Diego Muñoz

Da Silva en su laberinto

Jorge Da Silva declaró el sábado que pensaba en la renuncia pero el domingo decidió continuar. Con la jugada, el técnico solo se puso más presión de la que ya tenía.

Actualizado: 13 de setiembre de 2016 —  Por: Diego Muñoz

En cada partido que juega Peñarol crece la resistencia que la gente tiene hacia Da Silva. El entrenador, que en enero tomó el equipo campeón del Apertura, hizo público su descontento en la conferencia posterior a la derrota frente a Wanderers, en la que amagó con una renuncia.

Ante la prensa se quejó de que “hay tolerancia cero” por parte de la hinchada para él y su cuerpo técnico. “Uno está cansado de que siempre el responsable es Da Silva”, dijo. Eso, según su visión, resulta difícil de entender ya que con él como entrenador Peñarol ganó los dos Uruguayos que dirigió. El hecho, objetivo y cierto, lo expone como nunca. Para peor, el técnico deja de lado una serie de situaciones en la que es el principal responsable.

Da Silva tomó el equipo el 25 de enero de 2016. Un día antes, el presidente de Peñarol, Juan Pedro Damiani, había cesado a Pablo Bengoechea, técnico campeón del Apertura. Damiani repitió su conducta compulsiva de cesar entrenadores a días del comienzo o apenas empezado un torneo.

“Quiero un equipo protagonista, agresivo, dinámico. Pensamos en ganar el Clausura y llegar lo más alto posible en la Copa”, dijo en la conferencia en la que fue presentado. La realidad es que no solo perdió el Clausura tras caer en el Campeón del Siglo frente a Plaza, sino que en la Libertadores el equipo dio pena.  

Da Silva también aventuró en enero “un equipo con una idea definida de lo que juega, que sepa lo que quiere en la cancha, que entusiasme al hincha de Peñarol. Un equipo protagonista, agresivo, dinámico”. Nada de eso se vio en el semestre. Un partido sí y otro también, Peñarol lucía apático, con jugadores que deambulaban por el campo, que desconocían por qué estaban ahí, qué tenían que hacer, de qué forma debían actuar.

Transiciones lentas y previsibles, defensa insegura, ataque raquítico, laterales sin desborde, volantes que no rompían líneas, delanteros sin compañía. Da Silva lucía abrumado, responsabilizaba a los jugadores, ponía futbolistas que luego no iban ni al banco, cambiaba con voracidad de oncena. Fue tal el desconcierto que Diego Forlán fue suplente algunos partidos.

A pesar de todo salió campeón Uruguayo gracias a aquel torneo ganado por Bengoechea y a una Anual que aseguró con infinidad de sobresaltos.

El grado de desencanto quedó más explícito que nunca al encarar el nuevo Uruguayo. Después de algunos días de incertidumbre sobre si Da Silva continuaría, el técnico fue confirmado y Peñarol contrató 11 jugadores nuevos en el período de pases. Llegaron Junior Arias, Gastón Rodríguez, Guzmán Pereira, Alex Silva, Nicolás Dibble, Gabriel Ávalos, Matheus Bressan, Ángel Rodríguez, Juan Martín Boselli, Luis Urruti y Maximiliano Perg.

Entonces empezó a andar otra ilusión, que se hizo añicos apenas 180 minutos después. Por la primera fase de la Sudamericana ante el rústico y limitado Sportivo Luqueño, los hinchas vivieron otra frustración en el Campeón del Siglo.

Con un plantel largo y con varias figuras, a Da Silva no le quedó otra que encarar el Uruguayo. Los tres partidos que jugó hasta ahora fueron como local. Empató el primero, ganó el segundo y perdió el tercero. Consiguió cuatro puntos sobre nueve.

A pesar de los números, esta vez no fue la directiva la que lo puso entre la espada y la pared sino que fue el propio técnico de Peñarol quien, solito, se metió en un laberinto de difícil salida. Lo peor que pudo hacer fue ponerse en víctima y reclamar que lo quiera una hinchada que ni siquiera reparó en críticas con figuras de la talla de Gregorio Pérez o Pablo Bengoechea, ambos reemplazados por Da Silva.

Da Silva no puede esperar que la gente aplauda a un entrenador cuyo equipo no transmite nada. En vez de pedir afecto, debería reflexionar si hizo algo para que se lo brinden.



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