Joel Rosenberg: Antes de saludar a la invitada, voy a leer un fragmento de “La culpa es mía. Biografía inconclusa de Tabaré Rivero”, libro de Federico Ivannier, que dice así: “Mónica se presentó a ensayar. En su primer ensayo, por imposibilidad o nervios, se resbaló y se cayó. Se abrió un pequeño tajo en la ceja derecha. Todo por pánico escénico. Mejor dicho, pánico al ensayo. Sin embargo, esto no afectó ni su buena disposición ni la buena imagen que generó en todos. Tabaré no dudó en ofrecerle que integrara la banda. Corría diciembre del 1997 y le dijo: 'Mirá, tenemos que ir a tocar a Artigas en una semana. Aprendete todas estas canciones'. Y Mónica -que Tabaré aprendió después, nunca le decía que no a nada- le respondió: 'Sí'. Y cuando llegaron a Artigas, el 21 de diciembre de 1997, día del debut oficial de Mónica, por supuesto que no se sabía los temas. Ni de cerca”.
Ese cuento fue muy bueno porque pasé tanta vergüenza... Imaginate que estás en tu primer ensayo. Cuando me pongo nerviosa, me da que soy medio cachorra. ¿Viste que los perros tiran las patas para todos lados?
Claro, más torpe.
Y salí diciendo: “¡Chau! ¡Hasta luego!”. Y me fui corriendo, me tropecé y me di contra el filo de una puerta por lo que, después, sangraba. Muchísima vergüenza.
Miguel Ángel Dobrich: Hay otra anécdota sobre un toque en el que tenés que cantar en portugués. También le dijiste que sí a Tabaré, que te ibas a aprender las letras en portugués. Cuando fueron a cantar, tampoco la sabías.
Canté en alemán (risas).
A raíz de todo esto, nos preguntamos, ¿seguís con el gatillo encima? Si te proponen una misión imposible, vos decís: “más bien, para adelante”.
Sí, obvio.
¿Y eso es por optimismo o por no saber decir que no?
Creo que por las dos cosas. Tengo serios problemas con esto de decir que no. Por eso, hago terapia (risas). Pero también, por optimismo, porque siempre creo que lo voy a poder hacer. Claro, después está el resultado.
Igual, siempre se habló muy bien de tus resoluciones. Se dice: “le buscó la vuelta, funcionó y fue muy efectiva". Así que, ha servido el optimismo.
En el primer toque de La Tabaré en Rivera eran unos 20 temas. Yo laburaba nueve horas en una oficina. Entonces, no me daba el tiempo para aprendérmelos. Primero, que tengo muy mala memoria. A eso hay que sumarle los nervios de que era la primera vez que iba a estar con La Tabaré. Llegaba de trabajar, le metía toda la onda pero, obviamente, no pude. Si sumaba todos esos ingredientes, el cóctel, daba un resultado, igual, dudoso.
A grandes rasgos, de aquel entonces a ahora, ¿qué cosas han cambiado en tu carrera?
Básicamente, creo que ninguna. Siempre tomo que todo fue una continuidad de cosas que se van dando como la vida misma. Yo podría decir, ¿qué diferencias tengo ahora respecto a cuando era adolescente? Obviamente, voy a tener una cuantas como las arruguitas, pero básicamente soy la misma que se fue modificando con las cosas que le fueron sucediendo.
Joel Rosenberg: Esas modificaciones, ¿mejoraron en algo tu canto?
Por momentos sí y por otros no. Lo que yo amo de este momento es que con el tango aprendí qué era ser un intérprete y qué cosa era cantar. Yo entiendo que mientras estuve en La Tabaré cantaba. Me divertí como loca, pasé divino. Pero, con el tango, descubrí qué era contar un cuento. Y también, está la mano que te da el teatro. No hay diferencia entre un actor y un cantante
Miguel Ángel Dobrich: ¿Te imaginabas como solista?
Sí, claro. Desde chiquita cantaba en el baño y me imaginaba vestida con plumas, tipo Village People. Habían estrenado “No paren la música” y yo soñaba con globos blancos que caían. Era así como muy pop.
¿Qué te pasa cuando cantás?
Hay algún momento, muy pocas veces -y detesto que sean tan pocas- donde por alguna extraña cosa se abre una puerta en el pecho y parece que, en ese momento, te alinearas con todo y comprendieras todo lo que está sucediendo. Es tan asquerosamente fugaz... Si lo querés buscar no aparece. Además, empezás a ser una imitación a lo que vos serías en ese momento. Entonces, mi juego dentro de la cabeza es no querer ser como yo sería en ese momento.
¿Cómo te definirías como cantante? ¿Tolerás escucharte?
