Ariel Julio Castro Tabó

Abuelo

El sábado 12 de mayo de mañana cuando dejamos la urna con los restos de mi abuelo, el maestro Julio Castro, en el nicho 519 del Cementerio del Buceo, mi familia finalmente cerró una etapa. Después de 34 años de incertidumbres, de búsquedas, de engaños y de dolor, finalmente cumplimos ese rito propio de nuestra civilización: enterrar nuestros muertos, despedir nuestros ancestros. Un momento doloroso pero necesario. Para mí fue decirle adiós a quien, junto con mi padre, me enseñó qué es eso del campo, me mostró que se puede hablar de cosas importantes de forma divertida y que en cada lugar y en cada cosa hay historias profundas a descubrir. Y que el lujo de la vestimenta poco tiene que ver con el contenido. Eso último al menos, creo que lo aprendí. El dolor de que mi padre no haya podido enterrar a su padre todavía no lo aprendí a superar.

Actualizado: 06 de junio de 2012 —  Por: Ariel Julio Castro Tabó

Abuelo

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La tarde anterior lo había despedido la sociedad toda en una ceremonia sobria y sencilla, en un lugar muy sentido para los maestros uruguayos: el Museo Pedagógico. No fue una elección casual, y el mensaje fue entendido y compartido. No hubo discursos, pero sí hubo abrazos, lágrimas, cariño, respeto. Fue, al decir de su amigo y colega Miguel Soler, el momento en que su otra familia, la que integran los maestros y educadores, le dijo adiós. Pero no solo ellos, también políticos, militantes de la cultura, periodistas, intelectuales, ciudadanos de todo pelo. En otras palabras, Uruguay lo despidió. Y, dentro del dolor que todo velatorio implica, fue también una celebración de una vida plena, hermosa, envidiable. Lo importante en ese momento no fue la terrible anécdota de su muerte sino lo rico de esa vida. Una vida que a mí, como su nieto, me hace preguntarme cómo diablos hizo para vivir tantas cosas. No se puede salir feliz de un velatorio, menos del de un abuelo, pero sí se puede salir con esa sensación agradable de haber podido ser parte de un momento lindo, donde los uruguayos nos reconocemos como una sociedad que vale la pena. Un momento que, justo es reconocer, fue posible gracias al apoyo de muchos, como la gente del Museo y del Consejo de Educación Inicial y Primaria, del PIT-CNT que colaboró en la organización, de la Empresa Martinelli que nos dieron una mano enorme, de la prensa que mostró el mismo respeto que en todas las instancias desde la identificación en diciembre, de los que aportaron para la Escuela 169. Un logro, y esto no es casualidad en esta historia, colectivo. Una etapa que se cierra.

Pero los impactos de la aparición e identificación del cuerpo de abuelo creo que no terminan ahí. Quizás el más importante a largo plazo sea el rescate de la obra de, dicen los expertos, uno de los pedagogos más importantes de nuestro país. Me han comentado que son muchos los educadores que picados por la curiosidad se acercan a la obra de esa persona de la que tanto se ha hablado en estos últimos meses. Y son varios los esfuerzos de volver a editar sus trabajos. Algo ya ha hecho el CEIP, otro tanto está haciendo el grupo de Educadores para la Paz. Carlos Liscano desde la Biblioteca Nacional.

Este rescate es trascendente y a la larga va a dar frutos, sobre todo en momentos donde la discusión sobre la educación hace mucho ruido, pero da poca sustancia. No soy pedagogo y no me voy a meter en temas específicos, pero creo que lo más importante es tomar sus trabajos como ejemplos a seguir, no como textos sagrados. Me parece que el aporte de abuelo (y el de sus compañeros de ruta) está en su forma de utilizar herramientas con objetivos claros y cabeza abierta. A veces me pregunto qué pensaría abuelo del Plan Ceibal. Sospecho que buscaría sacarle el mejor jugo, sin encandilarse con las lucecitas, sin perder de vista el objetivo central del niño, pero sin dejar de aprovechar las oportunidades. Capaz que no. Pero de algo estoy seguro: haría un análisis propio, independiente, creativo, con objetivos claros y con cabeza abierta.

