Dieciocho entradas y diecisiete minutos de locura

Las 7.500 entradas para la final entre Peñarol y Santos duraron 17 minutos en los locales Abitab. En ese lapso hubo unos pocos hinchas que consiguieron su entrada, muchos que no llegaron ni a la ventanilla y uno que pensaba pagar 400 pesos y terminó pagando 3.000. Crónica de un momento vivido con la intensidad de una final.

Actualizado: 15 de junio de 2011 —  Por: Diego Muñoz

Dieciocho entradas y diecisiete minutos de locura

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A las siete y cuarto de la mañana, Fabián llegó a la puerta del Abitab de Ellauri y Solano García. Todavía era de noche pero a él no le importó. Se había resignado a ver el partido por televisión luego de una larga espera el lunes y ahora iba por la revancha. Sobre las ocho llegó Sabrina. Quería comprar una entrada para ella y otra para su papá. Ya tenía varios adelante.

Con el paso de los minutos empezaron a ser muchos más. Sobre las 10 y 30 de la mañana había unas 50 personas haciendo cola para esperar que a las 12, comenzara la venta de 7.500 localidades para el partido Peñarol – Santos.

Cerca del mediodía, la sucursal suspendió todos los trámites para concentrarse exclusivamente en la venta de entradas. Impacientes, los hinchas miraban la hora. Poco importaba el cartel, a través del que se solicita que no usen los teléfonos celulares. Casi todos se conectaban a través de mensajes de texto y llamadas con sus conocidos. “Acá todavía no las abrieron. ¿Ahí?”, preguntaba una muchacha a una persona que hacía cola en otra sucursal.

Un par de minutos antes de las 12 la encargada del local avisó que recibieron una circular que habilita a vender hasta cuatro entradas por persona. Los que están más atrás en la cola protestaron. El jugador de básquetbol Matías Giacometti, que trabaja en ese Abitab, salió en defensa de sus cuatro compañeras. “No es culpa nuestra”, trato de explicar.

A las 12 en punto se inició la venta. Cada solicitud que envían desde la sucursal recibe respuesta desde la central, por lo que la entrada demora en imprimirse. Esos segundos son eternos para los hinchas. Los que están en ventanilla miran fija la pantalla como si ayudara a agilizar el trámite mientras que los que están en la cola preguntan qué tribunas quedan.

Dos minutos después de iniciada la venta se acaban la Olímpica y la Ámsterdam. Entonces Fabián, que pensaba comprar cuatro, se tiene que conformar con dos entradas para la Olímpica y adquiere dos más para la Colombes. “Costó mucho pero lo más importante es que voy a poder ver a Peñarol”, dijo a 180 y agregó: “el lunes cuando me dijeron que se habían terminado las entradas me había mentalizado de verlo en casa con la familia. Ahora vamos a ir separados pero por lo menos vamos a estar”.

Los funcionarios no la pasan bien. “Me sudan las manos”, dice Giacometti, quien ni siquiera está atendiendo. “Si te sudan a vos qué queda para mi”, responde su compañera. La sensación se confirma cuando Luciana habla: “Pasas unos nervios muy fuertes porque demora pila en imprimirse y la gente está más apurada porque quiere asegurarse que no se le terminen las entradas. Y ni te digo cuando se tranca todo y tenés que anular una entrada porque le ves la cara a la persona que te está diciendo ‘dale’. Sufrimos más nosotros que ellos”.

A las 12 y 10 Sabrina llega a la ventanilla. Pide Olímpica y no hay, Ámsterdam y Colombes tampoco. Se conforma con dos taludes. Queda uno para Ámsterdam y uno para Colombes. Los compra. A su lado una señora mayor se lleva una solitaria entrada para el talud Colombes. Sabrina le ofrece cambiársela por el talud Ámsterdam. “Así voy con mi padre”, le ruega. La señora mira con mucha atención la entrada y decide cambiarla. “Me voy con el tesoro. No fueron las mejores pero conseguí. En la caja estaba todo trancado y pensé, ya está, lo miramos por la tele”, cuenta antes de irse feliz.

Son las 12 y 14 minutos. “¿Qué queda?”, preguntan desde la cola. “Solo taludes”, responden inseguros desde las ventanillas los hinchas.

A las 12 y 16 se venden las últimas dos. Son para la platea América. Las compra un hincha que pensaba adquirir dos taludes pero que cuando llegó a la caja se enteró que no había más. “Me llevo dos. ¿Te puedo pagar una con tarjeta?”, pregunta. “No, solo efectivo” contesta la funcionaria. El hincha dejó el termo y el mate en el mostrador y sacó la billetera. Tomó dos billetes de mil y comenzó a contar billetes más chicos. No llega. Mete las manos en los bolsillos y saca monedas. Tampoco le alcanza. Llama por celular a alguien y segundos después entra una persona con más plata. Se lleva las dos plateas.

Fue lo último. A las 12 y 17 un señor espera su ticket que ya estaba listo para imprimirse. Pero la máquina avisó que se habían terminado las entradas. “Morí en la orilla”, dijo resignado. Cuando abrió la billetera la cédula decía Fabián Gandhi.

Fueron 18 entradas en 17 minutos. La mayoría de la gente se fue callada. La excepción fue la de un hincha que se acercó a ventanilla y le dijo a una vendedora: “¿Cuchame una cosa, no te queda ninguna entrada para cualquier cosa?”. “Para el partido no hay más”, le contestó. “No, yo te digo cualquier papelito de esos. No tenés entrada para ningún tipo de eventos”, replicó. “No entiendo”, le respondió. “Porque le doy la entrada y me meto pa adentro corriendo”, explicó el hincha.

Sobre 12 y 20 Luciana confiesa: “Ahora vamos a pedir un masajista para descontracturarnos a todos”.