En esta verde región costera del noroeste de España, la pequeña ciudad de Arteixo (30.000 habitantes) acoge la sede y once factorías del líder mundial de la confección, Inditex, casa matriz de la marca Zara.
Un imperio creado hace 40 años por Amancio Ortega, hijo de ferroviario convertido en el hombre más rico de España y el séptimo del mundo.
En el primer piso de un edificio de cristal, un inmenso espacio abierto, donde domina el blanco, agrupa comerciales y estilistas de una treintena de nacionalidades para que trabajen juntos.
La calma que reina en el local es sólo un espejismo: los primeros, teléfono en mano, están en contacto permanente con 1.800 comercios de Zara, de los 5.000 del grupo.
Mientras la crisis golpea duramente a España, la marca famosa por sus bajos precios, que genera dos tercios de las ventas del gigante textil, tiene los ojos puestos fuera.
"Estamos en el 96-97% de aperturas al internacional", reconoce Jesús Echevarría, director de comunicación de Inditex. El grupo ya sólo obtiene un cuarto de sus ingresos (26%) de su país natal.
En conjunto, las empresas españolas buscan su salvación más allá de sus fronteras y, según los economistas, son las exportaciones las que por ahora están salvando al país de la recesión.
Último ejemplo de esto, la adjudicación para un consorcio español de un megacontrato de línea de alta velocidad que transportará a los peregrinos de La Meca en Arabia Saudí.
Zara, además, desembarcó el jueves en Sudáfrica, 80º país de una red que está en relación constante con su sede gallega.
"Diariamente las tiendas transmiten informaciones, con el análisis de las ventas, lo que el cliente ha comprado y que ha dejado de comprar, qué color, qué tejido no le ha gustado", explica Echevarría.
Lo que permite aumentar o parar una producción en curso.
"Pero también hay un reporte cualitativo, porque las encargadas de tiendas tienen una relación muy importante con el cliente y saben porque no le ha gustado esta chaqueta, este vestido...", añade.
"Con esta información empiezan a trabajar los equipos de diseño y hacen cambios constantes" en los modelos que preparan. Amancio Ortega, de 75 años, tiene por costumbre sentarse a una mesa con ellos.
Unos metros más allá, se montan los primeros patrones, se prueban en unos maniquíes y después se da luz verde a una de las factorías que corta el género antes de enviarlo a una multitud de talleres de confección en Galicia y Portugal.
Para mantener su flexibilidad, el grupo produce un 50% de su ropa en España, Portugal y Marruecos. Incluso la parte (34%) confeccionada en Asia pasa inevitablemente por Arteixo, para una última supervisión y control de calidad.
Entre el diseño de un vestido y su puesta a la venta, pasan dos semanas en Europa, tres para las tiendas más lejanas. Cada tienda recibe suministros cada tres días.
"Es moda hecha a toda velocidad", comenta Ricardo Pérez, economista del IE Business School y especialista en Inditex.
La sede del grupo, donde reina "el aparente caos y en realidad el super orden y la super disciplina", "define un poco la compañía, una compañía centrada en ejecutar de forma eficaz diseños que sean para todos y convertirlos luego en algo que, con coste razonable, sea distribuido de forma muy rápida a todo el mundo".
En 2010, Inditex confeccionó 800 millones de vestidos y su beneficio subió un 32% hasta los 1.732 millones de euros.
Todo ello sin gastar un céntimo en publicidad. Y el presidente Pablo Isla, que sucedió en julio a Amancio Ortega (aun primer accionista), sigue las costumbres de su mentor y no concede nunca entrevistas.
(AFP)