Denise Mota

Rolezinho

Brasil vive otra oleada de manifestaciones que, esta vez, tocan lo que se podría pensar como una “etapa 2” del accidentado pero positivo proceso de crecimiento que vive el país, ahora impulsado directamente por el aumento e ingreso de la clase C al mundo de los vivos –es decir, en clave realista, el mundo de los consumidores.

Actualizado: 22 de enero de 2014 —  Por: Denise Mota

Desde el fin del año pasado, jóvenes de la periferia de San Pablo (en su mayoría entre 14 y 20 años) vienen coordinando “rolês” en shoppings. La jerga es ya bastante veterana (me acuerdo de haberla aprendido de mi primo carioca cuando aún pasaba vacaciones en la zona norte de Rio, en los años 90: el funk de la ciudad aún no tenía la fuerza que tiene hoy y lo más parecido a eso en términos de sonoridad era lo que se podía escuchar en los bailes de “charm”, en las favelas). Se trata de una expresión de uso corriente en las zonas carenciadas de Rio y San Pablo, y que se refiere a “vueltas”, “paseos”… “vou dar um rolê” es “voy a dar una vuelta”.

El “rolê” comúnmente no tiene destino preciso. Puede ser una vuelta en la manzana o tomarse tres ómnibus para llegar al otro lado de la ciudad. Pues la moda que empezó el año pasado entre estos jóvenes pobres, que no tienen shoppings (ni clubes, ni tiendas de onda, ni cines) cerca de su casa, es la de hacer “rolês” masivos, arreglar encuentros por Facebook en un shopping x, a tal hora y a tal fecha.

El “rolê” que desencadenó el espanto y, en algunos casos, la furia y un flagrante desubique de sectores aparentemente democráticos en Brasil fue el del shopping Itaquera (zona este de San Pablo, en donde se construye en este momento el “Itaquerão”, estadio que recibirá la apertura del Mundial en junio). El día 8 de diciembre, seis mil jóvenes se encontraron allí. Como si fuera un crimen entrar en un lugar de compras, se convocó la policía y las tiendas cerraron una hora y media antes. Una semana después, 22 personas fueron detenidas, sin que hubiera evidencias de hurto, después de haber entrado en el shopping Internacional de Guarulhos (cerca del aeropuerto internacional de San Pablo).

A ejemplo de lo que pasó con las protestas de junio –cuando los “quilomberos” (en palabras del gobernador del Estado de San Pablo, Geraldo Alckmin) pasaron a “manifestantes” apenas después de que quedara evidente el grado mayormente pacífico de la movida y la injustificable violencia policial desde el vamos–, acá también la represión llegó antes de cualquier otra cosa.

Lo de “etapa 2” viene de que, si a mediados del año pasado jóvenes y adultos de clase media “salidos de USP”, como se dijo irónicamente (para referirse a los egresados e integrantes de la Universidad de San Pablo, uno de los más importantes centros de reflexión y formación del país), eran los que hacían las protestas, esta vez son los “planchas” los que toman en sus manos la tarea de dejar evidente que “a gente não quer só comida/a gente quer comida, diversão e arte”, para citar a la trillada pero oportuna canción de los Titãs (“Comida”).

En junio se protestaba en contra de la descomunal inversión del Estado para albergar una fiesta de FIFA de la que la mayoría de los brasileños estará excluida. Estadios millonarios erguidos al lado de hospitales precarios. “Queremos escuelas y sistemas de salud patrón FIFA”, decían los carteles. Los “rolezinhos” son la “etapa 2”, más avanzada en complejidad, profundidad y autenticidad, de esa amplia, preocupante pero sumamente necesaria convulsión/ebullición/reflexión por la que Brasil viene pasando, a regañadientes. La clave es la misma: cómo integrar a gente que se cansó de esperar callada y que ahora tiene herramientas para exigir lo que es suyo por derecho.

Dejemos a un costado, por ahora, los episodios delictivos que tuvieron lugar durante las manifestaciones de los “20 centavos”, así como ahora también se multiplican con los “rolezinhos”. Al criminalizar una salida masiva de jóvenes, el Estado abre espacio para que criminales de verdad actúen y confundan (y se confundan con) la multitud. Muy conveniente, vale decir, para los dos lados (el del Estado y el de los criminales).

Los “rolezinhos” son, en esencia, encuentros de gente que está creciendo con un poder adquisitivo más grande que el de sus padres (no por esto gigante pero que les permite comprar un “champión de marca en cuotas”, como se puede leer en testimonios de estos jóvenes) y que quiere ir al shopping, a la meca de consumo por excelencia, para… ¡consumir! “El plan es dar unos besos en unas minas y comer en el McDonald´s”, explicaba otro en las muchísimas notas que los diarios brasileños sacan todos los días para tratar de explicar (y entender) el fenómeno.

Los organizadores son “popstars” en sus comunidades y tributarios de otro fenómeno cultural, el del “funk ostentación”, formado por cantautores pobres que vienen ascendiendo al cantar sus hits en fiestas de barrio. En los funks, anécdotas de una vida (inventada o verdadera) de ascensión social, en donde mujeres tetonas, collares de oro y autos importados son la regla. “El funk ostentación dio a los jóvenes de las favelas otro modelo en el que inspirarse, sin ser el del narcotraficante. El joven ve que puede ascender de otra manera, no por el crimen”, dicen las celebridades de este nuevo mundo que muchos no quieren ver, gente como Boy do Charme, MC Guime y MC Dede, en el interesante documental “Funk Ostentação”, de Renato Barreiros. En distintos “rolezinhos”, los participantes entonaban funks de este estilo.

Algunos dueños de shoppings lograron obtener autorización judicial para “seleccionar” quiénes pueden entrar en los establecimientos. Otros aumentaron sus fuerzas de seguridad. Otros cierran sus puertas más temprano cuando se enteran que hay “rolezinhos” convocados para el día. Otros obtuvieron autorización para, de ahora en más, imputar multa de R$ 10 mil (alrededor de 100 mil pesos) a cada participante de los encuentros.

En las redes sociales, heridas que algunos creíamos estar cicatrizando mejor (como la intolerancia racial y el prejuicio social) se muestran más que abiertas. En uno de los ejemplos más comentados y evidentes de la incapacidad de comprensión del fenómeno por parte de representantes de la intelligentsia nacional, el senador Aloysio Nunes Ferreira, del opositor PSDB (partido del ex presidente Fernando Henrique Cardoso), llamó de “cavalões” (caballones) a los jóvenes que integran estos eventos.

Lo que empezó como una moda adolescente con un dejo de travesura y provocación (obviamente, cualquiera en la periferia sabe que su presencia no es ni esperada ni bienvenida en el oasis de bienestar del universo pudiente) se vive claramente ahora como lucha de clases.

Hay una multiplicidad de “rolezinhos” definidos para los próximos días en distintas ciudades. Para el primero de febrero se está gestando un “rolezinho nacional”. Estas “vueltas” son una señal inequívoca de la falta de una integración en serio en el país. Y también una invitación a hacerlo. Brasil vive el desafío de armonizar de verdad –no apenas en las comedias televisivas, siempre con núcleos de ricos y pobres tan naturalmente ensamblados— los desniveles sociales, económicos y culturales ensanchados por siglos. Esa masa informe tiene cada vez más cara y voz. Come, trabaja. Incluso consume. Y va por más.



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