Fernando Santullo Barrio

La puntilla

El parlamento catalán aprobó el pasado 28 de julio la prohibición de las corridas de toros. Preservó sin embargo los “correbous”, encierros que tradicionalmente se celebran en algunos pueblos de Cataluña y en donde los animales son maltratados, a veces hasta la muerte. Esa excepción se contradice con el espíritu de lo que dice intentar evitar: el sufrimiento de los animales.

Actualizado: 02 de agosto de 2010 —  Por: Fernando Santullo Barrio

Salvo cuando viene a lidiar el kamikaze José Tomas, la Monumental (única plaza de toros de Barcelona en activo), no suele agotar sus localidades. De hecho muchos de quienes asisten a las corridas en la capital catalana suelen ser turistas recién bajados de los cruceros. Y es que el negocio de las corridas de toros esta en decadencia en Catalunya desde hace ya unos cuantos años.

Pues bien, el pasado 28 de julio el Parlament de Cataluña, máximo órgano legislativo autonómico, decidió clavarle la puntilla al asunto al prohibir las corridas de toros en esta comunidad autónoma a partir de 2012. La medida fue votada por los diputados de los partidos Esquerra Republicana de Catalunya, Iniciativa per Catalunya/Els Verds, y por algunos miembros de Convergencia i Unio y del Partit Socialista de Catalunya.

La prohibición, impulsada originalmente por una Iniciativa Legislativa Popular que reunió más de 180 mil firmas (el 2% de la población de Cataluña) en 2009, dejó contentos a todos los anti taurinos y en general a todas las personas que consideran que la (¿mal?) llamada “Fiesta Nacional” es poco más que una rémora de un pasado salvaje y sanguinario del que es mejor alejarse.

Sin embargo, más allá de la digamos “bondad moral” (la definición es mía) de la medida, la prohibición en sí ha levantado críticas de diversos actores sociales. Por no mencionar que para muchos la resolución tiene todo el aspecto de una fuga hacia delante, colocando el foco de la opinión pública sobre un tema que no revestía mayor urgencia, eludiendo otros más complejos, graves y prioritarios. Para otros, la medida debe ser entendida directamente en clave de reivindicación nacionalista. Lo irónico es que de prosperar una propuesta del Partido Popular para proteger los toros como “bien cultural y turístico”, la resolución del Parlament catalán podría terminar siendo derivada al Tribunal Constitucional para que éste verifique si ésta es procedente Si, es el mismo Tribunal que recortó hace pocas semanas los aspectos inconstitucionales del Estatut de Catalunya aprobado por este mismo parlamento autonómico en 2006.

Así pues, el debate está servido. José Antich, director de La Vanguardia, diario cercano a posiciones nacionalistas más o menos moderadas decía en su editorial del 29 de julio: “Estamos ante un innecesario acto de tensión, a partir de una cuestión bastante tangencial si consideramos cuáles son hoy los más acuciantes problemas ciudadanos. Se puede añadir, incluso, que empieza a ser agotador el permanente deseo de las autoridades de prohibir cosas que en otros sitios son normales y que afectan de una manera intrínseca a la libertad individual.”

El filósofo Gregorio Luri, profesor de la Universidad Nacional de Educación Distancia, no solo cuestiona la prohibición sino (el oficio le obliga) la moral que se encuentra detrás de la medida: “Hoy es inmoral todo lo que molesta a una visión del mundo caracterizada por su ceguera selectiva” y agrega: “los sufrimientos ajenos que nos escandalizan moralmente son los que se interponen televisivamente entre nosotros y nuestro filete de ternera. Por eso sospecho que la indignación moral es una perversión ética, porque encuentra más noble la náusea que el apetito, así como encuentra más noble manifestarse contra las guerras televisadas que contra aquellas de las que se carece de imágenes”.

Tampoco han faltado quienes han señalado que los mismos diputados que votaron a favor de la prohibición de los toros, votaron hace poco contra la prohibición del burka en los espacios públicos, argumentando en esa oportunidad que las prohibiciones suelen complicar las cosas en lugar de resolverlas.

La otra gran paradoja de la prohibición es que el Parlament catalán excluyó específicamente de la ley los “correbous”, una suerte de encierros/corridas tradicionales que se celebran en Cataluña (entre otros sitios), en donde se colocan antorchas o fuegos artificiales en las astas del toro mientras se lo acosa y derriba por las calles de los pueblos. O directamente se lo hace caer al agua, donde puede ahogarse. Detalle curioso: la Iniciativa Legislativa Popular que inició la solicitud de prohibición sí que incluía los “correbous”. Detalle curioso 2: tras negociar con ERC, los impulsores aceptaron la exclusión de estos y su “blindaje” legal posterior. Si el objetivo real de la prohibición fuera proteger a los animales del maltrato, es una inmensa contradicción excluir los “correbous” de la ley y eso es justamente lo que han hecho el Parlament catalán y los anti taurinos.

En la perspectiva del cruce informativo y de opiniones que ha disparado la prohibición pareciera que ésta tiene más que ver con a) un debate político implícito, que por cierto no siguió los ejes izquierda/derecha, b) el carácter español de los toros (aunque estos tengan una larga tradición en Cataluña),) y c) su carácter de entretenimiento de masas.

Por supuesto, muchos de los diputados del Parlament y muchos de quienes se han opuesto a las corridas durante muchos años, lo hacen porque creen sinceramente que los animales no deben sufrir. O, ya que muchos de ellos comen carne de cerdo, pescado, vaca y pollo, que este sufrimiento no debe ser público.

Desde mi perspectiva, la prohibición de las corridas de toros pone en evidencia que la indignación moral de unos cuantos puede convertirse en norma legal para ellos y para el resto. Que es una indignación que se traduce en superioridad, ya que se asume que la moral del indignado es “mejor” que la de quien causa su indignación y por tanto legisla sobre eso. Que es la misma clase de superioridad moral que llama “normalización lingüística” a la ingeniería social que intenta, con todos los recursos del Estado, “corregir” la realidad lingüística de una zona, región, país y adaptarla a su proyecto político. La superioridad de quien “sabe” (o al menos cree, nunca hay que subestimar el poder de la fe) que la “historia” está de su lado.



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