¿Quién iba a decirlo a comienzos de año? Después del pésimo Apertura, luego de la traumática y frustrada llegada de Aguirre, del arribo de Bengoechea a las apuradas y de los clásicos de verano.
El presidente, Juan Pedro Damiani, dijo al final del partido que cuando fue a buscar a Bengoechea le dio la sensación de que era un “optimista desinformado”. Llegaba a un equipo en ruinas, tenía pocos refuerzos para elegir y un futuro complicadísimo. Una buena definición de Damiani, que se aferró y confió en Bengoechea, en su trabajo, en su planificación.
El reto era armar un equipo fiable, que entregara certezas. El técnico tomó los partidos de pretemporada como banco de pruebas, incluidos los jugados ante Nacional, y nunca se movió de su discurso. “Estos son clásicos amistosos. Ojalá los de junio tengan otro resultado”, dijo luego de una derrota 3 a 0.
En la cancha, Peñarol se ganó la posibilidad de tener esos clásicos. O ese en realidad. Porque para tener más deberá ganar el primero.
En una definición insólita el Cabonero se llevó el título a pesar del empate, porque River perdió ante Danubio. Tal vez esto último haya incidido en el remate del partido en el Estadio, en el que Peñarol se mostró relajado, algo que difícilmente hubiese sucedido si los de Almada ganaban en Jardines.
Los únicos dos jugadores que no formaron parte del Apertura fueron Urretaviscaya y Luis Aguiar. Todos los demás, estuvieron a disposición en el primer torneo de la temporada. Con apenas dos incorporaciones, Bengoechea recuperó la confianza del plantel, apostó por futbolistas que no jugaban poco y nada, delineó una idea de juego y le dio continuidad a un equipo titular.
Eso le alcanzó para entreverarse entre los de arriba. El Carbonero le sacó ventaja a Nacional, tocado por la eliminación de la Copa, y a Defensor, a quien le costó hacer pie. La mayor virtud del campeón fue mantenerse arriba, no desinflarse a pesar de algunos traspiés y aprovechar cuando sus adversarios perdieron puntos.
Con Marcelo Zalayeta en un nivel exuberante, la velocidad de Urretavizcaya, el aporte defensivo de Carlos Valdez, los goles de Sebastián Píriz, el fútbol de Diogo, Peñarol fue el más parejo en un torneo marcado por la irregularidad.
Ante Racing, el equipo salió atado. Los de Ostolaza se atrevieron y complicaron. Tiraron una presión alta y, con Ignacio Nicolini y Juan Pablo Rodríguez como figuras, manejaron bien la pelota.
A Peñarol le costó profundizar por el medio pero cada vez que fue hasta el fondo por los extremos lastimó. Por cualquiera de las puntas, Urretaviscaya y Jorge Rodríguez eran incontenibles para los jugadores de Racing. Cada vez que alguno desbordaba y tiraba el centro, había sensación de que llegaría el gol.
Racing estaba lleno de buenas intenciones. Bien planteado por Ostolaza el partido, la Escuelita retrocedió con varios futbolistas para defender y tuvo rápida transición al ataque.
Pero sobre los 39 Aguiar metió un pase perfecto y Urretaviscaya definió con clase por encima de Gentilio para el 1 a 0.
La segunda parte fue toda de Peñarol. Mejor parado que en el primer tiempo, el equipo se mostró sólido atrás y peligroso adelante. Racing asumió riesgos y de contragolpe el Carbonero pudo liquidar.
Bengoechea puso a Gonzalo Viera por Marcel Novick y el equipo quedó más resguardado por el medio. Si bien Viera ingresó al medio, se replegó de manera tal que Peñarol quedó por momentos con cinco en el fondo.
Cuando a los 70 Pacheco anotó tras un penal mal sancionado, nadie dudó que el título estaba asegurado.
Pero la seriedad de Racing, la convicción de no entregarse, llevó a que el partido tuviera un final inesperado. Primero descontó Mauricio Affonso sobre los 43 minutos y en los descuentos Jesús Trindade marcó el 2 a 2 definitivo.
Con una planificación metódica, respetando los tiempos del equipo, dándole confianza a un cuadro titular, Bengoechea consiguió lo que parecía una quimera. Ahora viene la parte del año a la que quería acceder. Porque tal vez sea optimista pero de desinformado no tiene nada.