Diego Muñoz

El negocio de la violencia

Esta vez, como casi nunca antes, los violentos de la tribuna quedaron solos y expuestos.

Actualizado: 07 de noviembre de 2014 —  Por: Diego Muñoz

En la previa al clásico, irracionales de Peñarol y Nacional amenazaron y atacaron la casa de algunos jugadores. El martes de noche fueron los de Peñarol que pintaron un muro frente a la casa de Nicolás Prieto y mandaron cartas a Gastón Pereiro y Carlos De Pena. Un par de madrugadas más tarde los de Nacional, como si necesitaran igualarse en el desquicio, atacaron la casa de Fabián Estoyanoff en Atlántida.

Sin embargo hay algo bueno y bastante más importante. A diferencia de otros momentos, esta previa la violencia quedó limitada a esas actitudes incomprensibles pero puntuales. Y ese es el hecho a destacar. No fueron parte de la violencia previa ni dirigentes ni jugadores.

Ellos, que durante mucho tiempo fomentaron el clima violento con sus declaraciones previas, esta vez estuvieron medidos y sensatos.

Porque limitar la violencia en el fútbol a las barras bravas es, cuando menos, tomar de manera ingenua solo una parte de la realidad .

En Uruguay las hinchadas fueron bien vistas al comienzo. Lejos de la denominación actual de barras bravas eran locos lindos que llevaban bombos y cantaban todo el partido. A comienzos de los 80 compartían la tribuna Ámsterdam en los clásicos, los hinchas de Nacional contra la Olímpica y los de Peñarol contra la América.

Cuando comenzaron las peleas se intentó pararlas con un cordón policial que no sirvió. La convivencia se hizo insostenible y la solución fue separar a las hinchadas. Los parciales del local ocuparían la Ámsterdam y los visitantes la Colombes. Con los años quedaron fijas la Ámsterdam para Peñarol y la Colombes para Nacional por recomendación policial.

Pero la violencia de las barras no se terminó. Entre otras cosas porque los barras convivieron y conviven con los directivos, quienes por miedo o conveniencia le dan entradas, le pagan sueldos o le consiguen trabajos aunque se manifiestan en contra de ellos.

La relación es ambigua y contradictoria, tanto como el discurso de los medios. De nada sirve golpearse el pecho diciendo "queremos que se termine la violencia" si el micrófono se usa para generarla.

El argentino Alejandro Dolina analizó el tema con una mirada realista y crítica.

“La violencia proviene de un odio. Si no, no habría tiros ni piedras. No sé si es hijo de la competencia pero es un odio. Y ese odio es fomentado. Es evidente que ese odio produce mucho dinero que no se produciría si no existiese”, analizó.

Dolina habla de un doble discurso porque por más que desde los medios de comunicación se manifiesten contra la violencia los mensajes son opuestos a ese discurso. Si se instala “un espíritu tremendista con respecto a la actuación de los jueces” y a la importancia de los partidos se pregunta “cómo no van a suceder cosas violentas”.

“Si usted le está diciendo a la gente que eso tiene mucha importancia, muchísma, si lo eleva a una cuestión nacional y después le pide que no le tire un ladrillazo al réferi es un evidente doble mensaje”, dice Dolina.

“Ante eso no se puede hacer nada, pero menos caer en la inocencia de decir que esto lo vas a curar poniendo vigilantes a la salida del estadio. Si hacés del fútbol una cuestión nacional, de orgullo, decisiva, de honor y se va a armar. Cuando estalle un conflicto tendrá la envergadura que le das a la cuestión. Si son vitales serán vitales y si son baladíes serán baladíes. Nadie se mata por un partido de bolita y sí de fútbol”, analiza el argentino.

Para Dolina “es necesario” que los medios actúen así porque “si no existiera ese encono la industria montada alrededor del fútbol se resentiría muchísimo” por lo tanto “la violencia es el precio que hay que pagar”. Ante esto el comunicador pide que no se cometa la “hipocresía” de decir que preocupa la violencia en el fútbol.

Ojalá que la actitud puntual que tuvieron antes de este clásico dirigentes, técnicos y jugadores, la mantengan de aquí en adelante. Y ojalá que los periodistas analicemos un poco más las palabras de Dolina antes de hablar de violencia.



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