La emoción de Ginóbili en el final de la Generación Dorada

Y un día se terminó. El símbolo de la icónica Generación Dorada, uno de los deportistas más importantes de la historia argentina, que estuvo a la altura de Juan Manuel Fangio, Diego Maradona o Carlos Monzón, dijo adiós.

Actualizado: 18 de agosto de 2016 —  Por: Diego Muñoz

La emoción de Ginóbili en el final de la Generación Dorada

Gonóbili y su adiós a la Generación Dorada (Mark RALSTON / AFP)

Con 39 años, Ginóbili jugó por última vez con la selección argentina. Como un guiño del destino, fue ante Estados Unidos quien con sus estrellas del Dream Team nunca había perdido hasta que Argentina lo venció en Indianápolis 2002 y al que dos años más tarde volvió a derrotar en Atenas, cuando ganó el oro y se transformó en la Generación Dorada.

Aquella medalla fue producto de un equipo sensacional, que jugó un básquetbol de alto nivel y que tuvo un gen competitivo único. Cuatro años más tarde, en Beijing, se colgó el bronce. Fue en esos Juegos en los que el técnico de Estados Unidos, Mike Krzyzewski, antes de la semifinal, los vio abrazados, arengándose y saltando todos juntos.

"Cuando vi eso, le dije a mi ayudante que olvidáramos todo el scouting que habíamos hecho con este equipo, es a ese espíritu al que tenemos que vencer, al del compromiso por una camiseta, por un país, un compañero y la hermandad como grupo", declaró luego del partido.

"Lo importante es que dejamos una huella, que la gente se siente identificada con lo que hicimos, que nos respeta y nos quiere. Estoy orgulloso de haber sido parte de esto", declaró Ginóbili tras la derrota en Rio.

La Generación Dorada se comenzó a forjar en 1998 y en 2001, en un torneo FIBA Américas disputado en Neuquén que ganó y descolló, demostró de lo que era capaz. El mundo la conoció en 2002, en el Mundial de Indianápolis, cuando por primera vez en la historia cayó el Dream Team. El resultado fue 87 a 80. Luego Argentina perdió una polémica final ante Yugoslavia.

La revancha llegó dos años más tarde, en los Juegos Olímpicos de Atenas. La selección de Rubén Magnano integró el Grupo A junto a Serbia y Montenegro, España, Italia, China y Nueva Zelanda. Argentina ganó tres partidos y perdió dos. Tercero en el grupo, se cruzó con Grecia al que eliminó en su casa. Luego volvió a derrotar a Estados Unidos en la semifinal y en la final apabulló a Italia. 

Cuatro años más tarde, con Sergio Hernández en el banco, Argentina se volvió a subir al podio al alcanzar la medalla de bronce en Beijing. Ese año también ganó la FIBA Diamond Ball, que jugaron los campeones de cada continente.

En los Juegos Olímpicos de Londres, la Generación Dorada de nuevo fue competitiva aunque terminó cuarta.

Sin Ginóbili pero con Luis Scola y Andrés Nocioni, la selección argentina obtuvo su boleto a Rio. Y Manu se sacó el gusto de jugar una vez más con sus amigos un torneo de máxima jerarquía. “Tengo la enorme fortuna de decir que a los 39 años estuve en otros Juegos Olímpicos y que los volví a disfrutar. Me sentí útil, no vine de adorno, y creo haber contribuido", declaró.

El legado no fue solo dentro de la cancha. Fuera de ella, también fue capaz de transmitir valores, de entregar mensajes claros, de asumir las derrotas. Fueron 15 años de pasión, de gloria, de fuego sagrado, 15 años a primer nivel, 15 años en los que forjaron el mejor equipo de la historia del deporte argentino. 

Ginóbili, Scola, Nocioni, Pepe Sánchez, Fabricio Oberto, Hugo Sconochini, Alejandro Montecchia, Carlos Delfino, Walter Herrmann, Leonardo Gutiérrez, Pablo Prigioni, y Rubén Wolkowyski son algunos de los nombres que hicieron de la Generación Dorada un equipo de referencia mundial, que lograron que gente de todas las nacionalidades mirara sus partidos como si fueran los de su selección.

La emoción del último día

"Traté de no vivirlo como algo tan especial. Quería pasar inadvertido e irme con la cabeza gacha al vestuario, pero el mundo conspiró en mi contra para que eso no suceda. Primero Oveja (su técnico) me dice que me va a poner de nuevo y después me saca para el aplauso; luego alguien aparece con la pelota y me hace volver a la cancha. Después mis compañeros, el afecto de la gente. Fue imposible contener la cordura, la serenidad, un poquito me quebré”, contó.

Pero no pudo. El corazón de campeón, ese que nunca hay que subestimar y que tantas veces asomó en momentos límite, esta vez se tomó un descanso. A pesar de que intentó, en vano, contener las lágrimas, no demostrar su emoción. El primero en quebrarlo fue Nocioni, quien lo abrazó sobre el final. Detrás, todos sus compañeros hicieron lo mismo.

Otro de los momentos emotivos fue cuando tuvo que regresar al rectángulo para llevarse la pelota del partido. Al salir, se encontró con Fabricio Oberto, su ex compañero en la selección y hoy comentarista de ESPN, con quien se dio un emotivo abrazo.

Minutos después, brindó una entrevista a la NBC de los Estados Unidos, pero la emoción lo volvió a invadir. Mientras daba una respuesta, al contestar que hacía años jugaba con los mismos compañeros se quebró y prefirió no mostrar las lágrimas, sino irse de la nota.

“¿Cosas pendientes? No. Si no hubiésemos ganado algo grosso, habría dicho que sí. Esa espina nos la sacamos desde hace un montón de tiempo y seguimos compitiendo como si nunca hubiésemos ganado. No me quedó nada”, dijo. Y tiene razón.