La reina más linda no es querida por su pueblo

Rania de Jordania, reina de ese país, es altamente popular en el extranjero y se la considera una de las mujeres más influyentes del mundo. Sin embargo, es difícil encontrar a alguien que hable bien de ella en su país, según un reportaje de El País de Madrid.

Actualizado: 02 de octubre de 2011 —  Por: Redacción 180

La reina más linda no es querida por su pueblo

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En febrero, un grupo de representantes de las tribus jordanas la acusó directamente de corrupción y eso hizo que la familia deje de ser intocable. La nota de Enric González dice que el tabú se ha roto por culpa de Rania al Abdulá.

Este es un caso caso especial, porque el régimen jordano dispone de mayor flexibilidad que el resto de autocracias, por eso quizás este país no se ha visto envuelto en la revoluciones árabes. Además, Rania se esfuerza por mejorar las condiciones de vida de mujeres y niños y ha conseguido éxitos en ese sentido. Sin embargo, su situación no difiere de la de otras reinas árabes y es percibida como una mujer rebosante en privilegios y ajena a la realidad de sus súbditos. Además, es palestina en un país con un problema palestino. E interviene en las decisiones políticas, en un país conservador y de tradiciones machistas.

Rania es de origen palestino, aunque nació en Kuwait el 31 de agosto de 1970. Sus padres, de la familia Al Yassin, dejaron la aldea de Tulkarm, al norte de la actual Cisjordania ocupada por Israel, y emigraron a Kuwait, donde hicieron fortuna. Rania estudió Ciencias Empresariales en la Universidad Americana de El Cairo y luego se reunió de nuevo con su familia en Ammán, la capital jordana, en la que sus padres se habían establecido tras la invasión de Kuwait por Irak en 1990. Trabajó para el Citibank y luego para Apple. Abdalá, hijo mayor del rey Hussein, la conoció en 1992 a través de una de sus hermanas.

Abdalá era un alto oficial del Ejército y no contaba en absoluto con convertirse en rey; el príncipe heredero era Hassan, hermano de Hussein. La situación empezó a cambiar a finales de 1998, cuando se hizo obvio que el rey Hussein estaba muriendo de cáncer. Ammán hervía de rumores sobre las malas relaciones entre la reina Noor, cuarta esposa de Hussein y muy popular en el reino, y la esposa de Hassan, príncipe heredero. Noor presionaba a Hussein para que cambiara los planes sucesorios y dejara el trono a Hamzá, el hijo primogénito de la pareja. Hussein, sin consultarlo con nadie, adoptó una solución intermedia. El 22 de febrero de 1999, el rey, a punto de morir, convocó a Abdalá y le anunció su inmediato nombramiento como príncipe heredero, en perjuicio de Hassan.

Hussein falleció y Abdalá se convirtió en rey, Rania adoptó el título de princesa real, Noor mantuvo el título de reina y Hamzá asumió la función de príncipe heredero. Ese equilibrio buscado por Hussein se rompió en semanas. El 21 de marzo, el rey Abdalá nombró reina a su esposa, Rania. La viuda Noor se marchó a Estados Unidos al día siguiente.

En la nota de El País de Madrid, se explica que la población transjordana, en general conservadora y religiosa, empezó a desconfiar de su reina. No les gustaba que vistiera ropas occidentales de lujo, no les gustaba que imperara en las revistas de moda, no les gustaba que fuera por el mundo con la cabeza descubierta y exhibiendo personalidad. Y aún les gustaban menos los rumores sobre su protagonismo político en palacio. A su activismo en materias como la educación, la protección de la infancia, los derechos de la mujer y el diálogo interreligioso, mediante fundaciones propias o en coordinación con organismos internacionales como la ONU y la Unicef, sumaba un indisimulado poder institucional: participaba en reuniones políticas junto a su esposo y no callaba sus opiniones.

Con la filtración de comunicaciones diplomáticas de Wikileaks, tanto los transjordanos como palestinos, comprobaron que el protagonismo político de Rania era tan notable como se rumoreaba. En los cables de la Embajada de Estados Unidos se reflejaban tanto las opiniones de Rania, como también el malestar que generaban en las tribus transjordanas, base de la monarquía. Además, hubo algo que tocó el nervio más sensible de la sociedad jordana: el tesón con que Rania impulsó los cambios legislativos a favor de la mujer, entre ellos el de que las mujeres pudieran transmitir la ciudadanía a sus hijos. Eso fue interpretado por los transjordanos como una vía para la nacionalización masiva de palestinos, con la consiguiente victoria demográfica de los inmigrantes del otro lado del río.

La gran filtración de Wikileaks se desarrolló en diciembre. En ese mismo mes, en una localidad tunecina llamada Sidi Bouzid, un joven vendedor de frutas, Mohamed Bouazizi, se inmoló en público, harto de la pobreza y del maltrato policial. Fue el principio de la primavera árabe.

Los regímenes corruptos de Túnez y Egipto cayeron en poco tiempo. Estalló la guerra en Libia. Las protestas en Siria suscitaron una represión más y más sangrienta. Abdalá de Jordania, un monarca absoluto de instintos moderados, tomó precauciones y aprobó una serie de medidas económicas (aumento de los salarios públicos, subvenciones a ciertos productos) para evitar que el creciente descontento en su país, reflejado en manifestaciones poco numerosas pero frecuentes, desembocara en una crisis.

La crítica lanzada por 36 representantes tribales cisjordanos el 11 de febrero, justo el día en que dimitió el presidente egipcio Hosni Mubarak, cayó como un mazazo. "Antes que la estabilidad y la comida, el pueblo jordano busca libertad, dignidad, democracia, justicia, igualdad, derechos humanos y el fin de la corrupción", decía la declaración tribal. La redacción evitaba cuidadosamente cualquier crítica directa al rey, pero sí lo hacía con la reina, con referencias a su fiesta de cumpleaños 40 en el desierto de Wadi Rum ("Rechazamos esos cumpleaños escandalosos que se celebran a expensas de los pobres y del tesoro nacional") y a varios artículos recientes de la agencia France Presse en los que se hablaba de supuestas actividades de Rania a favor del enriquecimiento de su familia

El entorno de la monarquía, movilizado por el rey, se desató contra la delegada de France Presse, Randa Habib, y denunció que sus artículos se basaban en "chismorreos y afirmaciones sin base".

Los transjordanos, que representan algo menos de la mitad de la población debido al crecimiento de los palestinos, se sienten especialmente afectados por la corrupción, ya que viven en gran parte del presupuesto público y consideran que los negocios turbios merman la riqueza nacional. Los palestinos, dominantes en el sector privado, también se quejan de la corrupción porque daña a las empresas. "Este país no tiene ni agua ni petróleo, vive de las ayudas exteriores, en especial de Arabia Saudí, y solo puede prosperar si utiliza a fondo el alto nivel educativo de su gente y su espíritu emprendedor", comenta un abogado palestino, especializado en auditorías, que finalmente prefiere que no se haga público su nombre "por no correr riesgos".

El rey sigue siendo intocable, pero su régimen está bajo cuestión. Y las denuncias se centran en la reina. La posición de Rania es cada vez más delicada.