Especial

No es una broma

Por José Rilla.

Actualizado: 21 de mayo de 2009 —  Por: Especial

Gatillo fácil, aunque detallista y bien montado es el segmento de Gran Cuñado que vemos en la televisión de la mano de Marcelo Tinelli. “Los políticos”, así en bolsa, son un blanco accesible en cualquier sociedad contemporánea en la que reine la libertad de expresión. Su exposición mediática es extrema, sus errores se aumentan y simplifican, y sus aciertos se desvanecen (a menudo hasta que llega la parca). Dada la naturaleza de su papel en la sociedad, y del origen que ese papel tiene, puede afirmarse que ningún otro oficio debe enfrentar tanta exigencia pública. Los militares, los médicos, los maestros, los empresarios, los artistas, los intelectuales y los universitarios no rinden cuenta afuera de sus corporaciones. Los políticos, en cambio, pagan duro su condición. Está bien. Pero nada es muy grave porque casi todo se olvida. Una fugacidad que favorece la irreverencia, la liviandad, la impunidad incluso, es parte del espectáculo cuyas reglas no todos los participantes terminan de aprender.

El propio Tinelli que no es un político es blanco fácil, en esta orilla de los ríos más que en aquélla. Queda bien decir que no lo vemos y odiarlo es un bollo: manipula, utiliza a la gente, trivializa, grita, “erotiza a los niños”, abusa de “la adrenalina” como le gusta decir a la ilimitada Moria. Es fácil, acá que casi no hay tele de entretenimiento ni de ficción, sentarse a pontificar, hablar en nombre de la gente para protegerla porque es estúpida…

Me aburre un poco Tinelli, que hace esas cosas horribles y vaya a saber qué más; cuando me cansa lo apago. Pero difícilmente encontremos, en los últimos treinta años, alguien que haga televisión como él, que se apoye en la pujanza empresarial y técnica que hay en Argentina, tanto como en una tradición de la cultura popular que viene de la calle, la farándula y el fútbol, los mejores nidos de la idolatría.

El Gran Cuñado, más aun que TVR, es un espectáculo de autoflagelación pocas veces visto. Puede sustentarse, como muchos espectáculos, en la complicidad que suspende la realidad, a la que se vuelve cuando se apaga la luz. Pero es difícil, en este caso, sustraer la sátira de la política, de la política misma. El matrimonio presidencial ha quedado vapuleado, los gobiernos de turno, nacional o provincial, llevados a una imagen misérrima, los piqueteros, los sindicalistas, los estadísticos de las cuentas públicas, todos mafiosos, todos sospechados, todos precedidos por patovicas que son reales pero actúan en el show. Hay aquí una celebración de la miseria humana, de la moral pública desfondada que no llega sin embargo a ser denuncia. Es una siembra tóxica, que obviamente devolverá cosecha tóxica.

Pudo uno ver, años pasados y en el mismo programa, la incorporación de códigos mafiosos satirizados y aceptados: Sofovich presentado por la música de El Padrino, festejado en esa condición pero finalmente transformado en Gerardo, con final feliz de casamiento, como en las telenovelas. Pero el Gran Cuñado va más lejos, no hay casamiento purificador posible. Recrea fragmentos de una política infantil y facciosa como lo ha sido la argentina y se los muestra sin piedad a televidentes - ciudadanos que deliran de euforia y están a semanas de un acto electoral real. Va más lejos porque todos saben que el actor que hace de D’Elía y repite “te odio, te odio, te odio puta oligarquía” representa una parte de sí mismos, a la que aman y están dispuestos a repudiar, si cuadra. Va más lejos en la autoflagelación porque no esconde la miseria, sin que mostrarla suponga, ni por un instante, el inicio de un camino inverso, enaltecedor. No es una broma para video match.



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