Gabriel Quirici

Varela, el “sanculotismo” y la reforma que cambió la escuela

A fines de marzo de 1876 José Pedro Varela asumía la dirección de las políticas educativas del Uruguay. En un lapso tan intenso como corto, bajo su liderazgo se aceleró la construcción institucional y cultural de uno de los pilares de nuestra historia republicana: la escuela (pública) nueva.

Actualizado: 31 de marzo de 2017 —  Por: Gabriel Quirici

El país se encontraba en una situación inestable: recientes rebeliones de caudillos en el interior y “candomberos” en la ciudad (hubo tiros y muertos en las elecciones locales). Crisis bancaria en 1875, no pago de la deuda por un rato y golpe de estado en el mismo 76. Ya existían voces que hablaban de la crisis de la educación, se reclamaba por más presupuesto (no era ni un 3% del gasto del Estado), muchos educadores no estaban titulados y era habitual el atraso en los pagos a los maestros.

Vale la pena reparar en un dato que los monumentos y las tradiciones parecen opacar (así como las barbas -a lo Hardem- de los personajes de aquel entonces): ¡¡Varela tenía 30 años y Latorre (el Coronel-Presidente) 32!! Hombres jóvenes, con nueva cabeza de administración y orden, que se imaginaron un país diferente y se pusieron a hacerlo. Con contradicciones por cierto, pero que en materia de educación, encendieron la marcha.

Pedro José Varela (que así nació y después cambió el orden de su nombre) era un joven  vinculado estrechamente a la política y a la elite intelectual montevideana. Sobrino del Presidente Bernardo Berro, yerno de Eduardo Acevedo, respiró cultura y política desde la infancia y pronto se vinculó a los círculos “principistas” de la capital. Su perfil parece dar cuenta de un momento en donde confluyen los sentidos del progreso, racional y positiva (muy a la norteamericana) y una actitud romántico-idealista en su entrega y compromiso político con talante crítico hacia las divisas y las tradiciones. Hizo poemas, publicó crónicas con el seudónimo de Cuasimodo y participó de la actividad política y editorial con intensidad, postulándose a Alcalde por los principistas.

Si bien no realizó estudios formales de pedagogía ni ejerció el magisterio, Varela demostró temprano interés por la cuestión educativa al considerar que la educación era clave para un futuro desarrollo democrático y de progreso del país. Su llegada a la enseñanza vino desde la política y fue empujada por la admiración que la cultura norteamericana le despertara en su viaje iniciático de juventud, en donde además tendría oportunidad de conversar (y ser entusiasmado) con Domingo Sarmiento. Las cartas de Varela desde los EEUU evidencian su firme convicción de que la democracia yanqui se sustentaba antes que nada en la extensión de la cultura y la alfabetización de sus ciudadanos.

De regreso al país promueve una serie de conferencias (algunas con más de trescientos asistentes) de las que surgirá la Sociedad de Amigos de la Educación  Popular junto a muchos amigos, entre ellos, Elbio Fernández.  Esta entidad, vinculada a los grupos de jóvenes activistas principistas y masones, tenía como objetivos la democratización de la enseñanza, la renovación de los métodos  y la inclusión gradual de la laicidad.

Acusado de promover el “sanculotismo” (1) por querer juntar en la misma aula al hijo de vecino honorable y rico con los niños rústicos y de baja clase, Varela se defendió advirtiendo que su intención de reunir a las clases en sociales en el aula era una forma de evitarlo. La integración social como zurcidora de los vínculos interclasistas, fomentaría una cultura democrática y de respeto a los derechos tanto de los pobres para los ricos como de los ricos hacia los pobres, al tiempo que generaría hábitos de trabajo y disciplina adecuados para un desarrollo “civilizado” del país: “La ignorancia no es un derecho, es un abuso” afirmó con convicción republicana.

Su práctica en el terrenos de la política educativa mezcló de forma novedosa tres elementos: 1) La constante prédica entre los sectores dirigentes: conferencias, debates, artículos. 2) El uso de fuentes estadísticas para fundamentar sus posturas, y aquí invitamos a repasar la sección de datos de la “Educación del Pueblo” que dan cuenta de una labor generosa y absolutamente original para el Uruguay del entonces. 3) Hacer jugar en su favor la cercanía con los centros de decisión política, no tanto en la designación personal sino para la concreción de medidas internas y disposiciones administrativas mientras dirigió la educación.

El conjunto de conferencias desde 1868 y la edición de la “Educación del Pueblo” en 1874 lo posicionaron como una figura destacada aunque no por todos reconocida. Tras la salida de Montero de la Dirección de Educación, éste sugirió a Latorre el nombre de Varela para que le sucediera. Y es posible que el Coronel (quien diera clases de esgrima a los “principistas” que conocía desde joven) estuviera al tanto de la inquietud y la pasión que movían al joven periodista y político por el tema.

Complejo fue que aceptara el cargo pues debía trabajar para un gobierno provisional y acusado de dictatorial por buena parte de sus amigos políticos. Pero revisando una negativa inicial Varela aceptó asumiendo que podría darle prestigio momentáneo a una dictadura sí, pero que sus realizaciones en materia de educación quizás brindaran un servicio de largo alcance al país.

