Jorge Sarasola

Mi semestre en la Italia populista

Una reflexión luego de seis meses en Italia bajo el nuevo gobierno de coalición entre la Lega y el Movimento Cinque Stelle.

Actualizado: 23 de setiembre de 2018 —  Por: Jorge Sarasola

Apenas arribado al Bel Paese en febrero de este año, decidí adentrarme en la cultura local de la única forma que lo sé hacer: ir a un bar, pedir un café (espresso, como se debe beber en Italia) y comprar el diario. Enseguida me pregunté donde había dado a parar: “Ataque en Macerata, seis extranjeros heridos”, leía el titular. Un hombre italiano había disparado a seis personas afrodescendientes desde su auto, antes de ir al Monumento a los Caídos en Macerata, hacer el saludo fascista, y esperar a la policía. Afortunadamente ninguno de los heridos falleció.

El atacante de 28 años, Luca Traini, había sido candidato por la Lega Nord para unas elecciones comunales en Corridonia en 2017. La respuesta del líder de la Lega, Matteo Salvini, ante este macabro ataque, dejó sin aliento a varios: “Cualquiera que dispara es un delincuente” sentenció. Pero agregó: “Es claro y evidente que la inmigración está fuera de control, que esta invasión organizada y financiada durante los últimos años lleva a la confrontación social.” Claro, como si la culpa del intento de asesinato fuese de los mismos inmigrantes que casi fueron asesinados.

En un clima caldeado por este y otros sucesos, Italia vivió una de las elecciones más impredecibles de la memoria reciente el último 4 de marzo. Los votantes abandonaron a los dos partidos tradiciones – Forza Italia del eterno Silvio Berlusconi y el Partido Democrático del joven Matteo Renzi – para darle espacio a los dos insurgentes de la noche: la Lega de Matteo Salvini y el Movimento Cinque Stelle de Luigi di Maio.

 

Matteo Salvini y Luigi di Maio (AFP)

Es difícil escribir sobre Salvini sin terminar dedicándole el artículo entero. En solo cuatro años como líder ha convertido a un partido separatista (la Lega Nord, que abogaba por la independencia del norte de Italia) en exactamente lo opuesto, un partido nacionalista (la Lega), llevando su porcentaje de votos de un mero 4% a un rotundo 18% (una cifra nada despreciable en un mundo político fragmentado como el italiano). En 2014 hubo un cambio de estrategia claro cuando Salvini admitió que apoyaría al equipo nacional italiano (algo impensado bajo el antiguo líder del partido, Umberto Bossi). Sus diatribas contra los sureños fueron sustituidas por insultos a los inmigrantes, y sus críticas hacia Roma ahora son dedicadas a Bruselas. Su promesa de deportar a medio millón de inmigrantes ilegales y sus ataques dirigidos hacia la indiferencia que la Unión Europea tiene para con Italia han resonado con muchos votantes fuera de la cuna norteña del partido.

No menos espectacular fue el ascenso del Movimento Cinque Stelle bajo la conducción actual de Luigi di Maio. Creado por el irreverente comediante Beppe Grillo (en 2005 surge el blog y en 2009 el partido) y el gurú de la informática, Gianroberto Casaleggio, este movimiento de protesta anti-establishment ha experimentado un crecimiento vertiginoso hasta convertirse en la principal fuerza política del país. Imposible de definir, ya que el partido no se considera ni de izquierda ni de derecha, di Maio peleó la campaña con una amalgama ecléctica de propuestas: luchar la corrupción (su caballito de batalla), un sueldo garantizado y universal para todos los ciudadanos, énfasis en proteger el medioambiente y desarrollar energías renovables, y recortar los sueldos de los parlamentarios.

Cuando le consulto a Marco (36, de Potenza Picena), hoy miembro del Movimento Cinque Stelle, por qué abandonó al Partido Democrático, se muestra tajante: “Yo voté siempre a la izquierda, porque creo que el Estado debería ocuparse de los servicios públicos y garantizarlos con la máxima profesionalidad. La izquierda [el Partido Democrático] en los últimos 30 años ha privatizado la telefonía, las autopistas, la sanidad, etc. Eso no es izquierda, es derecha pura.”

Luego de una elección donde ningún partido obtuvo la mayoría parlamentaria, hubo un período de negociación entre los actores principales. Meses después, surgió un extraño matrimonio entre la Lega y el Movimento Cinque Stelle. Incapaces de aceptar que uno fuese el mandamás y el otro no, Salvini y di Maio pactaron para elegir a un Primer Ministro neutro, Giuseppe Conte (un desconocido profesor de derecho), mientras ellos tomaron importantes carteras ministeriales, Interior y Trabajo, respectivamente.

