Denise Mota

La agonía brasileña

La permanente crisis política en Brasil opaca la emergencia de fenómenos recientes que son igualmente destructivos para el país. Son mucho más preocupantes que el vaudeville de Brasilia. Hablan de una fractura expuesta que sobrepasa lo partidario. Se ubican en los fundamentos del ser nacional, en los demonios antes anestesiados y que empiezan a salir a la luz.

Actualizado: 26 de julio de 2017 —  Por: Denise Mota

Estas señales de alerta son el aumento vertiginoso de la intolerancia en todos sus frentes (religioso, social, sexual, étnico) y la más completa anulación del debate en la sociedad civil (des)organizada.

Todos los días surgen evidencias de falencia en el diálogo colectivo e individual y del alto precio que estamos pagando, como sociedad, por las décadas de falta de educación y formación real –democrática, política, cultural, intelectual— en este que es el quinto país más poblado y el décimo más desigual del mundo (según el Informe Nacional de Desarrollo Humano de Naciones Unidas).

Cuando Brasil era “el futuro” para gente como el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama (para quien Lula era “el tipo”), la consciencia de la sombra y de las débiles bases sobre la que se balancea la élite local (y también la clase media) —rabiosamente elitista, sexista, conservadora y ciega para la realidad del país que desea dominar eternamente— nunca permitió la inocencia de creer en la robustez de esos años de oro, en la percepción demasiado optimista de la mirada internacional. Un análisis sincero siempre reveló los trucos de Photoshop en el escenario de Carnaval carioca vendido mundialmente, en su momento, por medios como “The New York Times” o “The Economist”, por ejemplo. El poder político, la prensa, la publicidad, los empresarios no sólo se la creyeron sino que estimularon estas percepciones. Era muy buen negocio el de la tierra de la alegría que va “pra frente”. Pero la tarea domiciliaria elemental no se hizo.

La corrupción que se combate con plata

Brasil puede llegar a ser algún día el país que trató de ser. Pero necesita una reforma contundente en la base de su sociedad, un empuje de desarrollo planificado y sostenido, y una reestructuración en su sistema político que reduzca, por ejemplo, anomalías como la existencia de 35 partidos. No habrá éxito sin la convicción real de que educación, transparencia, sobriedad y coherencia son los caminos a trillar. Sin inmediatismos y en todas sus instituciones (incluyendo la Justicia).

Lamentablemente hoy no hay espacio para este tipo de debate. Se vive una parálisis de por lo menos tres años. Todo el sistema político, empresarial, jurídico está ocupado con el “combate a la corrupción”. Michel Temer, actual presidente, gastó en las últimas semanas por lo menos 4.000 millones de reales (algo como 1.300 millones; el cálculo es de la agencia Reuters) en medidas para agradar a parlamentarios, con tal de no caer del estribo del poder el 2 de agosto. Ese día la aceptación o no de la denuncia por corrupción pasiva de la que es blanco irá al plenario de la Cámara de Diputados. Un combate a la corrupción muy peculiar, como tantas cosas que están pasando en Brasil en los últimos tiempos.

Lula –principal artífice de los tiempos de bonanza, presidente que dejó el mandato con aprobación récord de 87%– hoy vive la posibilidad concreta de ir a prisión, si su condena a nueve años y medio, determinada por Sergio Moro (por el crimen de corrupción pasiva y lavado de dinero), es confirmada en segunda instancia.

Más respeto, por favor

Muestras de ese país ahora:

* Un proyecto de ley en trámite en el Distrito Federal propone mostrar imágenes de fetos a víctimas de violación que desean abortar. El objetivo es "informarles" sobre aspectos de su decisión (como si las mujeres no supieran de qué se trata un embarazo).

* En Santa Luzia, ciudad del Estado de Minas Gerais, un tribunal decide la hora y el modo en el que un terreiro de candomblé (culto de matriz africana) debe realizar sus sesiones: la libertad de culto prevista en la Constitución fue ignorada, nada menos que por la Justicia

* Una panadería en San Pablo (irónicamente llamada “Flor del Paraíso”) cuelga un cartel para informar que no venderá sus productos a los que quieran comprarlos con el objetivo de donar a la gente de la calle. Es así: no es que se niegue a regalarlos. Se niega a venderlos.

* Funcionarios de la Intendencia de San Pablo tiran agua fría sobre las pertenencias de la mismísima gente de la calle en la noche más fría del año en esa ciudad hasta ese momento (7,9o el 19 de julio). La periodista que denunció la acción tuvo que borrar su perfil en las redes sociales, por cuenta de la ola de ataques de odio que sufrió.

Hay más. Pero la idea es sólo dar ejemplos del rápido deterioro de Brasil también en el territorio de las sensibilidades. El atraso, la ignorancia vuelven con fuerza. Son gárgolas relucientes, ahora destapadas. 

En 2009, una intervención del artista visual Ygor Marotta ocupó San Pablo con la frase “Más amor, por favor”, una forma de invitar los ciudadanos a ejercer la empatía en medio a un día a día caótico y lleno de percances. La intervención recorrió el país y ganó lecturas alrededor del mundo.

Hoy esta consigna parece una utopía distante. Sería necesario volver a lo mínimo y exigir, por lo menos, “más respeto, por favor”. Hay una crisis institucional instalada en Brasil. Pero también de valores, de reconocimiento de derechos básicos, del lazo social. La batalla más dura será levantarse de ahí.



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