Fede Hartman

El afiche de Rusia 2018 es el mejor de todos los mundiales

Va más allá del homenaje al golero ruso y ata y desata simbologías visuales que lo hacen el mejor de los veintiún mundiales

Actualizado: 10 de diciembre de 2017 —  Por: Fede Hartman

Hay muchas maneras de preguntarle la edad a alguien. La más fácil y precisa es decir “che, ¿qué edad tenés?”. Aunque es el protocolo más sencillo, requiere un coraje medio a medio alto para obtener tal dato o para gambetear la pasiva-agresiva respuesta de “¿vos cuánto me das?”. Ni hablar que esa valentía cuestionadora, curiosa, casi que periodística, debe estar preparada en elegantes salidas ante el “¡eso no se pregunta!”.

Luego, hay métodos empíricos-analíticos para determinar la edad de alguien basados en la observación. Si va al concierto de Phil Collins, es que seguramente nació antes de los 80s. Si los textos en WhatsApp los redacta con el dedo índice, es pista clave para determinar que tiene menos de millennial que Mirtha Legrand. Si después de volver de la escuela, merendaba con cinco tipos disfrazados de parodistas haciendo artes marciales respondiendo al nombre de Power Rangers, fija que nació cuando salió el Nevermind.

Mi método favorito para determinar la edad de alguien es preguntarle cuál fue su primer mundial de fútbol, cuál es el primero que recuerda con claridad. El mío fue Italia 90, porque de México 86 me recuerdo poco y de España 82 mi sistema cognitivo no estaba suficientemente evolucionado (tampoco lo está ahora). No había indicios de mí en Argentina 78 y para Estados Unidos 94 tenía escrito de biología al otro día de la final.

Del primer mundial de fútbol que uno se acuerda con claridad, tengo una teoría freudiana que se te pega para toda la vida por haber sucedido en plena infancia. Va adentro tuyo toda tu vida como la primera vez que anduviste en bici sin rueditas o cuando te perdiste en la playa y la gente aplaudía.

De Italia 90 no me pegó el penal que si hubiera metido Sosa éramos campeones del mundo, ni la película “Héroes 2” o que Humberto de Vargas me vendía por alguno de los tres canales privados, un televisor Samsung de 14 pulgadas en cuotas de 26.300 nuevos pesos y que solo me lo hace posible Centro Eléctrico. De Italia 90 me pegó la canción y de Rusia 2018 —vaya como le vaya a Uruguay— me pegó el afiche diseñado por el pintor ruso Igor Gurovich.

 

Técnica y táctica

Gurovich eligió como base estética para su afiche el algo tan ruso como el próximo mundial, el Constructivismo. El Constructivismo fue un movimiento que ayudó a la difusión, bueno, está bien, a la propaganda de la Revolución Rusa de 1917. Era el arte al servicio de la revolución.

Los constructivistas era los community managers del gobierno bolchevique post-Octubre: diseñaban afiches, fotografías, ilustraciones que era expuestas al gran público. Las obras estaban en la calle, en festivales, en convocatorias, en el día a día. Estaban en el pueblo.

“Golpéen a los blancos con la cuña roja” de El Lissitzky. Los “blancos” eran los monárquicos, la cuña roja era la Revolución.

El estilo formal del constructivismo es, ante todo, el anhelado oxímoron del arte: simple pero complejo. Motivos abstractos, formas geométricas y sencillas, cierta tridimensionalidad y de pocos elementos era la premisa. ¿Por qué era una propuesta nada compleja, aparentemente elemental, casi que sin elaboración, como hecho por un niño? Digámoslo: ¿por qué era algo tan choto? Porque así era fácilmente entendido por todo el pueblo.

Hoy nosotros, muchachitos del siglo XXI, tenemos el diario del lunes a nivel visual y nos es fácil decodificar ciertas formas. En ese primer tiempo del siglo XX y con una gran mayoría de población analfabeta, los mensajes visuales no podían ser muy elaborados para lograr su entendimiento.

Es a esa simpleza (y sin un pelo de inocente) a donde va el constructivismo. Se tenía que hacer entender con la masa porque el constructivismo era uno de los medios de comunicación de la Revolución y la masa (junto con los panaderos) era algo muy importante para la barra de Lenin.

