Gustavo Laborde

Un profesor de todas las cosas

Con la muerte de Renzo Pi Hugarte (1934-2012), el pensamiento y la antropología uruguaya pierden una figura central. La historia de la antropología en Uruguay, en buena medida, se inscribe y explica dentro del propio itinerario intelectual de Pi Hugarte.

Actualizado: 17 de agosto de 2012 —  Por: Gustavo Laborde

Su interés por la disciplina data ya de fines de la década de 1950 (la Universidad de la República crea la cátedra recién en 1970), cuando era un veinteañero que saciaba su apetito intelectual en forma autodidacta, con lecturas y cursos informales que realizó, primero con su maestro, luego amigo y finalmente compañero de vida Daniel Vidart, y más tarde con Darcy Ribeiro. Este último, a la sazón exiliado en Montevideo, alentó a Pi Hugarte a continuar formalmente sus estudios académicos. Gracias a una beca, la Universidad de París fue su destino, allí entró en contacto no sólo con figuras como Leroi Gurhan, su director de tesis, sino con la efervescencia social que copó las calles en 1968: fue testigo directo del mayo francés.

Se recibió con una tesis sobre el pasado indígena en Uruguay, un trabajo en el que revisó fuentes históricas originales, documentos producidos por funcionarios reales, padres jesuitas, exploradores y guerreros que plasmaron las primeras impresiones sobre quienes entonces habitaban este territorio. Parte de la investigación está recogida en El Uruguay Indígena, de la colección Nuestra Tierra (1969), un texto de referencia obligada en la materia desde su publicación en adelante. Pese a su expresa voluntad de alejarse del tema, Pi Hugarte se vería forzado a volver una y otra vez sobre él, participando incluso en polémicas mediáticas, a partir de la década de 1990, con asociaciones indigenistas y autores de libros que afirman que los charrúas ejercían la democracia, construían catedrales en piedra y poseían altos conocimientos matemáticos y astronómicos que les permitieron elaborar un calendario. Con abrumadora erudición y un sentido común nada desprovisto de pedagogía, iba derribando una a una las cándidas mistificaciones de sus adversarios.

Antropólogo a la vieja usanza, Pi Hugarte siempre creyó que el lugar de trabajo de un etnógrafo es el campo y la principal herramienta, la observación. Navegó en el Amazonas, ejerció siete oficios en Los Andes, vivió en Buenos Aires, se crió en el campo. No había asunto, por más banal que pareciera, al que él no le encontraba un punto de interés. Era un gran conversador, de verba florida y sorprendentes conocimientos sobre los asuntos más diversos. También era guitarrero y cantor de tangos. Afiliado al materialismo cultural, miraba con desconfianza no tanto la teoría antropológica sino más bien el snobismo académico. Era crítico de Levi-Strauss, sarcástico con Marc Augé y cruel con García Canclini. Lector voraz –“un antropólogo tiene que leer todo lo que le cae en las manos”, solía decir en sus clases-, también alentaba el trabajo de gabinete. Era sensible, en particular, al aporte de la historia, como disciplina que favorece la capacidad explicativa de la antropología.

El aporte al pensamiento y a la antropología que realizó Renzo Pi desde la década de 1960 hasta la de 2010 se puede detectar en su obra escrita como en su trabajo docente. En la primera cabe destacar obras fundamentales como Cultos de posesión en Uruguay (Ediciones de la Banda Oriental, 1998), Los indios del Uruguay (Ediciones de la Banda Oriental, 1993) y el citado El Uruguay indígena, a la que se suma una copiosa cantidad de artículos académicos. La elegante prosa desplegada en cada uno de sus trabajos debe ser entendida como una dimensión creativa de su agudeza etnográfica y un índice de la profundidad intelectual que poseía. Como docente, dejó una honda huella –ya sea por adhesión o por rechazo- en varias generaciones de antropólogos que lo tuvieron como profesor y referente: el aula era su ámbito natural y el espacio en el que empleaba diferentes herramientas pedagógicas que iban desde la explicación sencilla, el humor o la provocación ex profesa para alentar el pensamiento y el espíritu crítico de sus alumnos.

Su partida ha entristecido a la comunidad académica, a sus interesados lectores, a sus muchos amigos, a sus alumnos, al presidente de la República y a instituciones de diversa naturaleza que van desde iglesias umbandistas, a la masonería o el Club Libanés. Se fue un valioso intelectual y con él mengua un tipo de saber ya insustituible.



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