Especial

"Inútil decir más"

Por Nausícaa Palomeque.

Actualizado: 12 de mayo de 2009 —  Por: Especial

- ¿Cómo te gustaría morir?

- Ya

Así contestó Idea Vilariño en el cuestionario Proust, publicado en El Espejo Proust, en 2005.

Se murió cuatro años después, el 28 de abril, con 88 años. Idea Vilariño fue poeta, ensayista, docente de literatura, traductora y una de las voces líricas más potentes del Uruguay, quizá la mejor.

“No son obsesiones, son certezas. Todo se acaba, el amor, la vida, el mundo. Esa es la verdad última”, había sentenciado en el documental Idea, sobre su vida y su obra, dirigido por Mario Jacob. Esa certeza fue una constante en sus poemas y en sus escasas declaraciones públicas, de las que siempre se alejaba.

Su primer libro de poemas, La Suplicante, fue publicado en 1945. Su obra no es ajena a su tiempo, marcado por el nazismo, la experiencia de las guerras mundiales, el holocausto, las bombas atómicas... Un mundo inhóspito que se quedó sin asideros, sin dios, sin razón y sin coherencia.

“Una pasión honesta y unas ganas/ unas vulgares ganas/de seguir/ fue simplemente eso”.

En ese contexto surge la obra de Idea Vilariño, signada por el sentimiento existencialista y la conciencia crítica propia de los intelectuales uruguayos de su tiempo, que conformaron la llamada generación del 45.

“Qué asco/ qué vergüenza/este animal ansioso/ apegado a la vida”.

Idea fue una intelectual profundamente escéptica, dura, agobiante. Su pesimismo nunca se permitió distracciones, no pudo reír, no pudo ser ingenua no pudo ser frívola, ni siquiera se permitió el cinismo. Por eso su muerte parece un alivio, después de ver muerte en todos lados, después de dedicarle toda su obra y acecharla hasta el cansancio.

“Cada tarde se cierra/ hermosamente muere/ y cada uno/ ¿cada uno?/ admira la hermosura y sabe/ ¿sabe?/ que es una más que muere/ una más que se acaba/una más que se pierde /una más que ya nunca/una más/ una menos”.

Leerla, por supuesto, no es una tarea sencilla. Cada verso golpea duro, nunca hay palabras de aliento, ni frases complacientes ni consuelo.

Así lo describió Fernán Silva Valdés en una carta- poema que le dedicó, en 1955: “Sus poemas me gustan como si no me gustaran y los paladeo con gesto de pocos amigos. (…) habría que ponerles papeles diarios doblados para que no nos molestaran”.

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“Morirse y no morirse / Y estarse triste repartiendo adioses / Moviendo /Adiós / Apenas / El pobre corazón como un pañuelo”.

Es la muerte del amor, es la muerte del cuerpo y es el absurdo de todo. Esa es la única certeza, absoluta, dolorosa, y, a veces, -y quizá por ello- es casi bella.

“Es negra para siempre. /Las estrellas /los soles y las lunas / y pingajos de luz diversos / son pequeños errores / suciedad pasajera /en la negrura espléndida/sin tiempo/silenciosa”.

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“¿Qué haría yo con mi poesía, con mi visión nihilista y escéptica en medio de una revolución?”, preguntó Idea en la entrevista publicada en Marcha. Y ella misma dio la respuesta: “Uno es más que su posición metafísica, hay otras cosas que cuentan: el dolor por la tremenda miseria del hombre, el imperativo moral de hacer lo posible, uno no puede evitar ver el dolor, no puede rehuir el deber moral”.

El pesimismo no la alejó de la ética ni del compromiso. En un mundo con pocos relatos, Idea concilió una extraña mezcla: el profundo escepticismo que la alejó del mundo y la encerró en su casa, y la convicción política y el amor al prójimo, que la hermanó con los otros.

“Por qué no volará en cien mil pedazos/ esta escoria volante este puñado/ de tierra y de dolor”.

Sus versos denuncian la injusticia y celebran la libertad; ése es su compromiso, no el optimismo.

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“Hoy el único rastro es un pañuelo/ que alguien guarda olvidado/ con sangre semen lágrimas/que se ha vuelto amarillo/ Eso es todo”.

Ni el amor ni el sexo son una experiencia plena, ni siquiera un consuelo. Al contrario, son una vivencia dolorosa, que develan la única certeza: la esencial soledad, el paso del tiempo y el final de todo.

La muerte se percibe y se escudriña en el amor, tanto, que se vuelve la vivencia más intensa y dura de sus textos.

“Si pudiera morir/si me muriera/si este coito feroz/interminable/peleado y sin clemencia/ abrazo sin piedad/ beso sin tregua/alcanzara su colmo y se aflojara/ si ahora mismo/ si ahora/entornando los ojos me muriera”.

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En los primeros versos, en Poemas Anteriores (1940-1944) el pesimismo se dice con un estilo grandilocuente, de cuño romántico y modernista.

“A orillas del amor, del mar, de la mañana, / en la arena caliente, temblante de blancura,/cada uno es un fruto madurando su muerte”.

Pasan sus libros y su poesía es cada vez más limpia. Su lenguaje se despoja y logra una expresión cada vez más breve y coloquial. Como si la retórica molestara, las imágenes decorativas desaparecen, hay pocos adjetivos, pocas metáforas, cada vez hay menos exclamaciones. Como si tuviera que hablar sin distracciones.

Y en esa sencillez y en el detalle más cotidiano Idea logra la expresión más esencial y brutal. Así lo dice en Ya no, que le dedicó a Juan Carlos Onetti.

“no viviremos juntos/ no criaré a tu hijo/ no coseré tu ropa (...)/ No volveré a tocarte/No te veré morir.”

El sinsentido, el vacío, la muerte de todo están presentes en todos sus versos. La vida, el deseo, incluso la poesía, son un afán absurdo, inútil, para evadir el paso del tiempo y el aniquilamiento.

Absurdo e inútil como un disco viejo que gira sin sentido, sin fuerza para terminar, ni siquiera, de decir un verso.

“Como un disco acabado / Que gira y gira y gira / Ya sin música / Empecinado y mudo / Y olvidado / Bueno / Así”.

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“Tal vez no fue vivir este estar silenciosa / y despiadadamente al borde de la angustia / y este terco sentir debajo de su música / un silencio de muerte, de abismo a cada cosa / (…) tal vez no era pensar la fórmula, el secreto/ sino darse y tomar, perdida, ingenuamente”.

La lucidez de su poesía no es un gesto de valentía, no es desafío, no es soberbia. Es una experiencia cruel, desgarradora, un deber ser que asume con resignación. Es una experiencia que atemoriza y se afronta con el balbuceo de una niña asustada.

“Lejano infancia paraíso cielo / Oh seguro seguro paraíso / no quiero oh no quiero madre mía / No quiero ya no quiero no este mundo/ No quiero ya no quiero/ La sucia sucia sucia luz del día”.

En todos sus poemas hay una voluntad tozuda, una necesidad ética, casi física de decir la verdad, una verdad que habla de desarraigo, de soledad y de un impulso inútil por la vida. Esa lucidez y esa mirada serán las que le devuelva el espejo, para reconocerse, con piedad.

“Pensaré no me gusta o pensaré/ que esa cara fue la única posible / y me diré ésa soy ésa es idea/ y le sonreiré dándome ánimos”.



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