Tato López

Lo no dicho (1)

Lo no dicho es un libro de mi autoría que tiene como objetivo poner sobre la mesa qué es y cómo funciona la adicción, tanto individual como colectivamente. Esta es la primera de varias entregas que persiguen el mismo fin.

Actualizado: 01 de junio de 2015 —  Por: Tato López

La sociedad de consumo para crecer necesita que cada persona consuma cada vez más, y nosotros, peces en la pecera, cumplimos. Ella, bastante histérica por cierto, da una orientación y la facilidad para consumir sin la contención necesaria —información, prevención, análisis de valores negativos naturalizados, etc.—.

La adicción trastorna el bienestar físico, mental y emocional de la persona afectada y de su entorno, y para establecerse precisa activar cuatro detonantes. Uno de ellos son las condiciones de vida y relaciones sociales. Inmediatez, ansiedad, estrés, competencia, individualismo, egocentrismo, soledad, etc., son características de la sociedad de nuestros días.

¿Y cómo se manifiestan estas en lo cotidiano?

•    La introspección ha desaparecido y estamos desconectados de nosotros; por eso, en vez de actuar, reaccionamos.

•    Confundimos necesidad con deseo.

•    Pretendemos acceder a los resultados sin atravesar los procesos correspondientes.

•    El vértigo está instalado en los vínculos, las conversaciones, los hábitos, dificultando la expresión de ideas, sentimientos y vivencias.

•    En los momentos en que tenemos que sobrellevar frustraciones, angustias, pérdidas propias de la condición humana, intentamos resolverlo desde el exterior con satisfacciones sustitutivas que se nos ofrecen en forma maníaca.

En general hablamos de los procesos adictivos individuales —“aquel está hasta las manos”, “aquella no puede parar”, “la juventud esto y lo otro”—, y casi nunca del proceso adictivo colectivo, porque…

•    Así como el adicto está parcialmente aislado de la sociedad, nuestro sistema lo está de la naturaleza y no reconoce el daño que genera.

•    No identificamos las consecuencias de nuestros actos y no reconocemos las pérdidas.

•    Nos creemos omnipotentes y somos dependientes.

•    No somos conscientes del proceso de deterioro espiritual en el que se desvanece el interés por el otro.

•    ¿Acaso lo material no es al sistema lo que la droga al adicto?

No me malentiendas: no soy de los que piensan que antes se vivía mejor. Para nada. No soy un falsificador del pasado. Los avances en áreas como educación, salud, vivienda, alimentación, comunicación, etc., ofrecen la posibilidad de alcanzar un nivel de vida como nunca antes lo tuvo la humanidad, pero dentro de esa positividad surfea placenteramente en un océano rojo el proceso adictivo.

Adaptados a la nueva realidad, el ballet de la negación, la ilusión de control, la memoria selectiva y el autoengaño baila entre nosotros. El elefante que escondemos bajo la mesa de la cocina, cuando tenemos que enfrentar el día a día, nos hace zancadillas con su trompa. La adicción ya es parte de la familia uruguaya.

Alcohol, merca, faso, cigarro, medicamentos, comida, pantallas, sexo, trabajo, relaciones, compras, juegos de azar… La lista de posibles objetos de adicción, en el mundo de hoy, es infinita.

Creo que la función de la educación es formar seres humanos integrales y por lo tanto inteligentes para entender el significado de la vida como un todo, de percibir lo esencial. Educar es despertar esa capacidad. Y hacerlo sobre un tema tan removedor como lo es la adicción volvería a involucrar las necesidades, los sentimientos e impulsos vitales a la educación, que, de alguna manera, con el avance de la sociedad de consumo han quedado a un lado. Informarse es el primer paso para conocer la negada pandemia de hoy, porque si no conoces al enemigo, ¿cómo vas a hacer para enfrentarlo?



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