Otra característica estilística del Constructivismo es que tenía muchas líneas inclinadas. Casi como que todo estaba inclinado. Antes de acursarlos de falta de plomada o nivel, el motivo de su obsesión es porque visualmente las líneas inclinadas son más dinámicas que una línea horizontal —que parece acostada— o una línea vertical | que parece parada, quieta, sin moverse |. Esas inclinaciones eran el escape al statu quo zarista, eran el movimiento, la vanguardia, el hacia allá positivista, el futuro. Eran la revolución.

 

El 1x1

El protagonista del afiche es Lev Yashin, considerado por muchos como el mejor golero de todos los tiempos (de hecho, fue el único arquero en ganar un balón de oro). Es el Maradona/Pelé de los rusos y en la cultura popular, si vos decís “fútbol soviético”, lo primero que te salta es Yashin, “la araña negra”.

Si nos quedamos con que el afiche es el homenaje al mejor golero ruso, es como decir que lo más al este de Rusia es Moscú. Va más allá y acá empezamos un transiberiano de conexiones visuales.

Yashin aparece inclinado atajando su balón de oro donde, pelando unos gajos, aparece el mapa de Rusia y claro, la pelota es el mundo porque es el mundial de fútbol. Además, nuestro diseñador Gurovich coloca el balón en el ángulo del afiche (casi fue un golazo al ángulo).

La pelota es más grande que el golero porque en cuanto a escala, no sabemos si Lev está atajando una pelota de fútbol y o una pelota de Pilates pero todo se corresponde en resaltar que la pelota —el fútbol—, supera al hombre común y algo de toda la humanidad. Si fuera Neil Armstrong, diría una pequeña pelota para mí, un gran gran balón para la humanidad. No olvidemos, por último, que en la pelota está Rusia y ahí aparece Putín haciendo guiños.

De la pelota salen rayos que estructuran todo el afiche: arman el arco de fútbol y llevan al ojo a que la atención se dirija a la pelota. Es acá donde a mi entender (y sé que pueden haber otros entenderes) está la parte más interesante del afiche: los rayos y la pelota forman el Sputnik.

El 4 de octubre de 1957, los soviéticos lanza el primer satélite artificial, el Sputnik 1 y tenía esta forma.

Pelota y rayos. En ese octubre, los soviéticos (qué casualidad juntar “octubre” con “soviéticos”), lograron que todo el mundo se fijara en ellos. Era el momento de Rusia en la historia de la humanidad. Salvando las distancias, en junio-julio de 2018, también va a ser el momento de Rusia en la humanidad.

El buen diseño gráfico consiste en eso, en encontrar algo tan distante pero tan hermanados como el Sputnik y un mundial de fútbol.

Por si fuera poco, son doce rayos porque hay doce estadios mundialistas. Por si fuera poco, de golero.

El círculo verde es nuestro planeta del cual orbita el Sputnik/Pelota/Rusia/Mundial y es verde como el pasto (¡ja!). Las cuatro líneas horizontales no sé si tienen un simbolísimo (bueno, tampoco todo tiene que significar algo) (o sí) pero sirven para cortar un poco con la tensión visual de los rayos y lograr un contrapunto con ritmo horizontal. Gurovich inteligencia.

La letra usada es la Helvetica (o pegando en el palo) que es una tipo muy corporativista multinacional de los años 60’s y 70’s (a pesar de su origen suizo). Todo muy Mad Men. Supongo que esta elección (y no me quiero atajar mucho) fue porque era la letra que usaba en tiempos de Yashin.

 

El post partido

Con sus goles a favor y en contra, confieso que el afiche de este mundial que se viene (el del 2018 por si usted está leyendo esta nota en el 2025), es uno de los mejores de la historia de los mundiales. Porque el diseñador usó algo tan típico de su país como el constructivismo que le sirvió para comunicar algo a las masas. Simple, directo, universal. Y sí, es un homenaje al afiche de Uruguay 1930.

Se ató dos grandes momentos de Rusia hacia la humanidad, el Sputnik y el mundial que se viene. Y ya que estamos, diría Oreiro que triunfa en en dicho país, homenajea a la Araña Negra. Finalizaría con la expresión ¡golazo! pero me lo atajaría Yashin.



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