Corbellini, Onetti y la mirada del amor

“La vida brava” se llama la obra que Helena Corbellini publicó hace un par de años. Y aunque el contenido está dedicado a recrear la vida amorosa de Horacio Quiroga, el título homenajea al primer libro que leyó de Juan Carlos Onetti. Helena es una reconocida narradora y poeta, además de profesora de Literatura. Y porque la vida es azarosa y a veces justa, tuvo un papel muy importante en la reciente incorporación de un manuscrito al Archivo Onetti de la Biblioteca Nacional.

Actualizado: 30 de marzo de 2009 —  Por: María Eugenia Martínez

Corbellini, Onetti y la mirada del amor

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¿Quién es Helena Corbellini?

Tengo 50 años. Soy de Capricornio. Estoy casada con un coloniense llamado Guillermo Cassanello desde hace tres años. Vivimos un poco en Colonia y un poco más en Montevideo. Nos gusta caminar, lo acompaño a pescar, cazar y navegamos un poco en un velerito.

Tengo dos hijos que se llaman Julia y Joaquín Venturini. Julia estudia Astronomía en la Facultad de Ciencias y Joaco, Antropología en Humanidades. Son mis joyas. Leer, escribir y enseñar son mis tareas. También la gestión cultural en estos últimos años. Mi trabajo me hace feliz.

¿Cómo llegaste a Onetti?

Me inicié en Onetti en la adolescencia, gracias a una profesora de Literatura que me facilitó el acceso a su obra. Yo tenía dieciséis años. Ni siquiera empecé por "El pozo", empecé por "La vida breve". Luego seguí prolijamente con todo lo demás. Desde entonces, me empeño en no ser nunca una "señora". Soñé con ser "la muchacha" que él soñaba.

Encontré a Santa María en Montevideo, en Buenos Aires, en el litoral argentino, en Colonia del Sacramento, y muchas señales en Nueva Helvecia. Me produce algo semejante al amor el imaginarlo solitario soñando fantasías crudas… A mí también me gusta estar tirada en la cama, leer en la cama, desayunar en la cama y todo lo demás que se puede hacer en la cama.

Ahora que soy una señora madre, creo que descubro a Onetti como un ser muy arriesgado, que se jugó a vivir como soñaba, lo que tuvo costos muy altos en su vida privada y que estuvo dispuesto a pagar.

¿Has escrito sobre él?

Dos veces sobre su obra. En unas jornadas en la Facultad de Humanidades donde hablé sobre su última novela "Cuando ya no importe" (hace unos años) y en las jornadas académicas de la Movida Onetti. Allí trabajé sobre la imagen de la mujer en "Dejemos hablar al viento".

¿Cómo es la imagen de la mujer allí?

Mi hipótesis es que él modificó su imagen. La mujer ya no fue la “muchacha”, sino alguien como Fedra, un ser como Proteo, que puede ser todo y estar en perpetua transformación. Eso fue publicado en un libro editado por la Biblioteca y coordinado por Pablo Silva y por mí. Se llama "Bienvenido, Juan".

¿Y ahora cómo es el vínculo con su obra?

Acabo de releer "Cuando ya no importe" y volví a llorar con sus páginas, donde asume la distancia y la proximidad de la muerte. Y su recuerdo bello de Monte, con su cementerio marino, "más bello que el del poeta".

¿Cómo conociste a Isabel María Onetti? ¿De dónde viene el vínculo con su hija?

Litty es una mujer extraordinaria, hermosa, íntegra, de pocas palabras y gran inteligencia. La conocimos cuando organizamos la Movida Onetti en Colonia, junto a Pablo Silva y un grupo de compañeros de lo que era entonces la Casa de los Escritores.

Nos reencontramos cuando organicé la recepción del Archivo en la Biblioteca, donación de la viuda, Dorotea Muhr. Entonces Litty nos entregó su contribución al archivo: el único escrito que permaneció en el hogar de Elizabeth Pekelharing (madre de Litty) después de la separación.

Era un relato inacabado titulado "El último viernes". Nos dio esa copia mecanografiada y lamentó haber extraviado el original escrito a mano por su padre. Este verano me escribió diciendo que había hallado el original y quería dármelo para el archivo.

Yo había alquilado una cabaña que mi hija bautizó "La choza". Después nos reímos, porque Onetti en "El pozo" dice vacilar sobre si "cabaña" y "choza" pueden ser sinónimos. Allí se apareció Litty con su prima Nenena Gil Onetti, con el manuscrito y una botella de champán.

Guillermo hizo un asado y vimos la puesta de sol sobre el mar. Entonces, me dio esa hojas borrosas, escritas a lápiz, y tuve una emoción tan profunda que me pareció que estaba soñando algún capítulo de Onetti extraviado.

¿La vida puede ser tan maravillosa que alguien puede leer porfiadamente a un autor hasta que unas páginas escritas a mano por él vienen a dar al cajón de su ropero? Porque eso ocurrió hasta que volví de mis vacaciones y entregué el manuscrito al archivo.

A todo esto, informé a la ministra María Simon del asunto y ella entendió que era de relevancia como para organizar una recepción formal de "El último viernes". Así lo hicimos el 20 de marzo en la Biblioteca Nacional. Entiendo que Litty quedó muy feliz.

¿Qué hay en ese manuscrito?

Por lo pronto hay extrañas coincidencias. La primera página del manuscrito es un ensayo de cuatro posibles intrigas. Una comienza diciendo: "Pastor y su mujer...". Isabel María (su hija) se casó de adulta con un hombre llamado Pastor Mora. Fue el padre de sus cuatro hijos y falleció hace cinco años.

En este período tuve un sueño maravilloso en que Onetti se me aparecía y me miraba de un modo especial. Y yo comprendía que esa mirada era el amor. No amor hacia a mí, no, sino el concepto del amor en una mirada, porque era un viaje a las sierras. Después releo la biografía hecha por Domínguez y Gilio y encuentro que él se fue de luna de miel a Córdoba con la madre de Litty. Escribí un cuento que acabé de corregir hace unos días.