Dos dirigentes políticos distintos, muy distintos, lo que marcará la impronta de sus respectivos gobiernos.
El gobierno de Tabaré Vazquez confirmó la ruptura simbólica del bipartidismo en Uruguay al verificar la capacidad de gobierno de la izquierda y las fortalezas institucionales que permitieron un tránsito sin sobresaltos en materia de calidad democrática. Su estrategia de colocar en el Poder Ejecutivo en la primera etapa de su gestión a los máximos dirigentes de los sectores políticos que integran el Frente Amplio aseguró gobernabilidad y generó un “aprendizaje” fundacional para la cultura política de la coalición.
La gestión de Vázquez imprime un impulso incuestionable a la era Mujica que hoy se expresa en diversos factores:
i) sus logros económicos y sociales, (que fueron también los del actual vicepresidente contador Danilo Astori); ii) la revalorización de la política como instrumento de cambio (expresada en el índice record de popularidad con que se retira el primer mandatario); iii) la calidad técnica y profesional de su elenco de gobierno que logró combinar rasgos de tradición e innovación; y iv) la sutileza política que le permitió navegar entre el proyecto finalista de transformación social y el pragmatismo requerido para la gestión pública. A esto hay que agregar la madurez de una ciudadanía que dio mucho, muchísimo de sí y que todavía espera por más (porque falta, mucho aun). En esa estrategia José Mujica cumplió con creces integrando el Poder Ejecutivo como ministro y ejerciendo un liderazgo articulador muy relevante entre diversas sensibilidades políticas.
La era Mujica parte de mejores indicadores que en el 2005 y tiene todas las condiciones para profundizar el proyecto de país. Su mayor capital político es sin dudas su enorme carisma y la confianza que las mayorías han depositado en él permitiéndole superar lo que podrían haber sido frenos para la izquierda: la conciliación entre su pasado guerrillero y el compromiso político democrático con el sistema; la comunicación con amplios sectores sociales excluidos; y (más difícil aún) la capacidad de representación de una sociedad fragmentada desde el punto de vista socioeconómico, cultural y en sus identidades. El relacionamiento con la oposición será otro rasgo de cambio, ya que el contexto actual y la actitud política de los mandatarios electos permiten un gobierno más abierto a la coparticipación de los demás partidos. Pero el elemento fundamental es que en este segundo gobierno, el centro de la negociación con la oposición estará focalizado en el Parlamento, particularmente en el Senado de la República, revitalizándose como ámbito político.
El binomio Mujica-Astori se auto reconoce en la “complementaridad” pero configuran una síntesis entre dos Uruguay que hoy han postergado el antagonismo por el protagonismo de estos dos formidables actores políticos y lo que cada uno de ellos representa. Ese será también su desafío.
María Elena Laurnaga es politóloga y diputada electa por el Partido Socialista, Frente Amplio.
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