Tengo buenos amigos y pensé que alguno iba a aceptar, pero no. Y hasta ahora no me doy cuenta de qué parte no les convence.
—A ver, ¿qué podés perder? No tenemos que amarnos ni que dormir juntos ni nada. Solo elegimos un día cualquiera y nos damos unos picos delante de los amigos. Después decimos que nos dimos cuenta de que nos pasan cosas y que nos casamos.

Mi hermana nos hace la separación de bienes o podemos dejar firmado el divorcio desde antes. Yo te lo firmo igual en blanco. (¡Ah, blanco como el vestido blanco, qué lindo!).
Alquilamos un salón bien cutre. Después del vals (¡Ayyy, qué belleza el vals!) yo lagrimeo y decimos que nos estafó la wedding planner y que no hay catering. Pero bailamos. Bailamos toda la noche. Si querés terminamos con “Un saludo cordial” de los Asaltantes.
Nos dan días libres en el trabajo y la gente nos tira buena onda.
Llegamos del viaje, te quedás un tiempito en casa y después argüimos lo mismo que todo el mundo y nos separamos. Pará, antes preparamos dos lindos portarretratos, para tu vieja y la mía. ¿Por qué no? ¿Qué parte no te gusta?
Ninguno aceptó: Gonzalo, Gabriel, Daniel, Luis… Yo sigo creyendo que está bueno.
Ellos dicen que es mentir a la gente. Yo no pienso que sea para tanto. Porque querernos, nos queremos. Se nos podrá acusar de exagerar, pero ta, nadie es perfecto y yo merezco casarme. Tengo toda una cultura que me impele.
—Dale, dale, porfi. ¿Qué te cuesta? Solo hay que jugar un rato a la telenovela. Como en la vida misma… ¿Y si te hacen los pies en el Radisson a vos también?
Ilustración: Oscar Scotellaro