El reclamo, sigue siendo una “educación pública, gratuita y de calidad”, en línea con el movimiento estudiantil universitario, en un país que puede mostrar indicadores de expansión educativa envidiables en la comparación latinoamericana, pero logrados al costo de un gran endeudamiento a futuro de las familias y de los propios estudiantes, para pagar por prestaciones que en muchos casos dejan mucho que desear y muestran claramente que el principio de gratuidad en la enseñanza no rige en ningún sentido, lo que profundiza las notorias desigualdades en el acceso y sobre todo en el egreso universitario. Para muestra solo un par de cifras: si bien casi un millón de jóvenes acceden a la universidad, apenas dos de cada diez del decil más pobre lo logran, contra nueve de cada diez en el decil más rico.
Escuché con mucha atención (en el seminario) a Giorgio Jackson, Presidente de la FEUC (Federación de Estudiantes de la Universidad Católica) y leí todo lo que pude sobre un tema que está -sin duda- en el centro del debate público en la sociedad chilena, para tratar de entender de la mejor manera posible este fenómeno, y me llamó mucho la atención un libro (que recomiendo ampliamente) que reúne las notas que fue publicando durante el conflicto Fernando Atria (La Mala Educación: Ideas que Inspiran al Movimiento Estudiantil en Chile, Editorial Catalonia) presentado recientemente y que está prologado -precisamente- por Giorgio Jackson, quien comenta que en medio de las manifestaciones y acciones del movimiento estudiantil, sus principales dirigentes (él incluido) andaban literalmente “con Atria en la mochila”, para respaldar sus demandas y sus propuestas.
La respuesta del gobierno se ha concentrado -una vez más- en destacar (con el apoyo incondicional de los grandes medios masivos de comunicación) que las protestas son “violentas” y que por esa vía no se va a lograr nada, ninguneando al mismo tiempo los diálogos y las negociaciones que más temprano que tarde tendrá que establecer con un movimiento estudiantil que crece nuevamente día a día, ofreciendo respuestas pertinentes a las demandas que desde allí se formulan. Demás está decir que las expresiones de violencia que se registran en las manifestaciones estudiantiles, son impulsadas por sectores minoritarios, que nada tienen que ver con el propio movimiento estudiantil, pero lo cierto es que la opinión pública rechaza la violencia, aunque sigue manifestando un importante respaldo a los reclamos estudiantiles y críticas severas a la actitud del gobierno, que al parecer aspira -una vez más- a desgastar al movimiento, en lugar de buscar respuestas pertinentes a los notorios problemas de la educación, que en muchos casos se maneja desde la lógica del lucro y no desde la lógica de un servicio público que puede prestarse desde agentes privados.
Para un observador externo (como yo) la dinámica planteada presenta un gran interés en sí misma, porque permite analizar a fondo las lógicas con las que funciona un modelo que es alabado y criticado con mucha fuerza en todas partes, pero a la vez, genera un gran interés por realizar algunos análisis comparados, que permitan responder a una pregunta clave: ¿por qué sí en Chile y por qué no en otros países latinoamericanos? Se han ensayado, por cierto, varias respuestas, y todas aportan algo a la explicación correspondiente, sin que ninguna lo logre exclusivamente, por lo que interesa mencionarlas, como una contribución al debate correspondiente, también en nuestro país.
Por un lado, una explicación recurrente se centra en la idea de que los reclamos estudiantiles en Chile se deben a la denominada “revolución de las expectativas”, en un país que crece sistemáticamente en el plano económico y genera recursos con los que mejorar notoriamente las condiciones de vida (la pobreza ha disminuido, las clases medias se han expandido, etc.) y como algunos de los problemas que enfrentan otras sociedades están resueltos (o al menos, controlados en niveles “tolerables”) explotan las demandas por este tipo de “activos”, que en otros contextos no son prioritarios. Estaríamos, en este caso, ante una dimensión económica, en lo fundamental, con sus correspondientes impactos socio-culturales.
Por otro lado, se ensayan explicaciones más políticas. Desde este ángulo, el movimiento estudiantil universitario del año pasado (y estaría ocurriendo algo similar con el secundario actualmente) ha tenido un gran impacto porque Chile tiene un gobierno de derecha o conservador, gestionado en buena medida por empresarios privados o profesionales que trabajan para ellos, que convive sin problemas con el lucro privado y que disiente notoriamente con las manifestaciones contestatarias, sean ellas estudiantiles, sindicales, campesinas, indígenas, de mujeres o de grupos con orientaciones sexuales diversas (diferentes a las consideradas “normales”). En esta óptica, el hecho de que los “pingüinos” del 2005 invadieran la escena pública en el marco de un gobierno socialista, es mostrado como una explicación del escaso éxito logrado, en materia de logros en sus reivindicaciones.
Una tercera explicación, por su parte, hace referencia al carácter más “cultural” de las protestas, frente a la lógica de los enfoques centrados en la creación de “capital humano”, orientados por metas ligadas con la productividad empresarial y no en la formación ciudadana (por ejemplo), lo que a su vez se relaciona con dimensiones más ligadas con la dinámica de los mercados de trabajo, que no responden a la formación que se brinda desde este tipo de enfoques, por lo cual, las protestas estarían impulsadas más bien por jóvenes que aunque logran una buena formación (en el marco restrictivo del enfoque criticado) no logran acceder luego a puestos de trabajo a tono con las “calificaciones” obtenidas en la universidad. Desde este ángulo, las revueltas apuntarían al mercado de trabajo, más que al sistema educativo.
Estas dinámicas son totalmente diferentes en Argentina, en Brasil y en Uruguay, por lo que vale la pena revisar nuestras propias discusiones en este plano, en términos comparados con los otros países de la región. Por mi parte, creo firmemente que nuestra Universidad pública tiene enormes limitaciones y deudas de todo tipo, pero no creo que las “alternativas” puedan provenir desde la lógica de la prestación masiva de servicios públicos por entidades privadas, y la experiencia chilena es más que elocuente al respecto, pero … ojalá, nuestras autoridades universitarias no tomen esto como una buena excusa para no hacer nada relevante.
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