Maximiliano Guerra

El fino arte de comer un durazno

Usted tiene en sus manos un durazno.

Actualizado: 05 de noviembre de 2017 —  Por: Maximiliano Guerra

En primer lugar debe tomar conciencia de que no se trata de una simple fruta, de un alimento banal como una banana.
Si usted no logra comprender esto jamás podrá disfrutar enteramente de un durazno y se verá obligado a terminar esas materias que le faltan para recibirse de abogado y ejercer la carrera escrupulosamente mientras la vida le pasa por el costado y le escupe un carozo en la cara.

El durazno encierra un mundo maravilloso y complejo, una lustrosa combinación de texturas, colores y sabores: un pequeño sol húmedo.

Por eso debe actuar con delicadeza. Tómelo con una mano y obsérvelo. Deténgase en su forma, esa extraña esfera con un ombligo en un punta y un pezón en la otra.

Observe los colores que lo envuelven.

Roce esa piel erizada que los timoratos insisten en pelar.

Luego acérquelo a su nariz. Cierre los ojos, aguante la respiración dos segundos y aspire su fragancia; inúndese de ese aroma amarillo y fresco.

Navegue unos segundos por ese mar levísimo.

Abra los ojos.


Ahora ya está preparado para el momento tan ansiado.

Mientras acerca su boca recuerde que el durazno es una fruta apasionada y difícil de controlar.

La primera mordida es fundamental, si no se hace bien desencadenará un dulce goteo sobre la ropa.

En esta etapa los labios cumplen el papel esencial de controlar todo desborde.

Dado ese primer paso usted ingresará a su punto más privado, tendrá a su merced su relleno fresco, tierno y dulce.

¿Lo tendrá? No se engañe.

 

A esta altura usted ya no es dueño de sí, el durazno lo domina y usted trata de liberarse devorándolo.

Sin embargo el durazno sobrevive: a medida que se acerca al centro y la pulpa amarilla se tiñe de rojo aparece el carozo inexpugnable. Como un rígido cerebro el carozo lo detiene y lo humilla.
Usted lo tira a la basura con rabia, agarra otro durazno y repite el proceso, y otra vez aparece el carozo, y otra vez, y otra vez, y otra vez.


Su búsqueda será frenética y no le dará descanso, no podrá dormir y dejará definitivamente la Facultad de Derecho para recorrer el mundo buscando nuevas variedades de durazno, en todas ellas -más chico, más grande- habrá un carozo que le recordará que su mundo es imperfecto y que el tiempo pasa y en cada durazno usted se vuelve un poco más viejo.


Pero quizá cuando ya haya escupido todos los carozos que tenía que probar y sobre las ruinas de lo que fue una vida al servicio de una fiebre amarilla e irracional se arrepienta del momento en que probó por primera vez esa droga, quizá en ese momento, caiga en sus manos ese durazno: el durazno sin carozo, el durazno infinito.

Y todo habrá valido la pena.

Y cerrará los ojos por fin.

El mar leve lo arrastrará.



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