Desde su rol directriz se dedicó a profesionalizar a los maestros (casi un 50% de los maestros titulados, de un total de 396, obtuvieron el título en los dos primeros años de su gestión), se mostró favorable a la incorporación de la mujer como canalizadora del progreso educativo del país (ya Varela había defendido la necesidad de igualdad de derechos para las mujeres), propuso una nueva organización de escuelas y aumentó su número (la matrícula creció un 50% con una gestión económica ajustada y ahorrativa), apostó por los métodos de la “Escuela nueva” incorporando las clases con objetos y la observación (en detrimento de las lecciones de memoria) y redujo sensiblemente el rol la enseñanza religiosa que pasó a ocupar unos 15 minutos de la jornada junto con las tareas de aseo de los alumnos, mientras que dio prioridad a la enseñanza de las ciencias como centro de los programas. Los cambios rápidamente verificados permiten rescatar una frase del informe sobre la educación del país de 1880 “Antes se aprendía de memoria, ahora se lo hace de entendimiento”.

El proyecto de Ley de Educación común aprobado modificó algunas de las propuestas de Varela. Mientras que éste sugería la descentralización administrativa y una currícula más flexible y adaptada a las localidades, la ley finalmente creó una institucionalidad centralista. Pese a lo cual Varela no sintió dificultades para ejercer la autoridad y seguir adelante con la creación de escuelas y la formación de docentes. Su carácter de líder pedagógico da cuenta de la destitución de un maestro que no quiso aceptar una medalla (según porque otros también se la merecían) y Varela decidió que no podía darse el lujo de quedar el Director Nacional desautorizado por un maestro ya que el principio de autoridad era clave para la nueva educación. Otra vez invitó a salir por la puerta a un veterano Director de escuela que le contradijo públicamente en una reunión de maestros. Detalles que revelan el celo (y cierto autoritarismo) con el que encaró la tarea de timonear la educación pública.

No se trató en su momento de una figura de consenso, como la tradición mitológica nacional, los himnos y las tapas de cuadernos oficiales parecen mostrar. Tuvo innumerables polémicas: por apoyar la dictadura, por “burlarse” de la religión, por meterse con las Juntas Económico Administrativas de los Departamentos (antes eran las encargadas de administrar los fondos educativos), por querer obligar a los padres a mandar a los hijos a la escuela, por admirar a los EEUU, por no ser estrictamente un maestro y a veces sí actuar, no solo de forma impulsiva, sino por demás autosuficiente frente a las propuestas de otros educadores.

Y parece claro que, lejos del “principista” idealista, tuvo importantes reflejos de pragmatismo. Varela aceptó trabajar para el gobierno de facto, aceptó también que la educación tuviera (aunque fuera un ratito) tiempo para la religión católica y dijo que jamás violaría la Constitución de la República. Porque la escuela Vareliana no fue plenamente laica. Tampoco obtuvo los recursos económicos que reclamaba ni la descentralización esperada, y no por eso pensó en renunciar. Atacó la reforma educativa con cabeza política y tuvo como principal objetivo establecer una plataforma democratizadora para las futuras generaciones. Sus pulsaciones más fuertes parecen haberse concentrando en la construcción de un sistema escolar moderno, universal, de acceso pleno y con docentes bien preparados.

Aquellas polémicas permiten acercarse al dinamismo que su acción político-educativa le imprimió al tema de la enseñanza para un Uruguay de progreso. No logró por completo sus objetivos y es posible imaginar que su carrera política podría haber trascendido la cuestión educativa o bien haberse convertido un referente dominante por largo tiempo. Con las ventajas del ejercicio del poder así como con las contradicciones y el desgaste que el mismo tiene, y allí podrían haber saltado las características menos positivas del personaje. Quizás hubiera perdido su cargo tras la caída de Latorre… ucronías que no podremos resolver. Pues en 1879, cual estrella de rock del siglo XX, a los 34 años murió José Pedro Varela. Algunas fuentes dicen que fueron 20mil personas a su entierro y que el propio Latorre cargó a pulso el féretro.

El impacto de su trabajo, la fuerza de sus polémicas, lo conmovedor de su muerte hicieron que rápidamente naciera el mito. Al poco tiempo se observaría en todas las escuelas luto el día de su muerte, y se incorporaría su retrato al panteón de héroes estatales de la moderna República.

A nivel de la historia comparada, una de las principales características que presentó nuestro país hacia 1900 fue la masiva escolarización y la temprana alfabetización, similar a la media europea y despegada de América Latina (junto con Argentina y en parte, Cuba). Varela aspiraba a que la enseñanza fuera el escudo de los débiles contra el dominio de las oligarquías, y Uruguay gracias a la escuela pública  se convirtió rápidamente en una de las primeras democracias del mundo, en buena medida gracias a la dedicación y el impulso que aquel periodista-político-apasionado le imprimiera a los poquitos años donde pudo actuar.

Aró la tierra en el momento justo y sembró. Uruguay se abría al mundo y modernizaba su economía esperando a paisanos e inmigrantes con una escuela nueva de cara al siglo XX. Y si bien Varela no fue un idealista a contracorriente, supo asumir con cintura y carácter una tarea que ni las divisas, ni los doctores habían encarado como él hasta ese entonces.

 

(1) Los Sans culottes (sin culote) fueron los grupos populares y radicales de la revolución francesa.

 



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