Marshal Mac Luhan sostiene que la descripción más elocuente y la definición más acertada de una sociedad se encuentra en su producción artística de ficción. En otras palabras, lo que da cuenta más fielmente de lo que es un pueblo (o de lo que le pasa) está contenido y reflejado en su producción artística en el terreno ficcional. No son las estadísticas ni los estudios sociológicos ni nada por el estilo sino la literatura de ficción, el cine de ficción o cualquier otra creación artística de esa naturaleza lo que proporciona la clave de interpretación.
Hiroshima me pareció una película de una pasmosa lentitud, con tomas larguísimas, como pensadas para un público que necesita diez minutos para entender lo que se capta al instante. Me pareció una película estéticamente descuidada (como los lugares reales donde fue filmada). Pero es una película importante. Los críticos de cine se ocupan de ella, tiene sponsors, consiguió financiación, está en el circuito comercial.
Pienso en la película y en otras expresiones culturales que el Uruguay abraza como suyas. Y pienso en la estrecha relación que la estética tiene con la política. La política, entre otras cosas, es un espectáculo, una puesta en escena. La estética, al igual que la política, se elije. En la Unión Soviética se perseguía el arte burgués y se premiaba el arte socialista: no al arte bueno o malo; no había lugar (o reconocimiento) de lo lindo o lo feo. El comunismo tiene una estética así como el nacional socialismo tuvo la suya, o el peronismo sin ir más lejos.
A nuestro país lo fueron convenciendo, en algunos estratos más claramente que en otros, de que lo hermoso, lo prolijo, era sinónimo de lujo y, por lo tanto le cabía la sospecha de haberse logrado a través de la explotación y no por el trabajo. Eso justificó y dio fundamento a una estética, que correspondía a los uruguayos progresistas, solidarios, comprometidos. Esta estética debía, por fuerza, ser diferente a la otra.
Nadie puede negar que hay padrones estéticos muy distintos y aún entreverados. Hay una estética alborotada y otra más sedada, puede haber un look desarreglado (cuidadosamente) en el peinado de una mujer o en un jean agujereado (pero nuevo). No hay un padrón estético único: lo lindo y lo feo son objeto de discusión en todas partes del mundo. Lo lindo y lo feo, sí, pero lo correcto y lo incorrecto son claramente (socialmente) sancionados. Ahí es donde estética y política se tocan.
Al día siguiente de haber visto la película escuché a Mujica leyendo a Benedetti. Este autor –un ícono de la intelectualidad de izquierda, escritor comprometido políticamente, fundador del 26 de Marzo- tiene abundante producción de ficción. Muchos uruguayos consideran a Benedetti la quintaesencia de la uruguayez.
Mujica leyó el poema de Benedetti sobre el empleado público (otro producto uruguayísimo). Después de la lectura el Presidente hizo algunos comentarios. Dijo, como meditando: “cómo medir el cansancio de toda una vida sin aventuras y de vivir a ese ritmo sin sobresaltos, quejosamente, cansinamente, todos los días, todos los tiempos, igual, igual…” Y luego se refirió a “una cultura (podía haber dicho una estética) que está en todas partes, que no es propiedad de ningún partido (quiso decir que no es imputable exclusivamente a ninguno) que está incorporada al modo de ser y de conducirse de los orientales”.
Al finalizar sus palabras Mujica echó para atrás: “me van a tirar por la cabeza de todos lados”. Es posible. Pero esta nota no es sobre Mujica: es sobre el Uruguay.
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