“Yo he deseado no mover más los recuerdos y he preferido que ellos durmieran, pero ellos han soñado”. La cita no es milenaria ni asiática: pertenece al escritor y músico uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964). El comentario del creador de El Balcón sirve de llave para acceder a la obra del director japonés Mamoru Oshii (Ghost in the Shell) y, justamente por eso, es de utilidad para ver Exploradores del Cielo, un largometraje animado que recién desembarcó en Uruguay.
En un futuro cercano, dos multinacionales bélicas se enfrentan a diario. El espectador desconoce los motivos de la guerra, la única certeza es que las continuas colisiones aéreas monopolizan los informativos de Europa. Los adultos de Exploradores del Cielo lo saben, pero no lo comentan: los aviones que surcan los cielos de Polonia e Irlanda son piloteados por jóvenes que no envejecen: “los kildren”. Estos seres parecen vivir en un presente absoluto, impreciso, cíclico. Los que sobreviven al duelo con “el Maestro” -un mítico aviador del bando contrario-, beben cerveza, malgastan fósforos en cigarros, salen con damas de dudosa reputación y esperan, esperan su turno para hacer lo que deben hacer.

Exploradores del Cielo es un largometraje fantástico que no sólo cuestiona el rol de los medios audiovisuales en las guerras; es una obra que permite que el espectador vea –nuevamente- por primera vez. En 122 minutos, el film explora cuál es el rol de la memoria, cómo afecta el paso del tiempo a la consciencia y dónde se encuentran y se abandonan la vigilia y el sueño, sin dejar de ofrecer secuencias y escenas maravillosas de vuelo y combate. El elemento clave de la película es quien la firma. El proyecto viene con la chapa de Mamoru Oshii, un realizador que, aun respetando el “orden-desorden-orden restaurado” del modo clásico, arriba a ficciones que se desvinculan de la prosa. Como en el resto de su filmografía, lo mejor de está Exploradores del Cielo está en los detalles, en los momentos de inacción, en las secuencias que “descuidan” la historia. Voltaire lo dijo maravillosamente bien: “la poesía sólo está hecha de hermoso detalles”. Oshii lo tiene claro. Muy claro.
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