavía viven en los campos de refugiados, antes del 12 de enero alquilaban casa, pero luego del terremoto no pudieron conseguir vivienda y todo se les hizo cuesta arriba.

En Haití el sueldo mínimo son 200 gurdes, unos cinco dólares. Esto se logró este año después de una gran discusión parlamentaria, ya que antes eran 70 gurdes, 1,75 dólares al día. El sector informal del mercado laboral está compuesto en su mayoría por mujeres, que junto a la agricultura constituyen 96% de la clase trabajadora.

Niños que juntan botellas para salir a vender

En los campos también hay muchos niños, como Wendy, de trece años. Él acaba de terminar la Primaria, pero su madre no tiene medios para pagarle la secundaria. "Después del terremoto empezamos a vivir en carpas, no tenemos comida ni agua. No tenemos casa para dormir, me gustaría que los otros países me ayudaran a mí, a mi madre y a mi escuela", dice.

Wendy (a la derecha) junto a su madre y hermanos

Como Wendy hay muchos niños más, que dejaron de ir a la escuela porque no pueden pagarla. En Haití el 85% de las escuelas son privadas y el costo promedio de la matrícula por cada niño es de 120 dólares al año. Por eso es muy difícil mandar a los hijos a la escuela o por lo menos a todos, ya que son familias numerosas.

Después del terremoto, había 500.000 niños por fuera del sistema escolar, según un relevamiento del Banco Interamericano de Desarrollo.

Ni siquiera los profesores que viven en los campos pueden hacer algo, a pesar de sus buenas intenciones. "Yo sé hablar español, hay gente que sabe hablar inglés, otros que hablan francés. Hay profesores, nosotros queremos enseñarle a los niños lo que sabemos, pero no tenemos ayuda. Si tuviéramos un pizarrón y una tiza lo haríamos, pero no tenemos ni eso", dice Ricky.

Según datos de Organización Panamericana de la Salud, los servicios de salud en Haití llegan a 60% de la población. Existen 371 puestos de salud, si se cuentan los 217 centros de salud y 49 hospitales. Se estima que 40% de la población depende de la medicina tradicional, principalmente en la zona rural.

Campo en Burdon

En el medio del barrio Burdon, que es una zona de nivel socioeconómico alto, hay otro campo. Está ubicado entre mansiones que parecen fortalezas, con muros altos y seguridad en las puertas.

Uno de los que vive allí es Pierre, junto a sus hijos y su esposa. Él estudia gestión en las ONG, dice que sabe cómo funcionan y cree que muchas no han gastado lo que han dicho en Haití. "Vienen con todos los empleados y usan la plata para pagarle a ellos. La plata que viene del país se va con ellos, por eso no ayuda lo que tiene que ayudar. No se invierte acá, porque con todo el dinero que entró a Haití, no tendría que estar la gente viviendo en estas cosas, debería al menos tener una casa para poder vivir", afirma.

A pesar de todo, el hijo de Pierre es capaz de regalar esta sonrisa