Sí, claro. Fue parte de un entrenamiento también. Al principio me pasaba que decía: “¡Ay, Dios Mío!”. Porque, en general, no soy una buena cantante. Para mi, una buena cantante es, por ejmplo, Sarita Sabah o Samantha, que tienen unas voces... O Rossanna Taddei, que vos decís “¿¡Chau! ¿¡Qué está haciendo esta mujer demente!?”. Yo no soy una buena cantante pero me puedo administrar con lo poco que tengo. Entonces, diría eso. O no, a veces no me administro ni ahí (risas).
En broma, ya hemos afirmado varias veces que Uruguay es el tercer país con más mujeres cantantes del mundo. Sabemos que sos argentina, por supuesto, pero te has desarrollado de algún modo acá. ¿Como te llevas con tus pares? ¿Quiénes son tus amigas del palo?
Samantha es una. Con ella siempre bromeamos y decimos que somos hermanas musicales porque, por alguna extraña razón, nos confunden. Hace unos meses un amigo me invitó a un boliche. Los dueños del lugar se pusieron contentos con que fui. Nos dieron champagne y estuvimos tomando. Cuando está terminando la noche, me dicen los dueños “vení cuando vos quieras” y me pidió mi celular. Mientras anotaba el nombre, me preguntó: “Samantha, ¿va con h?”. Y le dije “no soy Samantha, soy Mónica”. Pero gracias, Samantha por todo el champagne que nos diste (risas). Nos matamos de la risa. Y Samantha siempre me hace cuentos al revés.
La carrera solista, Mónica. Hace tiempo la venís llevando con éxito. Pero, ¿hace cuánto tiempo podés vivir de la música?
Bueno, en verdad, sólo de la música, no me sostengo. Siempre digo que en este laburo lo que te sostiene es el multiempleo. Me pasa esto a mi y a todos mis compañeros de grupo. La música te abre puertitas a otros lugares que, sumados más sumados, es igual a sobrevivo con esto. Sería imposible vivir solamente con el dinero que nos da tocar.
¿Esos lugares están relacionados con la música?
Sí, bueno, por ejemplo ahora estoy haciendo "Blister" en Tv Ciudad, que este año también se vuelve a repetir. Voy a tener otro programa más este año que va a ser sobre tango.
Joel Rosenberg: Participaste de una película también, ¿verdad?
Sí, creo se va a estrenar a fines de este año. Se llama “Zanahoria”. Entonces, esa suma de cosas que son, a su vez, una demencia, porque uno va corriendo de un lado para el otro, es un resultado que me da mucha alegría porque pude dejar de laburar de ochocientas setenta mil cosas que no tenían que ver con la música o con la actuación.
Miguel Ángel Dobrich: ¿Das clases?
Daba clases. Amo profundamente darlas. Soy docente de alma. Yo soy casi profesora de educación especial para ciegos, por lo que tengo la docencia por ahí dando vueltas. Me encanta pero el año pasado y este suspendí un poco. Es tan importante para las clases poder brindarle al otro continuidad y me di cuenta que yo eso no se los podía dar porque ando corriendo de un lado para el otro. Entonces, dejé porque no estaba serio laburar así.
¿Cómo sigue tu vínculo con Argentina?
Es profundo. En Buenos Aires vive mi vieja, mi hermana, mi cuñado, mi sobrino y tengo una tía. Después, el otro grueso grande de mi familia vive en Corrientes. Mi mamá tiene ocho hermanos. Es una familia grande, con muchos primos. Tantos, que a algunos no los conozco. Es más, una vez me enamoré de uno sin saber que era mi primo. Como en las telenovelas pero posta. Llegué a mi casa y le dije a mi madre: “Mamá, no sabés qué divino fulanito”. Ella me responde: “Mónica, es tu primo”. Le dije: “¿Primo cómo? ¿Primo segundo?” Y me contestó: “¡No! ¡Primo hermano!” ¡Socorro! (risas).
En tu familia, ¿escuchaban tango y milonga?
Sí, mi viejo era súper tanguero. La familia por parte de mi viejo es chiquita. Él tenía un sólo tío que tenía una orquesta muy conocida de tango. Entonces, el tango siempre estaba dando vueltas. Mi viejo conocía a todo el mundo. Siempre me hacía cuentos de que había conocido a Julio Sosa y que lo llevaba a "upa" a él. Cuando él era chiquito, mi abuelo y mi tío abuelo, lo llevaban a los cabaret y salían a dar vueltas con la orquesta que, en ese momento, laburaban un montón.
Joel Rosenberg: Era donde más se laburaba
Totalmente. Mi viejo hacía cuentos tan divinos porque, desde sus ojos de niño, él veía todo aquello como con una cosa de asombro, le impresionaba.
Miguel Ángel Dobrich: ¿Crees que hay diferencias entre cómo se relaciona el uruguayo medio con el tango y la milonga en referencia a los argentinos?
Creo que estamos en sintonía total. Por ahí, lo que empezó a suceder en Argentina es que, de alguna manera, la gente joven empezó a vincularse antes con el tango en esta generación nueva. Hay mucha gente haciendo muchas cosas. También, tiene que ver con la cantidad de gente que hay en Buenos Aires. Porque acá también se hacen muchas cosas de tango pero me parece que empezamos un poquitito después de cuando empezó esta última movida tanguera en Buenos Aires.
