Marcelo Estefanell

¿Qué culpa tienen los caballos?

Nadie puede estar en contra del cuidado del medio ambiente aunque en la práctica no se note (arroyos urbanos contaminados, conducta ciudadana irresponsable ante el problema de la basura y un largo etcétera). Nadie se atrevería, incluso, a proponer contaminar el aire, la tierra y el agua. Sería algo de locos. Pero de las consignas fáciles a las propuestas que se oyeron antes, durante y después de la “Marcha Nacional en defensa de la Tierra y los Bienes Naturales” no solo hay un inmenso abismo sino que también existe una gigantesca hipocresía que pasa disfrazada de buenas intenciones.

Actualizado: 01 de noviembre de 2013 —  Por: Marcelo Estefanell

La variopinta manifestación que se realizó por 18 de Julio desde el Obelisco hasta la Plaza Independencia, el 18 de octubre pasado, nos dejó una larguísima letanía sintetizada en un dogmático NO: no a la megaminería, no al puerto de aguas profundas, no a la regasificadora, no a UPM, no a los transgénicos, NO a todo lo que signifique una posibilidad de establecer las bases para salir del subdesarrollo.

Quiero interpretar que esos miles de manifestantes creen de buena fe que oponiéndose a todo eso hacen bien a la humanidad, aunque no se les escuche ninguna propuesta sobre cómo obtener más energía, cómo evitar el colapso logístico que estamos padeciendo, cómo salir, en suma, de la miseria y lograr estándares de vida adecuados, donde la indigencia y la pobreza se conviertan en un triste recuerdo.

Sin embargo, reconozco que impresionaba esa cantidad de jinetes por la avenida principal, portando banderas y pancartas, aunque esos paisanos ya no visten chiripá y bota de potro, sino bombachas de tela sintética y camperas polares hechas en base de poliéster (derivado del petróleo); y más impresionaba ver a uno de los manifestantes hablando por celular, elemento indispensable y popular hoy en día como ningún otro, pero compuesto de cuanto mineral a uno se lo ocurra imaginar, extraídos de profundas minas, algunos, y a cielo abierto, otros; un compendio de cobre, oro, níquel, plomo, cadmio, silicio y del escaso y eficiente coltán.

Los caballos, convertidos en símbolo de cuanta lucha ha experimentado el hombre, no tienen la culpa de que sus dueños usen el hierro para dominar su boca y para herrarle los vasos, por no hablar de otros metales que participan de los arreos e, incluso, de los adornos que pretenden engalanar al animal y darle importancia al jinete.

Los caballos no son responsables de las incoherencias de quienes los montan para expresarse libremente en una marcha contra la minería de gran porte, por más que en la vida cotidiana se beneficien de esos metales que componen sus camionetas, sus tractores, sus herramientas, sus viviendas, las torres de alta tensión y la hebilla del cinturón.

Que al hierro y a los demás minerales los extraigan otros. Con el cuarzo no hay problemas porque está a flor del suelo y es un elemento folclórico en nuestras ferias artesanales. Nosotros, tan campantes, sigamos con una vaca por hectárea y dos ovejas (promediando, claro) y no me vengan con prospecciones y perforaciones: no pasarán. Con las energías limpias está todo bien, pero eso sí, no se les ocurra instalar molinos gigantes en nuestros campos porque no va: meten ruido y contaminan el paisaje primigenio. ¿Y las plantas de celulosa y las fábricas de papel? Que las tengan otros también, que nosotros, en solidaridad con quienes las padecen no leeremos más diarios ni más libros, y menos haremos las tan mentadas fotocopias puesto que a ellas se le suman las máquinas que las producen con sus cartuchos de tóner contaminantes y todos esos elementos electrónicos peligrosos e idénticos a los componentes de una caja registradora, de un cajero automático y de las ceibalitas. Tampoco compraremos pañales geriátricos y menos para los bebés. Retomaremos los pañuelos y las servilletas de tela. Sobre el papel higiénico aun no hemos tomado una decisión y por más que hemos buscado inspiración en nuestros antepasados remotos no hemos encontrado una solución.

En fin, los caballos volvieron a sus potreros y sus dueños se vieron en todos los informativos gracias a la televisión. No tema, estimado lector, no le voy a describir de cuántos minerales se compone su televisor ni el cable coaxial, ni la repetidora de señal, ni la heladera de donde sacó hielo, ni la sartén donde alguien está preparando una tortilla, ni el smartphone con el que su cuñado le manda un video de la marcha por WhatsApp al pariente que tuvo que emigrar por falta de trabajo y de oportunidades. No. Solo le diré que los caballos son inocentes pero los humanos no lo somos. Es nuestra responsabilidad salir de la pobreza y cuidar del medio ambiente sin dejar de producir. El mundo demanda energía, alimentos, minerales, tecnología, transporte y mucho, muchísimo conocimiento. Y nosotros, tomando todos los recaudos, se lo podemos ofrecer. Eso sí, necesitamos un puerto de aguas profundas, necesitamos carreteras y puentes, necesitamos energía, necesitamos inversión y necesitamos trabajo y educación.

Es la pobreza quien más contamina y no el uso de los recursos naturales. La pobreza en su sentido más amplio, desde la falta de calorías, vitaminas y minerales esenciales para la vida, hasta la pobreza intelectual, la intolerancia y el creernos el ombligo de un mundo que solo existe en la imaginación.

Los caballos son inocentes hasta de la bosta que dejaron en las calles de Montevideo. Nosotros no.



Las opiniones vertidas en las columnas son responsabilidad de los autores y no reflejan necesariamente posiciones del Portal 180.