Gabriel Quirici

80 años del bombardeo de Guernika

“Los rojos le prendieron fuego y nos culpan a nosotros” dijeron los voceros de Franco ni bien se conoció la destrucción de la ciudad vasca de Guernika. Intentaban cubrir la condena, que pronto se volvería universal, aduciendo que para evitar que cayera en manos de “los nacionales”, los republicanos la destruyeron en retirada.

Actualizado: 25 de abril de 2017 —  Por: Gabriel Quirici

Pero la presencia de periodistas británicos permitió comprobar la falsa versión. A lo largo de aquel 26 de abril, en raids esporádicos que comenzaron a las 11 de la mañana y culminaron al atardecer, la aviación alemana de Hitler al servicio de Franco bombardeó Guernika y ametralló a los pobladores que por los caminos huían hacia los bosques. Casi el 80% de las edificaciones fueron arrasadas por las bombas y el incendio, y dos centenares de personas murieron.

La ciudad no constituía un objetivo militar relevante (había sí republicanos escondidos en ella, y depósitos de armas) en relación con la magnitud del ataque. Se eligió para peor, un “día de mercado”, que era el momento en que los campesinos de las zonas aledañas llevaban sus productos para la venta y la población tenía su momento de compras y abastecimiento.

El objetivo era por un lado psicológico: sembrar el terror con una nueva forma de ataque a los civiles (ya ensayada días atrás en la localidad de Durango con 235 muertos). Usar aviones cargados al máximo con bombas incendiarias, prender fuego al poblado desde el aire, matar o hacer huir a la gente y luego rastrillar con metralla de avión a los sobrevivientes. Pero además el objetivo era simbólico.

Guernika era una pequeña ciudad de 5000 habitantes que representaba la soberanía del pueblo Vasco. El árbol de Guernika (roble situado en el patio central de la Casa de Juntas) simbolizaba el freno a los poderes extranjeros sobre Euskadi, pues desde los Reyes Católicos (Fernando e Isabel hace más de cinco siglos) los monarcas juraban allí respetar los fueros y derechos de Viscaya y los Vizcaínos. Al golpearla, con el nuevo formato aéreo, tormentoso e incontenible, de ataque a los civiles, se podía ganar más que una ciudad perdida para los enemigos: era una amenaza mortal para quebrar la resistencia de los vascos y avanzar rumbo a Bilbao evitando la destrucción total.

Ya iban diez meses del alzamiento de Franco contra la República y sus tropas buscaban tomar el norte (ver mapa). Por el momento las zonas industriales y las ciudades más importantes seguían fieles a la República. Euskadi era especial por su relevancia económica y por su tenaz diversidad cultural que iba en contra de la lógica franquista de “una sola España”. Los vascos habían conseguido el estatuto autonómico y dirigían por sí mismos la resistencia, en un marco democrático y sin radicalismos revolucionarios. El Lendakari (máxima autoridad elegida por los vascos)  José Antonio Aguirre, democrático y nacionalista, pasó a dirigir directamente las tropas. Buena parte de las jerarquías católicas de Euskadi apoyaban al gobierno autónomo e intentaron negociar vía Vaticano/Italia un freno a la ofensiva de los alzados. Y es cierto también, que hubo dificultades para coordinar la resistencia militar con el gobierno central de la República. Mientras que los nacionales estaban empeñados en probar las nuevas formas de guerra, que podrían ser decisivas.

En cierto sentido, además de una masacre de miedo y pánico civil, el bombardeo de Guernika fue una advertencia sobre males mayores si los vascos no se rendían o si aplicaban la política de destruir los parques industriales y los recursos en retirada: “no apliquéis la tierra arrasada, porque de todas formas nosotros arrasamos con todo” (incluyendo a niños, campesinos, madres y abuelas) parece ser el mensaje terrible tras el ataque.

El devenir de los acontecimientos fue favorable a las fuerzas de Franco, y a poco del ataque tomarían Bilbao (los vascos no destruyeron sus fábricas como sugirió el gobierno Republicano) y luego todo Euskadi. La resistencia de una sociedad democrática cayó ante avance combinado del eje franco-nazi-fascista (que se estaba probando por vez primera en España, cual ensayo de la Segunda Guerra Mundial).

Pero lo que fue un ataque desolador y exitoso para quebrar una resistencia terca y ancestral de un pueblo, se convirtió gracias al arte en una obra universal. Picasso iba exponer en el pabellón de España de la feria de París y cuando supo la noticia decidió pintar el Guernika. La obra recorrió el mundo, se convirtió en símbolo de las vanguardias y en retrato de la era de las catástrofes. La hizo en tonos de grises, como las imágenes de las fotografías y de los documentales que en aquella época se veían. Cuentan que cuando estaba por finalizarla, tomó un pincel con rojo y lanzó al vuelo algunas manchas para transmitir la sangre de la destrucción, pero se alejó un poco, miró y se arrepintió. Volvió a dejarla con sus tonos originales, pues no sintió que precisara más.

Hoy, a ochenta años del bombardeo, Jorge Drexler fue invitado a cantar en el lugar para recordar el episodio. Convocó a sus seguidores a que le enviaran décimas para componer una canción colectiva y con la letra (“brutal”, “una preciosura de cuarteta”, al decir de Drexler) del uruguayo Andrés Romero, podemos resumir la contradicción que emociona, fascina y convoca a la reflexión: no hay un rojo más intenso que los grises del Guernika.

Décimas para el Guernika (Fragmento)

Y en cada fe silenciada

una campana repica

Aún por la grieta más chica

la raíz derriba al muro

No hay verde con más futuro

que los que los grises del Guernika

 

La sangre gris en el lienzo

clava su lanza y salpica

No hay un rojo más intenso

que los grises del Guernika

 



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