Diego Muñoz

Los grandes cada día se parecen más

Lo mejor que le podía pasar al fútbol uruguayo era que Peñarol se empezara a parecer al Nacional de Alarcón. Sin embargo sucedió lo opuesto: fue Nacional quien comenzó a parecerse al Peñarol de Damiani.

Actualizado: 24 de diciembre de 2013 —  Por: Diego Muñoz

Devastado por la, en el mejor de los casos, impericia de sus autoridades entre fines de los 90 y principio de los 2000, el fútbol uruguayo vivía una de sus peores crisis en la historia. Y necesitaba un cambio. Resultaba urgente transparentar la gestión de la Asociación Uruguaya de Fútbol, lograr que el Ejecutivo tuviera independencia para tomar decisiones y generar un proyecto de selecciones nacionales serio y profesional.

Lo pedía a gritos el hincha, hastiado de una situación insoportable, cansado de tolerar el tufillo nauseabundo que emanaba la AUF. Pero para conseguirlo, resultaba vital mejorar la calidad dirigencial. Era imposible hacerlo con directivos que funcionaban anclados en el pasado.

Tras la salida de Eugenio Figueredo y aún limitados por el entorno, José Luis Corbo y Washington Rivero intentaron una lavada de cara al llegar a la presidencia. Los dos se movieron en un ambiente complicado, con resabios de un manejo oscuro, turbio, dudoso. A pesar de que las ventanas crujían, ambos lograron entreabrirlas para que entrara un poco de luz.

El actual presidente, Sebastián Bauzá, se encargó de ordenar un poco más la casa y sacudir las telarañas. Si bien no está exento de errores, su gestión ha tenido muchas virtudes. Entre ellas, las de blindar el proceso de selecciones nacionales y darle independencia a la AUF. Rodeado de buenos compañeros de Ejecutivo logró recuperar aquellos principios esenciales y resistir los embates de dirigentes que añoran el club de bochas que había antes. Tal vez como nunca, en estos años quedó claro quiénes desean una AUF con poder de decisión y quiénes funcionan como brazos ejecutores de exigencias externas.

Que el fútbol uruguayo está bastante mejor que hace unos años no admite discusión. El cambio fue posible también gracias a la presencia de valiosos presidentes de clubes como José Luis Palma, Ricardo Alarcón, Fernando Sobral y Arturo del Campo.

Pero en el camino hubo un paso atrás. Para seguir avanzando lo ideal hubiese sido que Peñarol se empezara a parecer al Nacional de Alarcón y no, como sucedió, que Nacional se asemejara al Peñarol de Juan Pedro Damiani.

Lejos de entrar en la polémica sobre si la “Cultura Nacional” era un eslogan o no, lo cierto es que el ex presidente tricolor daba señales de oponerse a que el fútbol fuera un drama con componentes bélicos. Priorizaba lo que pasaba en la cancha, se mostraba respetuoso por el adversario, no entraba en chicanas peligrosas, no daba batallas extenuantes e innecesarias.

En un país en el que los clásicos dejaron de ser partidos de fútbol para transformarse en guerras que duran 15 días, se permitió saludar a los directivos aurinegros del Movimiento 2809 previo a un Nacional-Peñarol en medio de la tribuna Olímpica. Las críticas a esa acción fue la demostración más contundente de que la pacificación del fútbol es apenas un discurso.

Sin embargo, sus moderadas actitudes no implicaron un avasallamiento de los intereses del club. Bajo el mandato de Alarcón, Nacional obtuvo importantes victorias en la AUF, como volver a jugar el partido que Líber Prudente suspendió porque el equipo salió a la cancha tarde, y ganó tres Uruguayos en seis años.

Pero los socios tricolores decidieron desandar el camino ganado y retroceder en determinados criterios de manejo del club. Eligieron un presidente que prometió ganar en todas las canchas, que pidió públicamente a sus dirigentes que defiendan de manera deliberada a Nacional, que durante la campaña utilizó un spot publicitario en el que se quemaba una bandera de Peñarol.

En un año lo único que logró Ache fue usar el banco de suplentes locatario en el clásico. No obtuvo ninguna de las “victorias” que prometió en el resto de las canchas y en el verde césped ni hablar. Nacional perdió los tres partidos ante Peñarol, no ganó ningún torneo y, después de años, no obtuvo ni un solo campeonato de juveniles.

A falta de resultados, la institución responde con chicanas hacia Peñarol, se aferra a la discusión por el decanato y denuncia teorías conspirativas en su contra. Con eso distrae la atención. Nada que Damiani no haga cada vez que su club recibe un revés deportivo.

Los grandes cada vez se parecen más.

El Nacional de Ache tiene los mismos vicios que el Peñarol de Damiani. Piensan en confrontar fuera de la cancha con el otro, dan respaldo institucional a cuestiones folclóricas, quieren ganar a como dé lugar, desean ejercer la autoridad amparados en la cantidad incuestionable de gente que arrastran, se quejan de los arbitrajes aun cuando son beneficiados en la mayoría de los partidos.

Eso sí, hay una cosa en la que los grandes se diferencian. A lo largo de los años, sea Ache o Alarcón, Nacional fue coherente respecto del contrato por la televisación. Siempre se opuso, nunca lo votó, jamás hizo los mandados a nadie.



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