El que vio “Ciudad de Dios” (Fernando Meirelles, 2002) tiene una noción bastante gráfica de cómo nacieron las favelas en la Ciudad Maravillosa y de cómo se abrió en estos lugares un enorme espacio para que prosperara todo tipo de negocio ilícito, especialmente en los últimos 30 años.
Para los que no conocen la película, un muy rápido repaso: expulsada del centro y de áreas que se volvieron nobles por cuenta de la especulación inmobiliaria, la población pobre empezó a vivir en los morros cariocas o zonas periféricas, y, en medio a la absoluta falta de infraestructura básica y de oportunidades de inserción laboral, organizaciones vinculadas a distintas actividades ilegales terminaron por ocupar el lugar del Estado en todas las esferas de la vida allí.
Desde el domingo 21, narcotraficantes y policías se enfrentan en varios puntos de Rio después de una ola de ataques marginales en la capital y otros municipios. Las autoridades de seguridad pública dicen que se trata de una respuesta de los criminales a la instalación de las UPPs – Unidades de Policía Pacificadora (que tienen el objetivo de integrarse con las comunidades) y a la transferencia de presos vinculados al narcotráfico para establecimientos federales –o sea, fuera de Rio. El saldo es de al menos 38 muertos.
Hoy, después de una semana de enfrentamientos, se pudo ocupar el Complejo del Alemán (conjunto de favelas que es el epicentro de la acción policial) y el clima entre la prensa del país –única mediadora posible entre el brasileño promedio de todos los rincones del país, que está tratando de acompañar los vertiginosos hechos que están pasando en Rio, y lo que de hecho se está desarrollando allá—es de euforia y un patriotismo desubicados.
En el inicio de la tarde del domingo 28, soldados levantaron la bandera nacional en el Complejo, acto considerado “emblemático” por la principal emisora brasileña, Globo. Las autoridades públicas del Estado –gobernador mediante-- conmemoran lo que entienden es la reconquista de un territorio antes perdido en manos del narcotráfico. La portada del diario carioca Extra (del grupo Globo) llegó a preguntar, con injustificada arrogancia e inocencia: “¿Ahora se entiende quien manda en Rio?”.
No se sabe qué impresiona más: si los números grandilocuentes de la operación en marcha, la fuga masiva de los marginales, televisada, la simplicidad con que se está planteando el tema o la ciega y supuestamente total adhesión a las fuerzas públicas de seguridad.
Obviamente, el Estado está cumpliendo con lo que debía haber hecho hace años. Combatir la criminalidad no es una invención de los 2.600 hombres destacados para hacer caer el llamado crimen organizado. Y la población en general los apoya. Lo que pasa es que este estado de excepción no va –y no puede—seguir rigiendo por toda la vida.
Cuestiones esenciales que no están en evidencia, y que deberían estar bajo discusión hace tiempo, son: cómo mejorar la vida en las favelas para que el tráfico no vuelva a adueñarse de las comunidades; qué planes de largo plazo hay para los habitantes de la favela; con qué tipo de seguridad va a contar la gente de los morros después que se apaguen las cámaras de televisión.
Un estudio reciente apunta que el tráfico emplea 16.000 personas en Rio de Janeiro. Es demasiado ingenuo –casi se diría cómico-- pensar que mañana este considerable contingente va a despertarse temprano, diario bajo el brazo, para buscar un nuevo trabajo. Es más: hay servicios esenciales que la población necesita y que son ofrecidos por el tráfico.
Y otra: la policía en las favelas, grosso modo, no es vista con simpatía. Porque “llegan a balazos”, porque “matan inocentes”, porque “defienden los ricos”, porque “es corrupta”. Todo va entre comillas porque son percepciones derivadas de hechos (bastante) palpables pero que no pueden ser transformadas en generalizaciones –cargar de cinismo el debate sobre la cuestión no colabora para la mejoría de las condiciones de seguridad no sólo en Rio como en todo Brasil. Es decir, mejorar la policía es un debe del Estado –un viejo tema pendiente—pero sigue siendo ella la que debe celar por la seguridad. Si es corrupta, tiene que ser saneada, no eliminada.
Por estas y otras cuestiones, desplazar el narcotráfico de la cima de su poder no es tan sencillo. Décadas de descanso no se solucionan con soldados armados. Lo que estamos viendo es un primer paso pero otros tienen que venir.
El alcalde de Rio, Eduardo Paes, prometió este domingo una “invasión de servicios públicos”, “sin límites de recursos financieros para devolver la ciudadanía y la dignidad a la población”. Ojalá la “ciudadanía y la dignidad” salgan del territorio resbaladizo de la oratoria y ganen un cuerpo más concreto en programas que tengan continuidad y sean efectivamente transformadores en las favelas. Ojalá los cambios sean de fondo y no sólo una pantalla para que Rio pueda seducir más turistas y venderse como la capital tropical de los sueños en el Mundial de 2014. Ojalá esa tempestad de maravillas prometidas no sea lluvia de verano.
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