Villaverde entró por primera vez a la Cárcel de Canelones en 2005 para realizar un informe para el programa La Brújula, de Radio El Espectador. Los presos quedaron muy conformes con lo que escucharon y así comenzó un vínculo que se extendería por tres años. En el medio, Andrea dejó de lado el programa para meterse de lleno en una realidad que hasta entonces le era ajena.
¿Cómo hiciste para mantener la relación con los dos presos que protagonizan la película?
Yo me ocupé de generar un vínculo antes de comenzar a filmar. Estuve yendo a la cárcel un año y medio sin que la cámara entrara. Eso fue muy bueno para el documental y para la relación que establecí con ellos. Cuando yo fui a hacer un informe para El Espectador en 2005 a ellos les gustó lo que había hecho. Toda la cárcel escuchó el informe y ellos enseguida me llamaron para decirme que les había gustado.
Ellos me pidieron que fuera su madrina. El asunto fue que ese madrinazgo les comenzó a devolver cosas. Cuando yo fui ellos estaban pidiendo que alguien de afuera les diera algo de bola. Yo se las di y el afuera respondió. Ahí se empezó a generar la confianza.
Algo que colaboró fue que fuera mujer y más grande que ellos. De alguna manera yo podía ser la mamá de muchos de ellos. Eso ayudó para generar esa confianza. Siempre les dije que iba a hacer todo de manera absolutamente legal. Todo el tiempo estaban por ejemplo pidiéndome que los llamara al celular. Yo nunca los llamé al celular. Los llamaba al teléfono público de la cárcel, o sea que los horarios en que ellos estaban en la celda no podíamos hablar.
Cuando estábamos buscando la plata para la película, ellos la ofrecieron. “Acá hay gente dispuesta a ponerla”, me decían. Yo les dije que no. Ahí también está la coherencia de no pisarme el palito y eso sirvió para generar la confianza.
¿A ellos también les sirvió generar un vínculo dentro de la legalidad?
Yo creo que sí.
¿Cuándo el trabajo se convierte en película?
A los dos meses de empezar a ir a la cárcel me di cuenta de que estaba buenísimo documentarlo. Además yo creí que el proyecto de Rehabilitación Voluntaria iba a ser un modelo a seguir.
Cuando yo decidí irme de radio El Espectador, hablé con los reclusos y les pregunté si querían hacerlo. Querían la cámara al otro día. Fue también un laburo de decirles que había que tener paciencia, que hasta que no tuviéramos el dinero no podíamos entrar porque no lo íbamos a terminar. Yo creo que si ellos aprendieron algo fue a esperar, hay que tener mucha paciencia. Ellos lo decían muchas veces, lo único que tienen en la cárcel es tiempo, entonces las cabezas van a mil. Sobra el tiempo.
De ahí la importancia de la claridad para no caer en la vorágine que ellos te pueden plantear.
Exacto. La demanda era brutal.
¿Nunca tuviste miedo?
En algún momento sí. El día que sentí más miedo fue el segundo día porque fui a la visita. Ahí sí me asusté. La primera vez fui a través del contacto con el director y era una periodista que entraba. La segunda vez fui a la visita para ver cómo era y me sentí tan vulnerable, no tenía idea... Yo sabía que te revisaban pero no tenia idea de lo que había que pasar. Literalmente me tuve que desnudar frente a dos personas muy hostiles.
¿Qué efecto aspirás que tenga la película?
A lo que aspiro es que la película colabore por lo menos en instalar un tema. Que el que vea la película al menos pueda pensar que no estamos tan lejos como parece, que los que están dentro de la cárcel son personas a las que les pasa lo mismo que a todos. Que están obligados a convivir en un ambiente cerrado y se generan reglas muy duras. Además, si no comulgan con esas reglas son excluidos. Hay mucha gente que está excluida afuera y al entrar en la cárcel también es excluida. Eso es muy duro.
¿Mantuviste la distancia del trabajo periodístico o sentís que en algún momento pasaste a formar parte de lo que estabas cubriendo?
Yo creo que en algún momento formé parte de la realidad que estaba cubriendo. En realidad el planteo nuestro fue ser testigos privilegiados y no hacer un informe periodístico. Me costó darme cuenta de eso. El Vasco metió mucho pienso en eso. Él me decía que yo no era una notera sino un disparador para que los tipos se abrieran. Discutimos mucho eso, si aparecía o no en cámara. Al principio no aparecía y después nos dimos cuenta de que mi rol había que mostrarlo. Yo soy parte de la historia y empecé a mostrarme.
Nosotros tenemos clarísimo que lo que la película muestra es una parte, un pedacito de la realidad. No hay imágenes robadas, siempre supieron que estaban siendo filmados. Por tanto ellos manejan lo que muestran y lo que no... y no muestran muchísimo.
¿Cuál es tu vínculo hoy con los dos personajes centrales de la película?
Saber de sus vidas. Los dos están libres desde 2009. Con uno mantuve contacto todos estos años. Con el otro habíamos perdido el contacto, al punto que al final de la película los créditos dicen que no tenemos contacto con él, pero hace unos meses me ubicó. Por suerte, estuvo para la presentación de la película.
¿Y qué devolución te hicieron?
Ellos quedaron impactados. No sé decirte... Sé que están muy movilizados, contentos y con cierta expectativa de que pase algo.
Al principio de la charla te preguntaba si seguías creyendo en esa experiencia de rehabilitación y me dijiste que no. ¿Cómo y por qué se dio el cambio en esa opinión?
Cuando tomé contacto con el proyecto de rehabilitación voluntaria creí que eso era posible. No es que no crea en que la iniciativa de la gente haga posible algo. De lo que me di cuenta es de que hay una cosa que es mucho más abarcativa y es que tiene que haber una política pública para cárceles. Si no hay una política que marque unas pautas de por dónde tienen que ir las cosas es muy difícil que los reclusos a impulsos personales puedan modificarse, simplemente porque la institucionalidad no les responde.
Lo que pasó fue que ellos tomaron la iniciativa, fueron a pedir, a proponer y las instituciones no estaban prontas. Tampoco lo están hoy.