Ivanier, una “tortuguita” que publica como liebre

Hace poco se animó. Iba a participar en un congreso en Colombia y decidió que ya era hora —pasados los 40 años— de que el pasaporte dijera lo que es: escritor. Así que juntó la quincena de libros publicados y los llevó al Servicio de Registro Civil. Federico Ivanier conversó con 180 sobre su vida y obra, y también sobre su última novela: Tatuajes rojos.

Actualizado: 10 de noviembre de 2014 —  Por: María Eugenia Martínez

Ivanier, una “tortuguita” que publica como liebre

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—Me genera tensión porque decís “soy escritor” y la gente te dice: “¿Qué escribiste?” Y vos le nombrás los títulos y la gente no tiene idea. Es como un momento ridículo.

Claro, todas sus novelas han sido para un público juvenil, aunque planea incursionar en la literatura “de adultos”. Tiene dos hijos chicos, pero no siente el deseo de escribir para niños. Eso es porque escribe desde el adolescente que fue y, sobre todo, para entenderse, dice.

Ivanier tipea rápido como una secretaria de primera línea, asegura, y ya tiene sus métodos desarrollados. Cuando escribió Martina Valiente, hace más de diez años, escribía en las noches, después de que terminaban las clases de Sociología.

Es profesor inglés, aunque ahora da pocas clases, y es profesor de guion. Además, dirige talleres literarios para adolescentes.

—Cuando empecé a escribir Martina Valiente, llegaba de facultad a las 11, cenaba y escribía. Y así salió Martina. Después empecé a escribir en la tarde. No soy de escribir grandes cantidades de horas, pero sí todos los días. En un momento había agarrado un modo de 1000 palabras por día y corregir otros proyectos. Cuando nació Joaquín (uno de sus hijos), el ritmo a empezó a ser: “tengo 15 minutos, escribo 15 minutos”.

Entre la liebre y la tortuguita, dice, es claramente la tortuguita que con perseverancia se acerca a su meta.

—Soy de arrancar muchos proyectos. En mi computadora tengo una carpeta con proyectos publicados, otra con proyectos no publicados (podría descansar tres años y tener cosas para publicar sobre las que me siento tranquilo) y otra con 15 o 20 proyectos más, de entre 50 y 150 páginas escritas que están esperando el estirón.

—Más de 15 libros publicados es bastante, ¿no?

—Parece mucho pero ninguno fue publicado con apresuramiento. Lo que publico me importa mucho. Me importa cómo está, el proceso que hice y algo que llamo “descubrir el libro”, que es descubrir qué significa para mí, por qué necesité escribirlo. Porque si no, no creo que conecte con nadie. Todos los libros que vengo escribiendo están teniendo un proceso que tiene que ver con la experiencia y con plantearme por qué hago lo que hago.

—¿Y por qué hiciste Tatuajes rojos?

Tatuajes rojos nació de un par de cosas que ocurrieron: alguien me escribió a partir de Música de Vampiros (donde hay una muy leve, muy soterrada alusión a una relación entre dos personas del mismo sexo) expresándome una especie de alivio. Eso quedó en mi cabeza.
Después leí un libro, Ángel de Neón, que es una especie de un libro de memorias de una chica que tocó en una banda. Ahí estaba Joan Jett y la música y se me ocurrió una historia de una chica y una banda de rock.

Él nunca hizo música más allá de cantar como barítono en el coro del liceo, donde hizo una “gloriosa” versión de "Eres tú", de Mocedades. Donde sí canta mucho, dice, es en el estadio.

—A mitad de camino la consideré un intento fallido, sentí que estaba traficando. Que yo difícilmente podía hablar de eso. Que no estaba saliendo desde un lugar honesto sincero, sino artificial. Dejé la novela, pero había cosas de la historia que me gustaban y con el tiempo empecé a revisarla.

Una cosa que me pareció interesante era cómo las hermanas eran percibidas por los demás: era percibida como problemática la que no tenía problemas y la que tenía problemas (con la comida, con autoflagelarse) no era percibida como problemática. Este momento de corte, de ruptura, y de lastimarse también era un proceso que estaba pasando en mi vida. Toda la tristeza se volcó de una manera muy sutil en esa chica que se cortaba. Y me fue perteneciendo más.

—¿No creés que pueda generar cierto temor una novela juvenil que habla de temas tan serios como los cortes, los problemas alimenticios y la identidad sexual?

—El mal siempre es atractivo. Los vampiros son atractivos. Todos tenemos una cierta fascinación con lo que nos hace mal. La manera de lidiar con eso no es cerrar los ojos, sino abrirlos para entender y que eso no me invada.

Yo creo que el libro es intensamente optimista y ama intensamente a los personajes. Y todos los personajes quieren vivir y quieren vivir felices. Lo que ocurre es que —a pesar de sus defectos y de sus momentáneas incapacidades para tomar las decisiones correctas— todos consiguen terminar el libro con una mano tendida a la vida, de alguna manera.

Tatuajes rojos no tiene golpes bajos ni hace grafitismo de nada. Ni creo que una novela pueda ser determinante para comenzar a autoflagelarse. Y sí puede ser una compañía para alguien que está en el proceso opuesto.

—¿Cómo mantenés un tono adolescente, que parece del adolescente actual?

—Siempre me preguntan eso y la verdad es que no me interesa parecerme a cómo hablan los gurises ahora. Lo que hago es escribir desde el adolescente que fui.

Ese adolescente que fue, dice, tuvo un escritor favorito: Stephen King, un autor que ya casi no le genera interés. Pero ese adolescente soñó con ser escritor y en segundo de liceo hizo su primer cuento.

—Cuando mi madre falleció encontré una gran carpeta con mis cuentos escritos a máquina. No los leí, pero ojeé ese primer cuento y lo que me gustó fue ver un gran libertad y una conexión muy directa entre el inconsciente y lo que escribía. Eso me encantó, porque eso es lo que tiene que ser al principio.

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Tatuajes rojos

Leticia y Sabrina tienen dieciséis años y son hermanas gemelas, sin embargo, comparten pocas cosas además del cuarto. Leti es la estudiante «perfecta»; Sabri toca el violín y practica esgrima.

Una foto misteriosa que se cuela en las redes sociales desencadena rumores y reacciones, y el microclima del colegio comienza a convertirse en una olla a presión a punto de explotar. A veces, para sobrevivir, parece que hubiera que salir a buscarse por los caminos más oscuros. Lastimarse, dudar, caer, incluso romperse para volver a construirse. Y reinventarse.

(del resumen de Criatura editora)

Ojear el libro