El goleador que se tira a un foso para festejar más cerca de los hinchas. El golero que besa la pelota y luego se la pone debajo de su camiseta. El técnico que recibe a todos los integrantes del cuerpo técnico que se le tiran encima. Serbia ganó un partido histórico, nada menos que a Alemania y por un Mundial. En una zona del mundo donde las selecciones deportivas suelen ser mucho más que eso, el triunfo desató una verdadera fiesta nacional.
Alemania, que goleó en el debut, salió con el mismo esquema y los mismos nombres. Pero los planes ofensivos se alteraron cuando el impresentable juez español Undiano expulsó a Miroslav Klose. El punta marcó desde atrás con la torpeza de la mayoría de los delanteros y derribó a su rival. No era para amarilla pero el juez se la sacó y lo expulsó por doble amonestación. Fue a los 36. Un minuto después llegó el gol. Si dicen que dos cabezazos en el área son gol, qué decir de un cabezazo, una parada de pecho y una tijera dentro del área chica. Porque eso fue lo que hizo Serbia ante la pasividad de la defensa alemana. Jovanovic recibió la asistencia de su compañero, la paró y definió.
Ante la expulsión de Klose, Alemania no cambió el dibujo. Quedó sin su referente de área pero se adelantó en el campo. Los tres armadores pasaron a jugar unos metros más arriba y generaron situaciones de gol. La más clara fue un penal a favor, luego de una mano innecesaria de Vidic, que Podolski remató y Stojkovic atajó.
Ante la oporutunidad desperdiciada, Joachim Löw puso a Cacau como delantero de área pero no pudo revertir la historia. Serbia tuvo de contra un par de pelotas en los palos que pudieron aumentar la diferencia. Pero a los serbios poco les importó. La fiesta estaba asegurada igual.
