Valeria Tanco

¡Araca!: salieris peligrosos

El plagio de José “Catusa” Silva vuelve a poner sobre las tablas una cuestión indefinida y polémica que presenta históricamente el carnaval. Antes de bucear en las oscuras aguas de la originalidad, voy a detenerme un segundo en la superficie para dar mi opinión sobre este caso en particular.

Actualizado: 09 de marzo de 2009 —  Por: Valeria Tanco

¿Es correcto que la única sanción aplicada a la murga Araca la Cana haya sido económica y sobre un posible premio cuando esta copia representa uno de los pasajes más logrados de su espectáculo? Mi respuesta personal es no, porque es injusto con los demás y sienta jurisprudencia para futuros casos. Si me descubren copiando no sólo me aceptan el examen, sino que puedo pasar con 12. O pasar a la liguilla, dado el caso. No sé en qué momento el plagio dejó de ser un delito artístico y moral para convertirse en parte de la “viveza criolla” cuya mancha desaparece con un liviano mea culpa. Perdón, ya recordé cuándo fue. Si ustedes aún no, pueden preguntar en el semanario Búsqueda.

Lo llevo a préstamo

Los conjuntos arman sus espectáculos a partir de canciones ya existentes, a las que se les cambia la letra y a veces los arreglos musicales. La excepción es la categoría de lubolos, para la que se exigen composiciones originales.

La murga, debido a su sonido propio y a ser una propuesta mayormente cantada, está siempre bordeando la frontera entre inspiración y copia. Es un “salieri” consciente y muchas veces culposo, que justifica su accionar a partir de los rasgos constitutivos del género: tomar las realidades y deformarlas o descontextualizarlas, abusar del uso de lo cotidiano, reutilizar elementos del consumo diario o ponerlos bajo un foco. En este sentido, se entiende el por qué de elegir para sus contenidos músicas hiper escuchadas, personajes mediáticos y televisión de la tarde. Pero a la misma vez, creo que en gran parte debido a la forma del concurso, cada año se esperan obras teatrales y musicales acabadas y con la menor dosis de amateurismo posible. En realidad, para mí el carnaval es una expresión popular con rasgos artísticos, nada más. Y nada menos.

Hace algunos inviernos Agadu (Asociación General de Autores del Uruguay) planteó que si las murgas querían seguir publicando discos debían presentar solo músicas inéditas. Nunca se llegó a implementar, pero en el momento se generó una discusión sobre la pertinencia y la plausibilidad de este requisito.

Además de toda una categoría entera – lubolos- ha habido conjuntos que han demostrado que se puede hacer todo un espectáculo con canciones originales, como La Gran Muñeca en este 2009 y Falta y Resto en el 2007. Si es más meritorio o no, cuál es la relación costo-beneficio o si le agrega un plus al espectador o no, son algunas de las interrogantes que dejan estas apariciones esporádicas de originalidad. Lo cierto es que a nivel de concurso no agrega nada, no se premia especialmente a los que eligen este camino.

Y dale alegría, alegría a mi corazón

El límite entre lo permitido y lo abusivo en cuanto a utilizar lo existente es difuso, no hay buena reglamentación carnavalera al respecto.

Traigo un par de ejemplos para ilustrar el tema. El primero es una retirada de Falta y Resto del año 1992 dedicada a los adolescentes con música de Queen, que terminaba enganchándose con “Y dale alegría, alegría a mi corazón” de Fito Páez. Este final era realmente apoteótico en cuanto a la respuesta de la gente, a cómo se coreaba y se aplaudía al ritmo de este fragmento creado por Páez. Por Páez, repito, no por la murga. ¿Es válido tomar prestada una fija ya probada por su autor y aprovecharse de ella lisa y literalmente? ¿El uso lícito de lo ajeno se debe medir en cuartetas, en palabras, en si se dice conceptualmente lo mismo?

El otro ejemplo es de parodistas Momosapiens. Horacio Rubino, su director y letrista, siempre hacía bromas durante sus actuaciones con respecto a nutrirse de revista Condorito para armar su parte humorística. Esto era cuando no había Internet. Luego dejó de hacer chistes con eso, simplemente tomó prestados un par de gags de You tube y los reprodujo exactamente iguales. Uno era un ping pong con técnicas de títeres y otro ocurría en un baño de hombres. Ese año, 2006, Momosapiens ganó el primer premio, y Rubino obtuvo una mención como Mejor Letrista del Carnaval. Esos dos gags eran los momentos más efectivos del conjunto, incluso llegaban a sentirse “descolgados” del resto. Habían sido “descolgados”, sí, de la red. ¿Es válido tomar prestadas escenas, segmentos, secciones o gags e incluirlos con forceps dentro de la propuesta lisa y literalmente? ¿El uso lícito de lo ajeno se debe medir en pertinencia narrativa, en cuán fiel es la copia, en cuánto peso tiene para la propuesta?

Las influencias, la información y los gustos de los creadores de espectáculos carnavaleros aparecen en sus propuestas, así como en cualquier trabajo de autor. El rigor moral con que encaren su tarea queda, evidentemente, supeditado al libre albedrío de cada uno. Como espectadora puedo exigir menos pereza, más imaginación, a veces más trabajo. Pero enseguida me surge la sensación de que la falta de originalidad campea en estos tiempos en todos lados. Entonces sólo pido que no me engañen, porque mi suspensión de la credulidad tiene por fin recibir pequeñas dosis de magia. No la activo para que la utilicen como portal a la mentira.

Hace sólo un carnaval Araca la Cana interpretó dentro de su propuesta un pasaje muy bueno de la chirigota gaditana homónima, pero citó a la fuente en el escenario. Era una visión revisionista sobre la conquista que la Araca española había presentado en el carnaval de Cádiz. No sé si citar la fuente es suficiente, pero seguro es más honesto. Esta vez a Silva se le olvidó hacerlo. Igual no importa. ¿O sí?



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