Las notorias diferencias entre los equipos se vieron en la cancha. Salvo un milagro, era imposible que Atenas pudiese complicar a Peñarol. Y los milagros suceden muy de vez en cuando.
Los de López hicieron lo que quisieron durante todo el partido y si no golearon fue porque estuvieron imprecisos en los últimos metros. El control del juego fue absoluto ante un adversario que está centrado en objetivos muchos más modestos.
Con Cristian Rodríguez y Maximiliano Rodríguez desde el inicio, Peñarol siempre puso las condiciones en el Campeón del Siglo. Para mejor tuvo a Gabriel Fernández que cada día está más seguro de sí mismo. El centrodelantero se supera con el paso de los partidos y se ha transformado en pieza clave del equipo.
No pasó sofocones atrás, se impuso en el medio y generó peligro arriba. Atenas apenas pudo tratar de defender su arco y se encomendó a alguna situación que se le presentara.
Cuando a los 16 minutos Fernández recibió por la derecha, enganchó de manera notable y definió abajo contra el segundo palo, la sensación fue que las cartas estaban echadas.
Esa impresión fue todavía más clara cuando a los 39 Maximiliano Pereyra fue expulsado.
Como si en la mismas condiciones ya no hubiese demasiadas diferencias, quedaba por delante una segunda mitad en la que Peñarol ganaba y tenía un jugador más.
Tras el descanso el local mantuvo su predominio. Plantado en campo rival, con circuitos de juego iniciados desde el mediocampo, buscó una y otra vez el segundo gol. Errático en el área rival, el partido se mantuvo 1 a 0 hasta que a los 81 Hernández tomó un centro y le rompió el arco a Sebastián D’Angelo,