Tu carrera de cantora, ¿cómo se proyecta hacia Argentina?
Yo no soy mucho de proyectar pero, a su vez, proyecto. Es como cuando salgo a correr que digo “estoy súper agotada” pero quiero llegar hasta el palito que está allá. Me doy cuenta que si miro mucho el palito no manejo mucho la energía porque quiero llegar rápido. Entonces, como decía, proyecto pero no proyecto. Además, tengo 45 años y ya no tengo muchas ganas de ponerme ansiosa. No me dan muchas ganas, aunque también me pongo (risas).
Joel Rosenberg: El recital del 22 de marzo en la Sala Zitarrosa es a beneficio
Estuvimos haciendo giras y anduve en Colonia. Allí conocí a una periodista que se llama Laura Mignone, que tiene un programa en la radio, y ella también es ex paciente oncológica. Me comentó que estaba trabajando para una campaña que se llama “Todos por un criostato” con la gente del Rotary Club de Colonia, porque en el Hospital de Colonia no hay criostato. El criostato es una especie de microscopio que, en el momento de la operación, congela tejido que se sacó de la operación y permite estudiarlo rápidamente para que el anatomopatólogo decida cosas importantes con el cirujano en el mismo momento. Si dicen “ el tumor es horrible”, lo sacan todo. O “está todo bien, no pasa nada”. Resuelven muchas cosas en el momento de la cirugía.
Lo que se recaude se donará para tratar de llegar a comprar uno para el Hospital de Colonia.
El 100% de las entradas, inclusive el 30% que, habitualmente, queda para la sala va para esta causa. Jorge Schellemberg, director de la Sala Zitarrosa, dona ese porcentaje. Es decir, que la entrada que vayas a pagar es toda para el Hospital de Colonia. Y la idea es comprar un criostato que sea portátil para que puedan coordinarse operaciones en el block quirúrgico de Colonia, Juan Lacaze, Rosario y Carmelo.
El año pasado se emitió el documental “Ellas, el peluquero y el cáncer” donde participas y el periodista Álvaro Carballo hace las entrevistas. No sos sólo tú, hay tres mujeres más y el peluquero es Heber Vera. Pero el centro del documental, que le recomiendo a la gente que mire, es un peluquero. Eso era extrañísimo y resulta sumamente interesante cuando uno lo escucha. Contanos sobre Heber Vera.
Es súper conocido pero nunca había tenido una relación cercana con él. Me pareció tan cra, tan profesional en su laburo, en cómo encara a cada una de las mujeres que llegan a su peluquería porque están en quimioterapia y quieren una peluca nueva porque desean verse bárbaras. Tiene todos los piques, es casi un médico. Les dice “¡Ah! Si tiene (determinado) tipo de tumor, son cuatro quimios y para afuera”. Maneja mucha información. Es una persona que se ha interesado sobre el tema y sobre hacer sentir bien y acompañar a quienes están en ese proceso. En un momento del documental dice que cómo puede ser que un peluquero tenga una clienta X y que ella le dice “voy a perder mi pelo” y que el peluquero no la acompañe a verlo, que es quien le va a hacer la peluca. Eso habla del corazón que tiene. Hay algo importante, no sólo en el tema cáncer, sino en general, y es la red. Es decir, en algún momento, hermanos, nos vamos a caer y hay otro que te va a bancar y está bueno pensar que uno también puede ser parte de ese hilo. Eso fue lo lindo de conocer a Heber y entender su cabeza.
En el documental, contás una historia que sucede habitualmente de mucho sufrimiento, llanto, encierro. Pero hay un momento del quiebre. Ese momento tú lo viviste con alegría porque tenés que salir de vuelta con la banda, hacer giras. La peluca tenía nombre, ¿verdad?
Sí, se llamaba Cristóbal (risas).
Tus compañeros de la banda le hablaban a Cristóbal.
Totalmente. Eso era lo más. Cuando terminaba el toque, me venía a saludar gente y me venían a abrazar y se me corría la peluca. Entonces, Mariana de Orta, nuestra sonidista, tenía una frase que era: “Moni, tengo un temita” y venía y me acomodaba la peluca (risas). Era el código para avisarme que se me había corrido. También, una vez estábamos en Rocha y yo estaba en el cuarto. Abro la puerta y veo que viene Joaquín caminando por el pasillo y le tiro la peluca encima (risas). Él le saltaba encima y gritaba “¡No! ¡No!”. Esas cosas eran súper sanadoras porque nos podíamos reír juntos de Cristóbal, que ahora debe andar por alguna cabeza nueva. Cuando dejé de usarla, se la di a las chicas de Dame tu mano que juntan pelucas para que otras mujeres las puedan usar. Así que, quién sabe por qué cabeza andará Cristóbal.