Denise Mota

Saramago, Amado y un mar de cartas

Consagrados, curtidos y ya sin las vanidades de la juventud, José Saramago y Jorge Amado –dos de las plumas más importantes de la lengua portuguesa del siglo XX- se encontraron en una amistad tardía y suave. El intercambio de impresiones sobre la vida, el mundo literario, los problemas domésticos, sus viajes está reflejado en “Com o Mar no Meio – Uma Amizade em Cartas”, publicado este semestre en Brasil y lanzado estos días en Portugal.

Actualizado: 02 de diciembre de 2017 —  Por: Denise Mota

Cuenta Saramago que una vez se cruzó con Jorge Amado en una calle de Salvador pero no llegó a verle la cara, sino únicamente la característica melena blanca del escritor baiano: Amado estaba tan rodeado de periodistas que le generó enfado al portugués acercarse.

Una década más tarde, en 1990, volvieron a coincidir, esta vez como jurados del premio Unión Latina, en Roma, que ese año se concedió a Juan Carlos Onetti. Ya sin la curiosidad de la prensa como testigo, Amado y Saramago entablaron una conversación y de allí empezó una relación profunda e intensamente literaria –sería mucho más epistolar que física, aunque se hayan visitado varias veces de uno y otro lado del Atlántico.

“Com o Mar no Meio” (Con el Mar de por Medio) recopila la comunicación por escrito de los dos autores entre 1992 y 1998. Se trata de un proyecto conjunto de la Fundación Casa de Jorge Amado y la Fundación José Saramago, publicado por la editorial Companhia das Letras y capitaneado por Paloma Amado, hija de Jorge. Amado fue toda la vida disciplinado y minucioso con sus papeles, y la correspondencia con el creador de “El Evangelio Según Jesucristo” es sólo una parte de las más de 70 mil cartas archivadas del escritor de Salvador, con destinatarios como Pablo Neruda o Carlos Drummond de Andrade.

A José y Jorge les unieron el obvio amor por las letras y por el idioma de Fernando Pessoa, y el interés por el comunismo. Pero también la serenidad y el privilegio –que disfrutaban con un toque de travesura– de poder ser observadores y protagonistas del selecto universo de escritores controversiales pero irremediablemente respetados.

El Nobel (o mejor, su ausencia) fue un trazo de unión importante. Al punto de generar un pacto de que, si algún día alguno lo recibía, el otro iría de invitado a la ceremonia.

En territorios más cercanos también había asuntos pendientes. El Premio Camões, el más importante en lengua portuguesa y que tampoco poseían, sería otro galardón a recibir comentarios ácidos: “No entendemos cómo y por qué el jurado ignora de forma ostensiva (casi correspondería decir: de forma provocativa) la obra de Jorge Amado. Este premio nació mal y va viviendo peor. Y los odios son viejos y no se cansan”, pondera Saramago en julio de 1993.

Pero en este caso los laureles serían pródigos: Amado terminó siendo bendecido por el Camões primero, en 1994; Saramago inmediatamente después, en 1995.

 Amado y Saramago (Foto: Zelia Gattai)

 

Estocolmo

Sin embargo, aún quedaba el reconocimiento máximo, el Nobel. Año tras año, como un fruto perverso de la dichosa carrera de ambos, prensa, amigos y colegas les hacían saber que permanecía la espera de que, en algún momento, José o Jorge se llevaran la premiación sueca. La correspondencia muestra que los propios autores se dejan encandilar por instantes pero rápidamente tratan de volver a las filas del escepticismo.

Por cuenta de una nota "muy auspiciosa" publicada sobre Amado en “El País” de Madrid, en 1994, por ejemplo, Saramago le comenta al amigo: "Vamos a ver si la Academia Sueca se decide esta vez". El autor de “Gabriela” le contesta dos días después: "Ya tuve esta ilusión, cuando joven escritor. Ya no la tengo, por suerte."

En 1997, después de un nuevo anuncio que dejó afuera al idioma portugués, Saramago así empieza su misiva: “Querido Jorge, no hay nada que hacer, ellos no nos quieren, no les gusta la lengua portuguesa (…). Tenemos que aprender a nada esperar de Estocolmo. (…) En fin, vamos viviendo y trabajando. Esto es lo que cuenta. Lo demás es Academia Sueca…”.

Fernando Henrique Cardoso

La vida política, como era de esperar, tiene su lugar en la reflexión de los escritores. Un fragmento de destaque es cuando Amado le escribe que votaría por Fernando Henrique Cardoso para presidente (en las elecciones en que él disputa el cargo con Luiz Inácio Lula da Silva y en la que el sociólogo termina ganando, fortalecido por el éxito de la estabilización económica con el Plan Real).

Saramago le agradece el haberle compartido la decisión y comenta que la “comprende”, aunque no pueda “dejar de pensar que los males de Brasil no se curan con un presidente de la República, por muy demócrata y honesto que sea (…). Fernando Henrique Cardoso tiene una tarea gigantesca por delante: hacer que los malos políticos brasileños no sólo empiecen a parecer honestos sino que lo sean realmente. ¿Qué más puedo decir? ¡Felicidades, Brasil!”.

Champagne

Los problemas de salud de Amado se multiplican y la comunicación con Saramago se interrumpe a fines de 1997. El autor baiano venía de distintas intervenciones cardíacas y padecía una progresiva pérdida de visión. Pero un día, en medio de la quietud de las prescripciones médicas, recibe la noticia más inesperada: el autor portugués había, finalmente, conquistado el Nobel.

La reacción la describe su hija, Paloma, organizadora de las cartas: “Como en un truco de magia, un milagro luso-sueco, Jorge saltó del sillón, llamó a Paloma, pidió que se sentara en la computadora, para teclear una nota a la prensa.”

Pidió que se trajera champagne (que sabía que no podría probar) y le recitó a Paloma: “Estamos acá en un brindis por vuestra –nuestra- felicidad, con este premio tan bien otorgado. No estoy en condiciones de escribir ni dar entrevistas, pero no podría dejar de decir a todos cuán felices estamos por esta victoria, tuya personalmente, y de la literatura de lengua portuguesa.

Todo el afecto de

Jorge Amado”.

Fue su última carta a Saramago.



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