Lo que pasa en la cancha duele, hiere, lastima, da vergüenza. Un grupo de profesionales se pelea como si fueran dos bandas de adolescentes alcoholizados a la salida de un baile. Sin justificación, sin motivo, sin derecho.
Ellos, le roban la ilusión a la gente que todavía sueña con vivir un partido de fútbol como un juego. Ellos, juegan con fuego y enardecen a los violentos de las tribunas. Ellos, entregan mensajes barriobajeros, de guapeza mal entendida, son imprudentes e irresponsables.
El bochorno en el campo es la síntesis de una competencia interna que camina hacia el abismo un día sí y al otro también. Que vive sin valores y en la que el otro no es un rival sino un enemigo. De un fútbol en el que todo vale con tal de ganar, aunque haya que hacerlo bordeando la ley del lado de afuera.
Era un lindo clásico hasta que ellos se encargaron de arruinarlo. Intenso, disputado, abierto. Los equipos mostraban buenas intenciones para jugar y disposición para atacar. Ambos lucían mejor que en el primer partido de verano.
Pero bastó que Carlos Núñez levantara una pierna más de lo debido contra Guillermo De Los Santos y que Andrés Scotti se lo reprochara de forma vehemente, para que todo se desvirtuara.
Primero se arremolinaron casi todos. Desafiantes, los jugadores se miraron de cerca, se empujaron, amagaron con golpearse. Aunque había varios focos de tensión, los más sacados eran Luis Aguiar y Santiago García. Ingresaron los suplentes y técnicos de los dos equipos y cuando parecía que la situación estaba controlada, Fabián Estoyanoff pegó una trompada descalificadora contra Pablo Álvarez que desató una batalla campal.
Durante un par de minutos el Centenario fue un circo romano en el que los protagonistas se pegaban trompadas y patadas mientras los hinchas rugían en las gradas. García, Núñez, Estoyanoff e Ignacio González estaban fuera de sí.
Insólitamente, Martín Vázquez decidió seguir tras expulsar a los cuatro. Antes del papelón, hubo un partido en el que Nacional jugó mejor que Peñarol. El equipo de Pelusso tuvo más orden y ambición ofensiva. En el comienzo, contó con un inspirado González a quien le cometieron un penal evidente que Vázquez, de pésimo arbitraje, no sancionó.
El esquema predilecto del DT, el 4-2-3-1, permitió que el equipo tuviera velocidad por las bandas. Sin embargo, Nacional no tuvo criterio cuando se acercó al arco de Castillo.
Sobre los 25 Peñarol lo emparejó con buenos minutos de Aguiar y de Sebastián Píriz. De ahí al final, el Carbonero tuvo tres situaciones claras para abrir el marcador.
El segundo tiempo volvió a comenzarlo mejor Nacional con un Porta que se mostró participativo y peligroso. Fue Porta quien peleó la pelota en el área, le hizo un caño a Pablo Lima y fue derribado por el lateral. Alonso puso el 1 a 0 a los 58 minutos.
Luego Peñarol lo intentó con cambios pero estuvo demasiado lejos del arco que en el segundo tiempo defendió Leonardo Burian.
Así se iba el partido. Hasta que los jugadores decidieron ofender a los espectadores. Y arruinarlo todo.