“La actitud del Departamento de Estado es muy contradictoria con el deseo expresado por el presidente Obama de un acercamiento con Cuba (…) Como trabajador de la cultura cubana me sigo sintiendo tan bloqueado y discriminado como por otros gobiernos”, escribió Rodríguez en una carta pública en la que hizo conocer su enojo.
Agregó que quienes le negaron la visa “son los que piensan que el mundo se divide en poderosos y en débiles; los que solo aprecian a los que son ricos y fuertes. Son los que no nos perdonan que aún siendo pequeños hayamos decidido vivir de pie”.
Por supuesto, resulta lamentable que le hayan negado la visa a Silvio Rodríguez. Es penoso que alguien decida qué artista puede o no puede ingresar a cualquier país, y son lamentables en un plano más general todas las prohibiciones que impiden a las personas desplazarse libremente por el mundo.
En eso uno coincide con Rodríguez. Pero, al mismo tiempo, es imposible no percibir el cinismo de su protesta. ¿Acaso no sabe que su privilegio de viajar libremente por el mundo le es negado a miles de sus compatriotas por el mismo gobierno a quien él le canta loas?
Porque Silvio Rodríguez puede entrar y salir de Cuba cuando quiera y como quiera. Es una gracia que le ha sido concedida por su arte y, sobre todo, por su ciego e incondicional apoyo al gobierno de Fidel Castro.
“A mí no me parece mal que mis canciones estén ligadas a la Revolución. Hay cosas peores a las que estar ligado en esta vida, que a una revolución que, aunque haya tenido errores, se lo ha jugado todo por lo que menos tienen”, dijo a la BBC en 2005.
El asunto es que Silvio Rodríguez nunca les dio mucha importancia a esos “errores”.
Hoy todo cubano tiene que pedirle permiso al gobierno para salir del país. El costo de los trámites está solo al alcance de los más privilegiados. Muchos pedidos son negados. Y si el viajero no regresa en 11 meses, el Estado puede confiscar sus propiedades.
“La política de la Revolución, si alguien quiere salir de nuestro país para otro país, si le dan permiso de entrada en ese otro país, es autorizarlo a que salga. Nuestro país no prohíbe que ninguna familia emigre, porque construir una sociedad revolucionaria y justa como el socialismo es una decisión voluntaria y libre”, dijo Fidel Castro en diciembre de 1999.
Mentía.
Son muchos los cubanos que no pueden salir de Cuba, aunque sus historias se conocen poco.
Uno de los pocos casos con cierta difusión es el de la neurocirujana Hilda Molina, a la que el régimen le impide viajar a Argentina, donde viven su hijo y sus dos nietos. Hace 14 años que Molina no puede ver a su hijo. A sus nietos nunca los ha tenido en brazos.
La doctora Molina renunció hace 15 años a la dirección del Centro Internacional de Restauración Neurológica de Cuba tras distanciarse de la Revolución. Entonces el régimen la relegó al ostracismo y la sutil tortura a la que somete a los que no comulgan con su credo. Molina vive hoy en un departamento paupérrimo, no tiene ingresos y sobrevive del dinero que le manda su hijo desde Buenos Aires.
El propio Silvio Rodríguez dijo en febrero de 2008 que “el permiso de salida y de entrada debería abolirse completamente”. Pero nada ocurrió.
Poco después en marzo de 2008, el entonces canciller Felipe Pérez Roque dijo: “Tenemos firme nuestro compromiso de hacer cada vez más fluida la relación entre los cubanos que residen en el exterior y Cuba, y hacer cada vez más expeditos los trámites y las regulaciones sobre este tema”.
Pero hace unas semanas Pérez Roque fue destituido sin que se sepa por qué. De un día para otro, y en forma misteriosa, dejó de ser un héroe para ser un traidor, como Hilda Pérez. Mientras tanto, los impedimentos para salir de Cuba siguen tan vigentes como siempre. Y Silvio orgulloso de cantarle al régimen.
Hace apenas unos días, el 30 de abril, Amnistía Internacional (AI) denunció el caso de Edgard López Moreno y su familia, a quienes se les impide salir de Cuba por ser disidentes. Según Amnistía, a Moreno le han dicho que "si quiere conseguir alguna vez un visado de salida, debe poner fin a sus actividades políticas”.
"La denegación del visado de salida a Edgard López no sólo viola el derecho universalmente reconocido a salir de tu propio país, sino que constituye además una medida innecesariamente punitiva por el ejercicio pacífico de su derecho a la libertad de expresión y asociación", dijo AI. Y criticó que el gobierno de los hermanos Castro utilice "la denegación de visados de salida como medida punitiva contra críticos y disidentes (…) Cualquier persona que ejerza de forma pacífica su derecho a la libertad de expresión, asociación y reunión y se oponga al gobierno corre peligro de ser privada de su derecho a la libertad de circulación".
