Para llegar a destino hay que diseñar una ruta.
Para cumplir un objetivo hay que tener un plan.
Los esquemas de partido de Tabárez ante los europeos fueron perfectos.
Una de las premisas del cuerpo técnico es limitar las fortalezas de los rivales para ejercer el dominio.
Es un desafío superlativo considerando que en oposición están los mejores.
Para lograrlo hay que elaborar ideas claras y saber transmitirlas.
Para ejecutarlo hay que disponer de una variedad de recursos que solo se consigue dándole sentido al tiempo de trabajo.
No es acumulación de horas de vuelo; es conocimiento transferido generando convencimiento.
Uruguay empieza a ganar desde la memoria colectiva y productiva.
La versatilidad de las piezas permite ajustar el sistema de un partido a otro o durante un mismo desarrollo.
Cuando un rival pretende atacar con dos delanteros centrales no hay mejor respuesta que dos zagueros tomando referencias y otro sobrando.
La línea de tres funcionó a la perfección con dos stoppers aplicados (Giménez y Cáceres) dueños de reacciones rápidas; y un líbero expeditivo (Godín) que manejó al bloque, hizo coberturas milimétricas y sacó al equipo con voz de mando.
La tarea de González y Pereira como aleros permitió cancelar las orillas anulando el recorrido externo de Darmian y De Sciglio.
El trabajo asociado de los volantes interiores (el Cebolla custodiando al ingenioso Verrati, Lodeiro tomando una referencia zonal sobre Marchisio y Arévalo como guardaespaldas) se complementó con el sacrificado y efectivo repliegue de Cavani para bloquear el GPS de Pirlo.
Se hace difícil hacer foco en la idea de Messi, Neymar o Cristiano arremangados.
Ya vimos a Rooney estacionado por la izquierda en el debut inglés, sin un retorno solidario, dejando al lateral Baines expuesto al dos-uno.
El cumplimiento de semejante misión por una de las figuras del equipo es la mayor muestra de compenetración con la causa.
Cavani es un delantero de toda la cancha.
La selección redujo a esta Italia de juego pulcro a la mínima expresión.
La tuvieron más pero muy lejos.
No pudieron conectar los circuitos.
Quedaron estirados y se volvieron previsibles.
Nunca profundizaron combinando como saben.
No pudieron.
Uruguay supo ser directo para generar una circulación profunda que abría grietas cuando las descargas se hacían por la izquierda.
En el segundo tiempo Maxi Pereira ofreció mayor amplitud en la búsqueda del gol necesario.
El reloj marcaba movimientos: Prandelli amplió la línea de tres a cinco y aumentó la cantidad de volantes dúctiles para disimular la falta de una pieza con la tenencia de pelota.
Marchisio hizo uso de fuerza excesiva.
Tabárez cubrió el frente de ataque con Stuani y agregó ideas frescas con Ramírez para oxigenar los físicos extenuados por ese cóctel explosivo que forman el desgaste y la temperatura.
La insistencia nunca nubló a la paciencia.
La pegada de Gastón llevó el riesgo al corazón del área italiana.
El salto anterior de Stuani, Cáceres y Arévalo fue una barrera de protección para el impulso ganador del capitán.
Los zagueros rivales se consumieron en las dudas que provoca la zona cuando no se defiende al hombre y la pelota distrae.
La figura de Godín se elevó enorme: "lo hice con el alma", explicó.
Alma ilimitada que rompe redes y gargantas después de someter a arqueros de apariencia inexpugnable.
Las apariencias engañan: la suya, con cara de hombre tranquilo, es la fachada que esconde la reserva anímica inagotable de un líder al que el brazalete le cae a la medida.
Hoy todos hablan con respeto de la selección.
Y algunos con animosidad de Suárez.
Los antecedentes no ayudan y lo vuelven un blanco apetecible.
La FIFA abrió un expediente -no se incluye a Chiellini que también dejó huellas- mientras los pedidos de una sanción de oficio se acumulan.
Cruzar esa delgada línea es una posibilidad.
Al hacerlo, se corre el riesgo de modificar la medida de la vara de la justicia y terminar cobrando al grito.
No fue necesario rascar demasiado para encontrar: en el partido siguiente el colombiano Balanta le aplicó un codazo al japonés Okazaki y lo dejó sangrando.
No hubo acusaciones ni demandas.
De nadie.
El recurso debería aplicarse en casos extremos.
La ley está para ser cumplida pero no todos somos iguales ante la ley.
Y menos, dentro del dudoso sistema de la FIFA.
El próximo sábado el renovado Maracaná versión siglo XXI pondrá delante a Colombia.
Un equipo brillante que desborda riqueza técnica.
Tienen mucho material y juegan bien.
Las ausencias de los lesionados (Falcao, Perea, Ramírez y Bacca) se disimulan.
Usan línea de cuatro pero sueltan como aviones a los laterales Zúñiga y Armero -incluso en simultáneo-, metiendo al volante central Sánchez entre los zagueros (Zapata y Yepes) para equilibrar.
Aguilar sostiene; Cuadrado e Ibarbo -improvisados volantes ofensivos- se cortan desde afuera en audaces diagonales para abrirle las orillas a la llegada de los marcadores de punta.
James Rodríguez dibuja por adentro con su zurda creativa detrás de Teo Gutiérrez, el finalizador.
Proponen con pelota con mucha circulación exterior y una gran capacidad para filtrarse por calles internas.
Tienen recambio en todas las líneas: Valdes es un zaguero que se ubica bien; Mejía es un cinco táctico; el joven Quintero es un fantasista con la pelota; y Jackson Martínez un fino goleador que también sabe recostarse sobre los bordes.
Llegan entonados por el juego y los resultados.
Se clasificaron holgados.
Estarán descansados al haber reservado a ocho titulares.
Sin embargo, será ésta su primera instancia al límite en el Mundial.
Uruguay viene jugando play off desde la segunda fecha.
Las cabezas están muy fuertes y los físicos preparados para resistir.
Ahora bien, "los de palo" (Obdulio dixit ¿estaremos preparados para lo que venga? Porque ya lo dijo el entrenador: "en este nivel de competencia la distancia entre ganar y perder es muy fina".
Si la pelota vuelve a entrar crecerá la sana y legítima euforia alimentada por la entrega inquebrantable de un grupo de deportistas que funciona sobre la base del compromiso participativo; haciendo bien lo obvio, atacando las debilidades y ahondando las fortalezas.
Un colectivo serio y competitivo.
Solidarios que no negocian el esfuerzo.
Pero si el rebote no beneficia, no estaría mal evitar las incontinencias emocionales.
Los piques caprichosos de la pelota llevan a los barquinazos al aficionado visceral y al comunicador resultadista.
Para colmo, la mayoría de los que ocupan el ámbito de las decisiones se mueve por intereses subterráneos.
Son los que andan a los bandazos golpeando siempre la misma puerta y dándole patadas a la sólida estructura edificada por Tabárez y compañía desde hace ocho años.
Preservar la obra es una cuestión de responsabilidad colectiva.
Ganen o pierdan.
Actualizado: 04 de agosto de 2014 — Por: Redacción 180

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