Silvana Harriett

Apuntes a propósito del Bicentenario

Actualizado: 23 de diciembre de 2011 —  Por: Silvana Harriett

Montevideo asiste en estos días a una serie de cambios en el espacio céntrico que han de alguna manera afectado la cotidianeidad de quienes habitamos la ciudad: desvíos en las rutas habituales del transporte urbano, montaje de escenarios, propaganda en las calles alusiva a los festejos a los que se nos convoca: el Bicentenario de los hechos revolucionarios de 1811.

Todo el año ha sido proclamado como el año del Bicentenario, elegido para la celebración de los inicios de la gesta artiguista como origen de nuestra identidad como pueblo oriental. Como toda operación de memoria histórica, es una decisión política controversial; como toda fiesta cívica, es un continente pasible de ser llenado con múltiples contenidos. La revolución oriental ha sido y es objeto de diversas miradas e interpretaciones, historiográficas y políticas.

La sociedad uruguaya celebró un Centenario, que no fue precisamente en 1911, aunque en ese año se conmemoraran los cien años del triunfo de Las Piedras. El primer Centenario celebrado oficialmente fue en 1930, a cien años de la jura de la primera Constitución de la República Oriental. A este se llegó luego de intensas discusiones parlamentarias y de un festejo menos entusiasta en 1925, el otro año candidato para la celebración del Centenario. El que hubiera celebraciones en 1925 y en 1930 respondía a que no se había dirimido en el Parlamento la cuestión de cuáles eran los hechos correspondientes a un centenario del Uruguay: si los de 1825, año de la Cruzada Libertadora y de las Leyes de la Florida, o los de 1830, inicio jurídico del Estado oriental independiente.

En el panorama de las conmemoraciones latinoamericanas de las luchas por la independencia, en Uruguay se eligió el año 2011, en una clara intención de rescate del artiguismo, más allá de todas las distancias conocidas y admitidas entre éste y la consolidación del Estado uruguayo en su forma actual. En este mes de octubre, específicamente, se conmemoran algunos eventos de la revolución oriental que han sido considerados particularmente significativos: la proclamación de Artigas como Jefe de los Orientales en la Asamblea de la Quinta de la Paraguaya, y la Redota, nombre dado por sus protagonistas al exilio que los orientales emprendieron, en marcha tras el caudillo, luego de la firma del armisticio entre Buenos Aires y el gobierno español y el consiguiente levantamiento del Sitio de Montevideo.

El primero de estos hechos tuvo lugar precisamente el 10 de octubre de 1811. Recordemos el camino recorrido por los orientales hasta ese momento: en febrero había estallado la “admirable alarma” en la Banda Oriental, Grito de Asencio mediante, en un levantamiento encuadrado en la revolución rioplatense iniciada en 1810 en Buenos Aires; en mayo, los orientales habían obtenido su primera victoria militar, la que había fortalecido la imagen de Artigas, frente a la Junta porteña, a los españoles y a sus compatriotas orientales; en ese mismo mes y, a partir del triunfo de Las Piedras, se había iniciado el asedio de Montevideo, en medio de duros sacrificios y penurias tanto para sitiadores como para sitiados. Al llegar agosto, el gobierno revolucionario bonaerense se encontraba en una situación francamente débil. Las derrotas militares en Alto Perú y el hostigamiento de la escuadra española a la ciudad de Buenos Aires condujeron a una serie de negociaciones diplomáticas entre la Junta – transformada luego en Triunvirato- y el gobierno del virrey Elío, con el telón de fondo de la entrada de las tropas portuguesas a la Banda, convocadas por los “godos”. Estas se tradujeron en la firma de un acuerdo preliminar de paz con Montevideo, a la que se le entregaba la Banda Oriental.

Las intenciones de negociar un levantamiento del Sitio conmocionaron al vecindario oriental, que se sintió traicionado por Buenos Aires, más allá de los imperativos estratégicos esgrimidos por ésta. La idea de Artigas y los jefes orientales que lo acompañaban – expresada en documentos posteriores- era la de la existencia de un pacto tácito entre los orientales y Buenos Aires, por el que ésta se hallaba comprometida a auxiliar a la Banda a liberarse del dominio español. El armisticio quebraba este pacto tácito y, en consecuencia, dejaba solos a los orientales, desprovistos de auxilio y conducción.

La negativa de los orientales a un acuerdo con los españoles se expresó primero en setiembre en la Asamblea de la Panadería de Vidal y luego, el 10 de octubre, en la Asamblea de la Quinta de la Paraguaya. Ésta se realizó en la zona de Tres Cruces, en el Cuartel general revolucionario, a iniciativa de Artigas, con la convocatoria de José Rondeau, Jefe del ejército sitiador y con el apoyo de muchos vecinos que firmaron la requisitoria. Señalan las crónicas que la asamblea – compuesta por los vecinos más connotados- fue numerosa, y que en ella, los orientales rechazaron el fin de la guerra en la Banda hasta que ésta fuera liberada del dominio español. Artigas exteriorizó asimismo su rechazo a las negociaciones con Montevideo, las que significaban abandonar a los orientales en manos de sus enemigos, al tiempo que dejó expresada su subordinación a Buenos Aires, gobierno al que respondía. Sería su influencia, según los historiadores Reyes Abadie, Bruschera y Melogno, la que haría que los orientales aceptaran resignadamente el levantamiento del Sitio, aunque manifestaron claramente su oposición al armisticio, frente al cual no transigían.

Esta postura fue acompañada por la proclamación de Artigas como Jefe de los Orientales, en una decisión que convertía al caudillo, jefe militar, en jefe político, jefatura que sería confirmada posteriormente en el Congreso de abril de 1813. Se profundizaba así la construcción de un liderazgo que se fortalecería en los años siguientes de la revolución, caracterizado por la dialéctica de caudillo “conductor y conducido”, como ha señalado certeramente el historiador José Pedro Barrán.

De esta forma los orientales, reunidos en lo que Artigas denominaría en oficio a la Junta del Paraguay una “Asamblea de ciudadanos”, elegían un conductor y tomaban decisiones respecto al rumbo de los acontecimientos revolucionarios. El “pueblo en armas” adquiría así un carácter claramente político y comenzaba a hacer uso de su soberanía, en una práctica democrática que daría su sello distintivo a la revolución oriental en el contexto rioplatense y latinoamericano.

Al ser conocida por las familias y milicias orientales acampadas en las orillas del arroyo San José, el 23 de octubre, la noticia de la ratificación del Armisticio por el gobierno de Buenos Aires, se produjo espontáneamente otra asamblea, en la que se resolvió emigrar junto con Artigas. Se produciría así entonces el denominado posteriormente por la historiografía Éxodo del pueblo oriental, exilio decidido por los propios orientales – a pesar de su Jefe- instancia en la que se consolidaría la investidura de Jefe dada a Artigas en la Quinta de la Paraguaya.

Columna especial de Silvana Harriett para 180. Harriett es historiadora y profesora de la Facultad de Ciencias Sociales.



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