Diego Muñoz

Ramos vio el árbol, Medina el bosque

Uno planificó a mediano plazo y otro fue partido a partido. Hoy esa diferencia entre Alexander Medina y Leonardo Ramos se ve en la cancha. Nacional y Peñarol están en momentos opuestos por completo y la clave está en cómo visualizaron sus entrenadores el semestre.

Actualizado: 04 de mayo de 2018 —  Por: Diego Muñoz

Nacional le jugó a Santos como se juegan los partidos decisivos de Copa. Sin conceder un centímetro, con máxima intensidad, corriendo la cancha desde el primer minuto hasta el último. Y para tener esa actuación se necesita un equipo óptimo en lo físico.

Ni bien llegó a Nacional quedó claro que Medina no había venido con la intención de ser un técnico más. El tipo asumía decidido a imponer su estilo y jugarse por lo que creía.

Planificó con seriedad el semestre y trabajó con el norte de llegar a este momento con el equipo entero. Y para eso rotó, alargó el plantel con juveniles como Cristian Oliva y Guzmán Corujo, armó dos equipos, priorizó siempre el estado atlético del equipo.

Elevó la mira. Claro que quería ganar el partido que tenía por delante pero sin perder de vista el objetivo principal. Eso permitió que los jugadores no se sobrecargaran y estuvieran disponibles al máximo de sus posibilidades ahora.

Ramos fue la antítesis de Medina. Fue partido a partido, puso todo en la cancha siempre, no midió riesgos ni fue precavido. Cuando en una conferencia de prensa le preguntaron por qué siempre jugaba el mismo equipo contestó: “No creo mucho en eso de las rotaciones”. Como si por una cuestión de fe alguien que juega sin parar miércoles y domingo dos meses no se va a cansar.

Envalentonado por la forma extraordinaria, en todo el sentido de la palabra, que ganó el Uruguayo pasado y por las victorias clásicas de comienzo de temporada no reparó que necesitaba la rotación para que el equipo no se le fundiera.

Después de jugar ante Progreso Ramos diagnosticó que el plantel no daba más sin considerar jamás que él era el principal responsable de una realidad que rompía los ojos. Rotó tardísimo y el plantel llegó fundido a la parte más importante del semestre.

Extenuado, agotado, abatido. Así llegó Peñarol al final del semestre. Ramos insistió con el mismo equipo en los dos torneos y pagó un alto precio. Observar el esfuerzo que hacían los jugadores aurinegros en Tucumán resultaba conmovedor. Pero las piernas no respondían. Esas piernas que el técnico no preservó nunca en estos meses.

Ante los argentinos no pudieron jugar por lesión Lucas Hernández y Fabián Estoyanoff, el arquero Kevin Dawson se lesionó en el calentamiento más allá de que estuvo en la cancha y Mathías Corujo salió en el primer tiempo.

Ramos tuvo, es cierto, el viaje de Cristian Rodríguez y Guillermo Varela a China con la selección. Pero ni bien llegaron los tiró a la cancha y jamás pensó en rotarlos, ni a ellos ni a ninguno de los otros jugadores que daban señales de estar fundidos.

En el clásico el equipo ya no podía más. Peñarol no puede sostener un partido de exigencia, no le da para llegar al área rival siquiera del cansancio. Ante Nacional no tuvo tiros de esquina a favor y frente a Tucumán pateó dos veces en 90 minutos.

Con un equipo agotado, jugadores como Fidel Martínez que eran figuras y fueron quitados de manera inexplicable, baluartes extenuados como Cristian Rodríguez y la falta de Walter Gargano que nunca pudo disimular, Peñarol está a punto de perder todo.

Es cierto que el fútbol es tan impredecible que tal vez este sábado gane Peñarol, pierda Nacional y Peñarol sea campeón o que en un par de semanas Libertad y Atlético Tucumán en vez de empatar y clasificar los dos jueguen un partido al máximo, uno de los dos gane y suceda el milagro de que Peñarol se meta en octavos. Incluso tal vez ocurran las dos cosas. Pero no cambiará el concepto de que Medina fue más metódico y planificó mucho mejor el semestre que Ramos.



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