Tras criticar duramente a China durante su campaña electoral, Trump visitará el país por primera vez el miércoles y el jueves. Allí lo recibirá con todos los honores su "amigo" chino, Xi, que acaba de empezar su segundo mandato de cinco años al frente de la segunda potencia económica mundial.
Comparado con un "rey de China" por Trump, Xi salió del XIXº congreso del Partido Comunista como el dirigente chino más fuerte en las últimas décadas, y es probable que el momento elegido para la visita del mandatario estadounidense no sea fruto del azar.
La llegada de Trump "es la primera visita de Estado organizada por China desde el XIXº congreso", recordó el viernes el ministro adjunto de Relaciones Exteriores, Zheng Zeguang, que reconoció la "importancia particular" del viaje del presidente estadounidense.
Nacionalismo y populismo
Aunque pertenecen a dos sistemas políticos diametralmente opuestos, los dos presidentes comparten una buena dosis de nacionalismo y de populismo.
Donald Trump prometió por ejemplo "devolverle su grandeza a América", y Xi Jinping no deja de venderle a su pueblo el "sueño" del "gran renacimiento de la nación china".
Sin embargo, los parecidos no van más allá de esto entre un Xi Jinping que alcanzó la cima de su poder y un Trump en aprietos.
Desde su llegada al poder, el líder chino desató una guerra contra la corrupción que sancionó a 1,5 millones de personas, entre ellas muchos opositores internos.
Por el contrario, la administración Trump es objeto de una investigación de la justicia estadounidense sobre la injerencia rusa en la campaña presidencial del año pasado.
Y mientras Xi tiene un control absoluto sobre el aparato político de su país, Trump ha sido incapaz de imponer su programa en el Congreso de Estados Unidos.
El presidente chino goza además del apoyo de su aparato de propaganda, mientras que Trump apenas conserva el apoyo de un tercio de los estadounidenses.
Sana amistad
El presidente estadounidense parece por tanto presentarse en Pekín en una posición de debilidad, justo cuando intenta recabar el apoyo de China ante Corea del Norte y reequilibrar el comercio bilateral, apunta Orville Schell, experto en relaciones sino-estadounidenses en el instituto Asia Society, con sede en Nueva York.
"La crisis financiera de 2009 y la confusión en la Casa Blanca han reforzado la confianza, incluso la arrogancia, de una China que piensa que al fin llegó su hora", asegura.
"Alentado por la prosperidad y la potencia de China", Xi "no se mostrará propenso al compromiso", prevé el experto.
China reserva a su huésped una de esas acogidas espectaculares que tanto domina, así como miles de millones de dólares de contratos comerciales.
"Para Xi es una cuestión de imagen y también una forma de halagar a Trump para convencerlo de entablar una amistad con China", dice Ely Ratner, experto sobre China en el Council on Foreign Relations de Washington.
La estrategia parece funcionar. Trump elogia a su "amigo" Xi Jinping, "un hombre muy bueno", mientras que Pekín asegura que ambos dirigentes trabaron "una sana amistad".
Los temores chinos sobre Trump, especialmente los relativos a una guerra comercial, se esfumaron desde el primer encuentro entre los dos presidentes en la mansión del multimillonario estadounidense en Florida, en abril.
"La suerte ha cambiado", asegura Xu Guoqi, experto en geopolítica de la Universidad de Hong Kong. "La estatura de Xi se ha reforzado de manera sustancial. La de Trump parece debilitarse día a día".