Diego Muñoz

¿Qué sería de Dios sin el diablo?

“Tengo un cielo y un infierno que se alimentan mutuamente. ¿Te imaginás qué sería de Dios sin el diablo, pobre? Se iría a un fondo de jubilados, tendría que retirarse”. La definición de Eduardo Galeano es perfecta para contar lo que pasa cuando juegan entre sí los grandes en el fútbol uruguayo.

Actualizado: 03 de noviembre de 2015 —  Por: Diego Muñoz

¿Qué sería de Dios sin el diablo?

adhoc ©Pablo Vignali/Javier Calvelo

Un domingo de clásico no es un domingo cualquiera. Y, para buena parte del pueblo futbolero, los días previos tampoco. Pocas semanas en Uruguay se viven con tanta intensidad como la previa a un clásico. Hablan del partido los oficinistas, los parroquianos, los taximetristas.

Los medios informan hasta el mínimo detalle de cada entrenamiento, especulan sobre las estrategias, teorizan respecto de las alineaciones, adelantan el nombre del árbitro.

Con la misma veracidad de un niño que afirma no haberse comido el caramelo que falta, los dirigentes dicen que no les preocupa quién sea el juez al mismo tiempo que presionan sobre la designación del que prefieren. Luego, en otro estadio de la presión, desean que el elegido no cometa errores.

El día del partido las radios comienzan sus previas varias horas antes. En las puertas de las concentraciones se instalan móviles que acompañan el ómnibus con los equipos y cuentan cuánta gente sale a la cancha a saludarlos.

Cuando llegan los planteles, los movileros le entregan el testigo a los vestuaristas, que narran cómo descienden los futbolistas, si vienen escuchando música, si se sonríen o están serios y, con suerte, sacan un “estamos bien”.

Es parte de un folklore que lleva décadas y que se repite de forma religiosa ante cada Nacional-Peñarol. Pero la verdad está en la cancha.

Cuando el domingo salgan a jugar el partido más importante del fútbol uruguayo Peñarol será primero y Nacional segundo a dos puntos. Ellos y solo ellos definirán el título. No queda ningún equipo capaz de perturbarlos en la tabla de posiciones del Apertura.

Pocos podían presumir que Nacional se desmoronara como lo ha hecho en las últimas dos fechas, contra dos rivales que venían demasiado abajo en la tabla y que tenían objetivos muchos más modestos. Pero ha sucedido.

El estilo que le ha intentado imponer Munúa al equipo está clarísimo desde el primer día. Juego de posesión, cuidado del balón, búsqueda de los espacios. Pero esa puesta en escena precisa de actores capaces de agitar la rutina. Y eso cada vez resulta más infrecuente. El Tricolor se ha olvidado de las áreas, no defiende en la propia ni pisa con frecuencia la adversaria, los mediocampistas quedan en inferioridad e impotentes y las soluciones individuales no han aparecido. Se ha vuelto un equipo rutinario, despersonalizado, que padece ante cualquier rival que tenga un poco de paciencia. Ausente desde hace tiempo el juego, en sus últimos partidos también perdió el ingenio y la creatividad y su técnico tampoco ha acertado a la hora de los cambios.

Tan cambiante como el fútbol mismo ha sido el andar de Peñarol en este torneo. Lo empezó mal, fue capaz de enderezarse, recibió una goleada desestabilizadora ante River y de nuevo se levantó. El mismo recorrido que el equipo ha hecho Pablo Bengoechea, quien estuvo varias veces al borde del abismo y siempre logró sobreponerse.

La irregularidad en los resultados es hija de lo inconstante que ha sido el juego. Hasta ahora el gran mérito ha estado en la capacidad de respuesta ante situaciones límites. Y eso no es poco. Siempre que estuvo en una instancia decisiva, sin margen de error, Peñarol sacó la cabeza. Esa virtud de superar la adversidad ha sido el rasgo distintivo de un equipo que toma la forma de acuerdo al rival, a la cancha, a la circunstancia.

Si bien en varios deportes las estadísticas son de vital importancia, porque permite sacar conclusiones incontrastables, en el fútbol tienden a ser más decorativas. Apenas pueden aportar una visión del juego. Ni hablar el inútil aporte en un deporte colectivo de datos tales como que cuando juega determinado jugador su equipo gana o que cuando marca un gol tal otro su equipo no pierde.

Ambos han recibido 14 goles en los 11 partidos jugados hasta ahora.

Nacional ha tenido problemas muy notorios en defensa. Cuando la pareja de centrales fue Sebastián Gorga y Diego Polenta, la que jugará el domingo, esas dificultades se han disimulado un poco mejor. Pero nunca ha tenido seguridades por los laterales. Las últimas muestras han sido Sud América y Racing.

El rombo que utilizó Munúa contra Sud América dejó demasiado indefenso a Gorga, quien aquella tarde jugó como lateral, ya que Rodrigo Amaral no siente la función de marca y está poco habituado a retroceder por el extremo.

Cuando rearmó el medio con Gonzalo Porras y Santiago Romero para enfrentar a Racing, el que sufrió fue Alfonso Espino por el otro costado a pesar de que, en teoría, Mathías Abero se debería recostar mejor para ayudar al lateral.

Peñarol también ha tenido sus mayores inconvenientes defensivos por los laterales. Con Guillermo Rodríguez para complementar a Carlos Valdez, el mejor del fondo, el equipo ha ganado en determinación e intensidad pero ha perdido velocidad. La tendencia a subir de Matías Aguirregaray y de Diogo Silvestre le da a los rivales espacios importantes para que ataquen el arco de Gastón Guruceaga.

El equipo está más resguardado cuando juegan juntos Nahitan Nandez y Sebastián Píriz. Nandez es un jugador de recorrido y esa misma condición lo lleva al desorden con demasiada frecuencia mientras que Píriz, mucho más posicional, ha levantado en los últimos partidos en el rubro que más ha padecido: la entrega del balón.

De los 25 goles de Nacional en el Apertura ocho ha marcado Iván Alonso y seis Sebastián Fernández. El dato demuestra cuál es la importancia de la dupla.

Peñarol hizo 24 y el goleo ha estado más repartido. Los cuatro de Luis Aguiar, goleador junto a Diego Ifrán, y los dos de Matías Aguirregaray evidencian que el carbonero tiene mayor capacidad de rompimiento desde atrás hacia delante.

A ello hay que sumarle la enorme posibilidad del remate de afuera que aporta Diego Forlán, decisivo en los últimos dos partidos, algo de lo que Nacional carece.

Ambos intentan jugar con la pelota, aunque Peñarol es más camaleónico y si el partido lo exige saltea el medio sin rubores. Nacional, con sus irregularidades, siempre apuesta a salir con Esteban Conde y a avanzar en bloque.

En cualquier caso, ninguno tiene la pelota como un mal necesario y ambos, con irregularidades, intentan cuidar las formas a la hora de atacar.

En un partido de alta tensión habrá que tener especial consideración por los detalles. Estos serán decisivos a la hora de explicar el resultado. Una distracción, una jugada a balón parado bien ejecutada, los controles y pases, la comprensión del juego, pueden modificar el resultado.

El domingo terminará también de manera especial. Algunos escucharán los relatos, mirarán las imágenes, leerán las crónicas. Otros se esconderán donde puedan y repasarán el partido en su cabeza hasta el otro día. Cuando empiece el segundo tiempo en la oficina, en el bar, en el taxi. Porque también un poco se trata de eso. ¿Te imaginás qué sería de Dios sin el diablo, pobre? 



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