Mauricio Erramuspe

“Tengo un amigo negro...”

Los uruguayos solemos convencernos de cosas que a poco de ser analizadas resultan ser falsas. Son como mitos fundacionales y ejemplos sobran. Que somos un pueblo tolerante. Que somos gente educada. Que no somos racistas... La remuneración promedio de un uruguayo negro alcanza al 70% de la de un uruguayo blanco. Entre las mujeres, llega al 72%. En Uruguay, un niño negro tiene menores posibilidades de bienestar que un niño blanco y sus oportunidades de futuro están más comprometidas.

Actualizado: 06 de enero de 2009 —  Por: Mauricio Erramuspe

Esos datos surgen del libro “Población afrodescendiente y desigualdades étnico-raciales en Uruguay", realizado por varios investigadores uruguayos con financiación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. El estudio se publicó el 3 de diciembre de 2008.

Las diferencias salariales se explican por el nivel educativo y la experiencia dentro de una empresa entre blancos y negros. Marisa Bucheli y Rafael Porzecanski, autores del capítulo del informe dedicado a las relaciones laborales, explican que “tanto en el caso de los hombres como en el de las mujeres, los trabajadores blancos tienen más años de educación aprobados y mayor experiencia en la empresa que sus pares afrodescendientes”. Entre los hombres, la educación media y la experiencia en la empresa de los blancos es 1,5 y 1,4 años superior a las de sus pares negros, respectivamente. Entre las mujeres, ambas brechas son algo más grandes: 1,8 años en educación y 1,6 en experiencia en la empresa, afirma el trabajo.

Sin embargo, “aun cuando se trata de trabajadores que viven en la misma región geográfica, tienen el mismo nivel educativo y experiencia laboral, asistieron al mismo subsistema educativo (público

o privado), existe una diferencia salarial originada en la pertenencia al grupo, lo que constituye una señal de presencia de discriminación en el mercado de trabajo”, afirman los autores utilizando tres modelos estadísticos para analizar el comportamiento salarial. “El menor retorno de la educación para los afrodescendientes indica que no solo es necesario fomentar la igualación del nivel educativo de afrodescendientes y blancos, sino que también se debe promover y garantizar que el capital humano adquirido por ambos grupos sea remunerado de igual forma en el mercado laboral”, agregan en otro pasaje.

Bucheli y Porzecanski utilizan el término afrodescendiente ya que los datos surgen de la Encuesta Nacional de Hogares Ampliada que desarrolla el Instituto Nacional de Estadística, donde los entrevistados se ubicaban étnicamente según su ascendencia. Si respondían tener ascendencia negra, exclusiva o compartida, la muestra los considera afrodescendientes. Allí ingresan entonces los “negros” y los “mixtos”.

En la otra punta de este problema está la realidad que analizó, para el mismo libro, la socióloga Wanda Cabella. El título es “La infancia y la adolescencia en la población afrouruguaya” y varias de sus afirmaciones son más que contundentes.

“En todos los indicadores de bienestar analizados, se encontró que existen fuertes diferencias entre niños blancos y negros, y que estos últimos están en franca desventaja”, afirma. Además señala que "los niños y adolescentes negros experimentan niveles de pobreza significativamente más altos que los niños blancos; egresan del sistema educativo con mayor precocidad que sus pares de ascendencia blanca, por lo cual es considerablemente menor la proporción de jóvenes negros que logran completar el ciclo de educación secundaria". Cabella concluye “ya sea por falta de movilidad en el pasado más remoto o más cercano, por los efectos de la discriminación racial o por la combinación de diversos factores (...) si un niño proviene de una familia integrada por uno o ambos padres negros, su bienestar en la infancia es menor que el de un niño blanco y, probablemente, sus oportunidades en el futuro estarán más comprometidas que las de un niño blanco”.

En un extremo, niños negros que llegan a la educación en franca desventaja con sus compañeros blancos. En el otro, madres y padres negros que no pueden acceder a niveles salariales iguales a los de sus pares blancos. Un círculo de discriminación perfecto y que casi sin fisuras se reproduce hace décadas en Uruguay. Círculo que afecta al 10,2% del total de la población uruguaya que se declara “afrodescendiente”, según el INE.

Claro que en el país no tenemos grandes choques sociales derivados del racismo. Los conflictos violentos que enfrentamos no derivan casi en ningún caso de un choque entre personas de diferente color de piel o religión, por ejemplo. Quizás por eso nos cueste tanto reflexionar en todo lo que queda por hacer en este tema. Más aún, nos cuesta admitir que la diferencia de color de piel sigue siendo un factor muy condicionante en Uruguay.

El hecho de ver sólo un legislador negro o el bajísimo porcentaje de profesionales negros demuestra que algo no se ha hecho bien. Sigue sin romperse el círculo discriminatorio y para lograrlo se podrían aplicar las llamadas medidas de discriminación positiva, como buscar favorecer la permanencia de niños negros en la educación o incentivar a los adolescentes para que lleguen a la universidad. Hay varias experiencias en el mundo, no exentas de polémica, que han dado resultados. En cualquier caso, la información que aporta este trabajo financiado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo es un buen insumo para comenzar a pensar sobre el tema.

Puede ser que la inmensa mayoría de los uruguayos no sea o no se sienta racista individualmente. Pero la sociedad que construimos no ha podido terminar con un problema que arrastra desde sus orígenes.



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