Otra cosa asociada: en medio de tanto palo inmerecido, la discusión sobre abuelo ha vuelto a resaltar el rol del maestro. Un punto nada menor si queremos llegar a logros en serio.

Un ciclo que se abre. Dependerá de todos pero sobre todo de la comunidad educativa que se transforme en otro logro colectivo. Y que Uruguay demuestre no merecer el mote que abuelo le daba: el país de la vaselina.

Mucha gente me ha preguntado si el entierro y el fallo judicial de marzo pasado (donde se condenó al oficial de Policía Zabala) cierran un ciclo. Creo que solo cierran una etapa. Para empezar el caso de abuelo, con todo el impacto que tuvo en desenmascarar la criminal y fría brutalidad de la dictadura, no deja de ser uno en muchos. En la medida que sigamos sin aclarar el resto de los casos vamos a seguir en deuda como sociedad. Pero además, y específicamente hablando del caso, es obvio que los involucrados son muchos más. Pensar que la cadena de involucrados y las decisiones se limitan al oficial Zabala y al fallecido Rodríguez Buratti es insultar nuestra inteligencia. Habrá que seguir buscando, habrá que seguir investigando, pero a la larga se van a seguir encontrando datos. Como dice mi tía, en este país heredero de Felipe II siempre quedan registros. Estarán guardados en esos archivos esquivos, estarán en la casa de un represor, estarán en el pozo de un ascensor, pero que los hay los hay. Y de a poco, con el esfuerzo de muchos y a pesar de las maniobras de otros, los encontraremos. Ya estamos curtidos.

La historia del caso de abuelo es un buen ejemplo. Es una historia sin grandes héroes homéricos, es una historia de pequeñas muestras de lo que yo llamo coraje manso. Es la historia de los parientes y amigos que a pesar de lo peor de la dictadura denunciaron. De los que ayudaban, junto con abuelo, a escapar a gente perseguida. De diplomáticos mexicanos que no dudaron en poner en juego su carrera y su seguridad para ayudar a esos escapados. De los uruguayos en el exilio que llevaron el caso a las cortes internacionales. De un periodista torturado que en medio del horror es capaz de mantener la lucidez suficiente como para identificar, a pesar de la capucha, al prisionero a su lado. De un joven soldado que a la salida de la democracia sale a la luz pública a denunciar una detención ilegal. De compañeros de trabajo que lo convencen de hacer eso. De abogados que hacen las denuncias. De periodistas que reconstruyen los hechos. De fiscales que a pesar de amenazas y de violaciones de domicilio continúan la investigación. De investigadores y estudiantes que pasan más de cinco años escarbando sin encontrar nada y aun así siguen. De historiadores que juntan documentos valiosos entre toneladas de papeles inútiles. Los protagonistas de la historia somos todos, como fuimos todos los que tiramos abajo la dictadura más allá de algunos que se creen dioses y cuentan la historia a su gusto. De nuevo, logros colectivos.

En ese contexto los familiares somos uno más en ese colectivo. Aportamos lo que pudimos, aunque siempre queda la sensación de que uno pudo haber hecho más. No nos mueve el odio ni el deseo de sangre o venganza. Simplemente la necesidad, que sentimos que es de la sociedad toda, de justicia y de verdad. La misma que genera cualquier crimen o cualquier injusticia. Las características del hallazgo del cuerpo de abuelo movilizaron a la sociedad y mostraron que con esfuerzo y voluntad se puede, más allá de falsas misericordias y llantos por “pobres viejitos”. De todos, pero sobre todo del gobierno, depende que el camino hacia la verdad sea más corto.

Porque haya o no voluntad, si alguien se cree que hay algo que terminó aquí esta muy equivocado. Dicen que la verdad libera, y como abuelo dijo “el andar del tiempo hacia la liberación de los pueblos es constante, y es, además, irreversible”. Esto, el camino hacia la reconstrucción de nuestra historia y la verdad, recién empieza.



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