Así es un día de los uruguayos en la Antártida

Los 10 uruguayos que habitan la Base Artigas en la Antártida atraviesan el inverno con sensaciones térmicas cercanas a los 30 grados bajo cero y menos de seis horas de luz.

Actualizado: 12 de junio de 2017 —  Por: Nicolás Kronfeld

Son las 8.30 de la mañana en la Base Científica Antártica Artigas y los diez uruguayos que viven ahí están reunidos en el comedor. Dos mesas acumulan distintas opciones para llenarse de energía: hay café, té y leche; jamón, queso, mermeladas, galletitas y pan casero, que a veces llega transformado en bizcochos. Denis Ferreira es el responsable de que los uruguayos puedan saborear pan caliente aunque en la Antártida no haya dónde comprarlo.

Al mismo tiempo que comen, el jefe de la base, Gustavo Dal Monte, describe y delega las labores que cada uno ejecutará durante el día. El cielo va aclarando, aunque el sol recién saldrá a las 10.19. “Somos como una gran familia”, explica Gustavo y pone como ejemplo la horizontalidad de la reunión matutina: cualquiera puede decir algo u opinar sobre la distribución de las tareas.

Los que tienen que salir comienzan a abrigarse, el resto se pone a trabajar. Afuera hay 12 grados bajo cero pero el viento es tan intenso que duplica el frío: la sensación térmica es de -27 grados. El cielo está nublado como casi siempre y hay bastante niebla, aunque esto último no pasa todos los días.

El que casi seguro tiene que salir es Luis Rodríguez, buzo lanchero de la base, que durante los meses en los que no puede hacer inmersiones se encarga del sistema de abastecimiento de agua, la clasificación de residuos y la incineración de los materiales orgánicos. La Antártida es muy exigente con estos temas y Luis casi siempre necesita de alguien más para cumplir su trabajo. “El peligro que implica el congelamiento de un caño es bastante grande porque puede dejar sin agua potable a la base”, detalla Gustavo. Cuando se necesitan varias manos, el segundo jefe, Almir Debra, se pone a trabajar como uno más.

Mientras, Heber Ríos y Hebert Fleitas están concentrados en el mantenimiento de los generadores y vehículos uruguayos. Por el frío y las condiciones del terreno, se trata de roles complejos y muy importantes. Además, Fleitas es el conductor de la base y lleva a quienes necesitan transporte.

Ya se hicieron las 12 del mediodía y el sol apenas se ve en el horizonte. La razón por la que demora tanto en mostrarse es que el glaciar Collins lo oculta durante buena parte del día. Además, por la latitud de la Antártida, el sol se mueve casi en paralelo al horizonte, en lugar de atravesarlo como sucede en el Ecuador.

El clima varía poco y aunque en la noche se siente el frío con mayor intensidad, no suele haber más de un grado de diferencia entre la máxima y la mínima diaria. La sensación térmica varía mucho más, porque los vientos cambian con rapidez y pueden sentirse hasta -38 grados.

“Nos volvemos a juntar para el almuerzo y la comida es una de las cosas que nos hace volver a casa por un rato. Milanesas con papas fritas, pescado con verduras congeladas, buseca y pasta son los platos más frecuentes. Denis cocina muy bien”, confiesa Gustavo.

Hasta las 15.30 todos tienen descanso pero luego hay que volver a trabajar hasta las 18.30. Marcos Rosa y Hugo Monzón andarán verificando las conexiones de la base con el mundo. Revisan la comunicación satelital y acomodan todo para que los compañeros puedan hablar entre sí con handies.

Siempre a la orden está el doctor Juan Amaya, médico y enfermero de la base, que se preocupa por la salud de todos los integrantes y se encarga de luchar contra los problemas que puedan aparecer.

Hace 45 días que se terminaron los vuelos que conectan a la base con Uruguay, por eso la suboficial de Logística Mabel Silva, única mujer de la base, tiene que estar actualizando constantemente los inventarios de la base. Ella calcula los consumos y regula los víveres para que lleguen a fin de año con alimentos y energía eléctrica.

Los aviones llegan a la Antártida entre mediados de noviembre y fines de abril, por eso es fundamental tener todo dosificado durante el invierno, cuando no hay posibilidades de abastecerse.

El verano trae muchos cambios. La base aumenta su cantidad de integrantes y ha llegado a tener hasta 70 personas, cuando las tareas de mantenimiento son grandes y los investigadores se cuentan por decenas. “Cada tanto también nos cruzamos con barcos turísticos, que suelen llegar desde Chile. El verano es más activo y pasa más rápido pero el invierno tiene su encanto porque nos devuelve la posibilidad de ser pocos y compartir más tiempo juntos”, reflexiona Gustavo.

Desde las 18.30 cada uno hace lo que quiere: ducharse, contactarse con sus seres queridos en Uruguay, mirar televisión, usar internet o jugar al PlayStation 4 que tiene la base. Ya hace tres horas que es de noche en la Isla Rey Jorge, el lugar específico en el que Uruguay tiene la base Artigas, que abrió en 1984. La otra dependencia uruguaya es la Estación Científica Antártica Teniente de Navío Ruperto Elichiribehety (ECARE), que abre solo algunos veranos desde 1997 y está en pleno continente antártico.

A las 20.30 es hora de cenar y cada uno queda libre hasta irse a dormir. Salir es lo único que no se puede hacer sin previo aviso ni autorización. Al exterior de la base siempre van de a dos y comunicados por radio. Los domingos suelen hacer caminatas y varios aprovechan para tomar las fotografías más impresionantes que se llevan del continente blanco.

Medio sábado y todo el domingo son libres. Incluso el cocinero descansa el domingo y la forma de sustituirlo es a través de parejas rotativas de cocineros (compañeros que durante la semana cumplen otras funciones), que se encargan del almuerzo y la cena de ese día. El sábado de noche cenan pizzas y panchos al pan, como si se tratara de un ritual religioso que denominan “hacer La Pasiva”.

El fin de semana también es una oportunidad para visitar o recibir invitados de otras bases. Por cercanía de bases, los más compinches de los uruguayos son los rusos, chilenos y chinos. El idioma universal -salvo con los chilenos- es el de las señas, aunque algunos se comunican en inglés.

“Socializar ayuda mucho porque a pesar de que estamos bien, vivir acá es como estar aislados. Relacionarnos con otra gente nos ayuda a despejar la mente”, cuenta Gustavo.