Pocos hubiesen imaginado esta peculiar unión política. En primer lugar, el Movimento Cinque Stelle tiende a usurpar votantes de izquierda desencantados con el establishment, y una coalición con la extrema derecha debería haber alzado varias cejas. En segundo lugar, el partido de di Maio es particularmente popular en el sur del país, y la Lega creció como un partido que denigraba a los sureños a favor de la excepcionalidad norteña. De hecho, hay evidencia audiovisual que muestra a Salvini cantando una ofensiva canción donde se afirma que los napolitanos huelen tan mal que hasta las perros los evitan. Pero a pesar de esto, una votación entre los miembros del Movimento Cinque Stelle mostró que el 94% aprobaba la formación de este gobierno de coalición.

 

 

Le planteo esta paradoja a Marco: ¿si es un hombre de izquierda, como puede aceptar que su partido ahora baile al son de Salvini? “Esto es debido a la ley electoral hecha antes de las elecciones. Todo el mundo sabía que Cinque Stelle iba a ganar, y entonces se votó una nueva ley electoral donde un partido puede gobernar solo si alcanza el 40%. Fue un escándalo – se llama la ley Rosatellum”, explica el partidario de Luigi di Maio. “Ofrecieron la oportunidad de participar en el contrato de gobierno al Partido Democrático, que no se sentó en la mesa a discutir. Forza Italia jamás sería posible por su historia de corrupción. El único fue Salvini.”

Un punto donde el Movimento Cinque Stelle hace menos ruido que su compañero de coalición es sobre el tema migratorio. Guiado por el presupuesto periodístico de que un taxista encapsula la voz de su ciudad, le pregunté a uno en Perugia como veía la recuperación de su región (Umbria) luego de la gran recesión. El individuo olvidó mi pregunta de naturaleza económica para saltar inmediatamente a lo que en sus ojos era el mayor problema de la ciudad: la inmigración. Algo similar me sucedió en Lazio junto a una familia con la que viví. “No es que somos racistas”, aseguraba Francesco. “Simplemente no podemos lidiar con la crisis migratoria solos en Italia.” Su hermana, Valeria, no demoró en agregar: “Hay que ayudar a los refugiados que necesitan ayuda. Pero la mayoría no son refugiados.” Esta es una línea que le he escuchado a Salvini repetir hasta al infinito. Y completa su argumento: “Bajan de los barcos con mejores celulares que el mío.” Aunque, para poner esta conversación en contexto, Francesco también me habló sobre los aspectos positivos del gobierno de Benito Mussolini (entre ellos, construir un lago artificial frente a su actual casa). Quizás, la comparación entre Il Duce y Salvini no sea tan exagerada después de todo.

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Giuseppe Conte (AFP)

En mi experiencia, muchos italianos intentan separarse de la retórica incendiaria de Salvini contra los inmigrantes – pocos he encontrado que lo defiendan a capa y espada. Pero, a pesar de esto, muchos están a favor de su posición robusta frente a la Unión Europea (por ejemplo, el reciente incidente cuando prohibió el arribo del barco Aquarius, repleto de personas rescatadas en el mar, que finalmente atracó en España). Es aquí donde la preocupación sobre el flujo migratorio se torna más compleja: según la ley europea, un refugiado debe pedir asilo en el primer país donde arriba. Esto, en la práctica, significa que tanto Italia como Grecia (dos países con suficientes problemas internos) han estado en la primera línea del flujo migratorio por obvias razones geográficas. Esto es lo que Salvini desea renegociar con su frase célebre, “La pacchia è finita” (La fiesta se terminó).

Tampoco se puede olvidar que el tono de un político prominente tiene repercusiones directas en cómo actúa la sociedad. Al ataque en Macerata debemos agregar el asesinato de un sindicalista de Mali, Soumayla Sacko, en junio de este año en Calabria; el homicidio de un vendedor ambulante senegalés, Idy Diene, el día después de la elección en Florencia; y la lesión que sufrió una atleta italiana de origen nigeriano, Dasy Osake, cuando le arrojaron un huevo en el ojo desde un auto. Todos ataques con un evidente componente racista.

Serena, 23 y de Bergamo, área donde nació la Lega Nord, tiene pocas dudas que la caja de Pandora abierta por Salvini tiene una relación directa con esta ola de ataques hacia inmigrantes: “El gobierno explota el “problema” migratorio para distraer al pueblo de los verdaderos problemas que sufre el país. Se utiliza a este tema como chivo expiatorio, y así encontrar culpables fáciles para la falta de trabajo que experimentan los italianos.” Pero incluso ella tiene palabras duras para con la Unión Europea: “La UE no tiene en consideración a Italia, y plantea propuestas políticas más convenientes para los países del centro de Europa, dejando así sola a Grecia, Malta e Italia, que deben gestionar la llegada de los inmigrantes.”

En una entrevista del New Statesman con el reconocido científico italiano, Carlo Rovelli, este afirmó que “Italia es normalmente el primer país en hacer las cosas de manera equivocada”. Dado que Hitler encontró inspiración en Mussolini, y que Trump puede ser visto como un heredero de Berlusconi, cierta evidencia avala el dictamen del científico. Muchos mirando de cerca se preguntarán si esta profecía se cumplirá, e Italia será la primera de muchas potencias europeas en ser gobernada por populistas.



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