A Yoani Sánchez se le impidió salir de Cuba para recibir el premio Ortega y Gasset 2008 de Periodismo Digital. A las Damas de Blanco, madres y familiares de los presos políticos, y al líder opositor Oswaldo Payá se les prohibió salir de la isla para recibir el Premio Sajarov que les otorgó el Parlamento Europeo en 2005 y 2002, respectivamente.
¿Por qué los cubanos se quieren ir de Cuba? El informe 2008 de Amnistía Internacional da algunas pistas: “La libertad de expresión, asociación y circulación continuó sometida a graves restricciones”, dice. Agrega que “al menos 62 presos de conciencia seguían en prisión, y disidentes políticos, periodistas independientes y activistas de derechos humanos continuaron sufriendo hostigamiento, intimidación y reclusión”.
Denuncia que otros 13 presos de conciencia cumplían sus condenas fuera de prisión por motivos de salud y que “se siguió utilizando el sistema de justicia penal para silenciar a disidentes políticos y personas críticas con el gobierno”.
Y eso no es lo peor. Cuenta AI que numerosas personas, no se sabe exactamente cuántas, son apresadas y condenadas en Cuba acusadas de una “figura predelictiva” llamada “peligrosidad social”. ¿Qué quiere decir? Que aquellos considerados “proclives” a cometer un delito son encarcelados.
Y eso tampoco es lo peor. Denuncia Amnistía que la figura “predelictiva” de la “peligrosidad social” se aplica “de forma casi exclusiva a disidentes políticos, periodistas independientes y personas críticas con el gobierno. Las personas condenadas por ‘peligrosidad social’ se enfrentaban a penas de hasta cuatro años de cárcel y podían ser sometidas a medidas ‘terapéuticas’, ‘reeducativas’ y ‘de vigilancia por los órganos de la Policía Nacional Revolucionaria’”.
Cuenta Amnistía el caso de José Oscar Sánchez Madan condenado a cuatro años de cárcel por ‘peligrosidad social’: “El juicio tuvo lugar sólo cuatro horas después de su detención, y a ningún familiar se le informó de su celebración ni se le permitió participar en él”. Sánchez Madan es un disidente político.
Su caso dista de ser excepcional. Denuncia la organización defensora de los derechos humanos que en Cuba se sigue “hostigando” a opositores y periodistas.
“Algunos quedaban en libertad después de estar detenidos durante 24 o 48 horas, pero otros permanecían en prisión durante meses o incluso años en espera de ser juzgados”.
¡Y Silvio Rodríguez se queja de que no pudo ir al cumpleaños de Pete Seeger en Nueva York!
En 2003, la dictadura de Castro desató una ola de represión que llevó a condenar a penas de hasta 28 años de cárcel, en juicios bochornosos, a 75 opositores políticos. Además, en un alarde de crueldad al mejor estilo Pinochet, el régimen hizo fusilar a tres desgraciados que, en su afán por escapar de la isla, secuestraron un barco para fugarse.
Luego de esos hechos, el escritor portugués José Saramago, comunista histórico, anunció que dejaba de apoyar al gobierno de Cuba.
“Disentir es un derecho que se encuentra y se encontrará inscrito con tinta invisible en todas las declaraciones de derechos humanos pasadas, presentes y futuras”, escribió. “Disentir es un acto irrenunciable de conciencia. Puede que disentir conduzca a la traición, pero eso siempre tiene que ser demostrado con pruebas irrefutables. No creo que se haya actuado sin dejar lugar a dudas en el juicio reciente de donde salieron condenados a penas desproporcionadas los cubanos disidentes”.
Y sobre los fusilamientos agregó: “Secuestrar un barco o un avión es crimen severamente punible en cualquier país del mundo, pero no se condena a muerte a los secuestradores, sobre todo teniendo en cuenta que no hubo víctimas. Cuba no ha ganado ninguna heroica batalla fusilando a esos tres hombres, pero sí ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones. Hasta aquí he llegado”.
También Eduardo Galeano criticó al régimen, aunque en forma mucho más tibia y timorata. “Las prisiones y los fusilamientos en Cuba (…) son muy malas noticias (…) noticias tristes que mucho duelen”.
Pero en 2005, cuando ya se habían enfriado los cuerpos de los fusilados pero los presos políticos seguían pudriéndose en las cárceles, Saramago y Galeano y otros 150 intelectuales “progresistas” (Benedetti, Sabina, Manu Chao, entre ellos) firmaron una declaración para evitar que Cuba fuera condenada en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.
Dijo Bertolt Brecht que cuando la hipocresía es de muy mala calidad es hora de comenzar a decir la verdad. Esa es la materia pendiente de la izquierda latinoamericana respecto a la dictadura cubana.
¿Desde cuándo hay razones que justifican los presos políticos?
¿Desde cuándo el fin, cualquier fin, es excusa para avasallar los más elementales derechos de las personas?
¿Desde cuándo se puede ser cómplice de un tirano y “progresista” al mismo tiempo?
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