Marcelo Estefanell

Grosso modo

Dos noticias fluyen de las páginas de la prensa internacional, de los portales de internet y de los canales de televisión ante dos hechos de extrema gravedad.

Actualizado: 07 de agosto de 2011 —  Por: Marcelo Estefanell

Uno sucedió en Noruega cuando el xenófobo y ultraderechista Anders Behring Breivik decidió poner una bomba en el centro de Oslo para distraer a la policía; más tarde, se dirigió a la isla de Utoya y asesinó a decenas de sus compatriotas indefensos —principalmente niños y adolescentes— con el fin de defender a su país de los inmigrantes musulmanes y contra las políticas aperturistas y tolerantes del gobierno socialdemócrata noruego.

La otra noticia se repite en Siria desde que su presidente, Bachar el Asad, optó por la represión más feroz (tanques de guerra, carros de combate y fusiles) contra los miles y miles de manifestantes que se atreven a luchar en las calles contra su régimen déspota y nepotista.

Mientras el primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, llama a defender la democracia con más democracia, el sirio Bachar el Asad solo atina a dar más palos y balazos a su pueblo con el fin de defender su tiranía.

Nueve de cada diez noruegos están de acuerdo con la actitud de su primer ministro ante el cruento atentando de este neonazi. En otras latitudes hubiesen salido a la caza de brujas y se hubiesen puesto a organizar represalias explícitas y otras más o menos solapadas.

El presidente sirio solo sabe reprimir a su pueblo apoltronado en el poder sobre los tanques y los fusiles de un ejército obsecuente.

Mientras tanto, por estas regiones, lejos de los países nórdicos y más lejos aún de sus culturas, solo atinamos a pelearnos por chauchas y palitos. La selección nacional de fútbol es el único factor que nos une, que nos entusiasma y nos convoca. En todo lo demás estamos divididos vertical y horizontalmente. Nos enfrentamos en todos los temas habidos y por haber, desde los grandes asuntos hasta los más triviales: minoridad infractora, pasta base, proyectos mineros, cultivos transgénicos, energía nuclear, despenalización del aborto, asociación público y privados, educación, vivienda y un largo etcétera.

Pareciera que cada uruguayo llevara a un Jens Stoltenberg y a un Bachar el Asad dentro de sí. Oscilamos, según las circunstancias, desde el respeto por el otro a la intolerancia más recalcitrante. Nos cuesta enormemente ver más allá de nuestras narices y parece imposible sacar a cada político, a cada profesional y a cada gremialista de su minúscula chacrita.

Cosas aparentemente tan sencillas como los son la prevención de accidentes suponen larguísimas reuniones y discusiones que van desde la reglamentación de las camionetas escolares hasta la libreta nacional de conducir.

Cada comienzo de cursos en Primaria y en Secundaria significa una larga descripción de locales en malas condiciones y una clara burocratización de trámites que impiden que las soluciones lleguen en tiempo y forma.

Claro que el desarrollo económico por si solo no puede evitar que un neonazi produzca una masacre o que la miseria lleve necesariamente a la tiranía. Pero, sin duda, las sociedades, cuando más abiertas son, más posibilidades tienen de enfrentar eficientemente los desafíos del mundo moderno.

El caso del asesino llamado Anders Behring Breivik no invalida ni a la sociedad ni a la política noruega, por el contrario, confirma que las posiciones tolerantes y multiculturales predominan —pese al horror padecido— a todo intento de chovinismo barato y nacionalismo ramplón.

Noruega y Siria están lejos, sin embargo, de ejemplos tan disímiles podemos aprender mucho, y en el aprendizaje nos acercaremos a un pueblo que lucha contra la hegemonía despótica de la familia Asad y a la tolerancia política de un primer ministro llamado Jens Stoltenberg.



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