Casi 20 años pasaron desde aquel lejano 3 de mayo de 1991, cuando tocaron en vivo por primera vez. Pero la banda, concebida en Facultad de Arquitectura, no se olvida de esos tiempos. Pasaron discos de Oro y Platino, entradas agotadas en el Cine Plaza y en el Teatro de Verano, y enormes ansias y disfrutes en varias ediciones del Pilsen Rock.
Con todo ese peso en la espalda, hace un par de años La Trampa tomó un nuevo camino musical, y desde entonces fue consecuente con su nuevo estilo sobre el escenario. La prueba estuvo en marzo de este año, cuando en Durazno optaron por un show que poco tenía que ver con los anteriores.
Este viernes y sábado tocarán en La Trastienda, ante unas 780 personas cada noche. Es que, según dijo Garo Arakelian, lo único que les interesa es volver a tocar para públicos reducidos, como en el comienzo.
¿Por qué eligieron tocar en un lugar chico como es La Trastienda, en comparación a lo que están acostumbrados desde hace unos años?
La Trampa tiene bastante más años que los shows grandes en Uruguay. Nos movimos años, años, años en el under, cuando no existía ni siquiera la posibilidad de imaginar otra cosa que el under. Cuando en el dos mil y poco comenzaron los eventos multitudinarios, nosotros teníamos muchísimo background histórico, estábamos bien parados.
¿Cómo se sintieron en ese momento?
Nos sumamos a una nueva modalidad de vincularnos con el público, pero en realidad ahora queremos volver a tener instancias de tocar en lugares chicos, que es lo que más hemos hecho en nuestras vidas.
Cuando reviso las fotos de todos los años que tiene La Trampa, lo que más encuentro son shows en boliches. Es un poco volver a lo mismo, prescindiendo de los shows organizados por terceros, porque una cosa son los toques que produce la banda y otra cosa es la banda al servicio -por decirlo de alguna forma- de una organización que responde a una iniciativa de una marca.
¿Y por qué volver a lo mismo de antes?
Es una modalidad donde nosotros nos sentimos muy cómodos, no es un lugar donde recalar.
Una de las cosas que le pasó a Montevideo es que no hay lugares medianos para tocar. La Trastienda lo que hizo fue generar un espacio intermedio.
¿Cómo evalúan el sonido del lugar?
Yo voy con esta cabeza: si va a tocar Babasónicos –que es una banda cara, digna, profesional-, yo tengo que sonar. Si hay un problema, tengo que considerar que es mío.
¿Cambia el planteo del show dado que es para menos de mil personas?
En algún aspecto sí. Pero por ejemplo, en el Pilsen Rock una de las cosas que hicimos fue no entrar en la complacencia absoluta con la gente: por momentos el público quedó descolocado, incluso nuestros seguidores. Fue una forma de presentarles las cosas no como ellos querían, yendo un poco en contra de esa modalidad de que “todo es agite y pogo”.
¿Pero pensás que la gente esperaba eso de La Trampa en Durazno?
No, en general no. Cada vez que hicimos esas instancias riesgosas, en cierta medida nos pusimos en contra de alguna parte de la gente; pero con eso llegamos naturalmente a estos lugares que no están hechos para la masividad o las banderas. Ya lo ensayamos en el lugar más difícil que fue Durazno.
¿Y cómo sienten que les salió?
El agite paradigmático de La Trampa lo hicimos a una guitarra tipo folk y acústico, después de eso podemos hacer lo que queramos con nuestra obra, sin pedirle permiso a nadie.
En general, más allá del Pilsen Rock, ¿creen que al público le gustó el cambio?
Uno no es docente y no debería tener carga moral en el arte. Lo que sí tengo es ética artística. No importa lo que al público le pase: lo que sí importa es que la gente que queda, te valora por lo que hacés hoy y no por la caricatura de lo que fuiste hace 10 años. Pasa por defender el presente y no complacer: una banda de rock no debería responder como si fuera canto popular, aunque sea un artista popular.
Justamente, hace pocos días La Trampa recibió un reconocimiento “popular” en los Premios Graffiti. El público la eligió como la banda con el mejor álbum de 2008 por “El mísero espiral de encanto”.
Garo Arakelian tomó la palabra y sentenció: “este es el premio más maldito de todos”.
¿Por qué maldito?
Por experiencia, lo que pasa en Uruguay con los artistas vinculados al rock que se convierten en populares es que, inmediatamente, la mayor parte de los formadores de opinión empiezan con un ejercicio de denostación y descalificación a todo lo que es masivo, solamente por serlo, sin hacer ningún otro tipo de análisis, no se profundiza en absolutamente nada. La popularidad está asociada en Uruguay a algo negativo.
¿Capaz que la mochila de La Trampa pesa más porque nació siendo under y pasó a ser masivo?
Nosotros venimos desde el mundo under, mucho más under de lo que hoy alguien que se califica como under puede llegar a serlo. Cuando no había otra opción de nada. Y llegamos a un lugar de híper popularidad, y esa misma popularidad dijimos, “tomá, te la regalo, no la quiero”.
¿Qué es lo que cambió en La Trampa de hace 18 años a la de hoy?
Hablo en primera persona porque soy el único que está desde el comienzo. Lo que se mantiene es que si uno toma una decisión y hay parte del público que te empieza a odiar, bueno, no importa. Tampoco por obtener una ganancia de ningún tipo o una gratificación también promuevo algún tipo de decisiones.
¿Qué planes tiene la banda?
Tocar. A mí me interesa muchísimo volver a tocar en lugares chicos, hacer lo que siempre hicimos. Me encantaría que no siguieran cerrando los boliches donde tocan bandas en Montevideo. Personalmente no quiero tocar más en el Teatro de Verano por un buen tiempo.
No vamos a hacer otro disco ahora, ni tampoco un DVD, no estoy ni ahí con eso, es una modalidad que no me convence. Es un recurso de los sellos discográficos, porque ahí lo que está es la reiteración de la fórmula: es un disco más.
En los show de este fin de semana los acompañará como segunda guitarra Laura Romero, de Vendetta, como en los últimos toques de la banda.
¿Qué encontraron en ella?
Cuando le sugerí a la banda que quería otra guitarra -por primera vez en la historia de La Trampa- ya quería que fuera Laura. Hoy está como invitada permanente.
La conozco cómo toca, la oreja, cómo entiende las cosas. Por otro lado, me pareció importante bajar el nivel de testosterona del rock uruguayo: en un momento fue importantísimo para marcar una impronta y avanzar con las virtudes que tiene el ser varón en un medio difícil, hacía mucho tiempo que eso no estaba dando ningún mensaje ni estaba haciendo que el rock sea más rock. Ella aporta lo sensible desde arriba del escenario y también regula el grupo humano.
¿Por qué eligieron a Eté & The Problems como teloneros?
Además de que nos gusta mucho la banda, sentimos que nuestra generación tiene como un debe: como esos padres que le transmiten a los hijos una forma de hacer las cosas y los niños dicen “cuando sea grande no voy a ser como mis padres”, pero terminan haciendo lo mismo. La nueva es una generación que está voluntariamente desconectada de las cosas que están pasando y eso está mal. No se trata de hacer favores ni de abrir espacios, se trata de compartir. Uno no lleva a alguien para darle una mano, no es ese el punto, es que hay que escuchar a las bandas nuevas aunque haya 20 años de diferencia. Mi generación no recibió nada de la anterior porque empezamos de cero. Queremos compartir cosas, que fue lo que a nosotros no nos pasó cuándo éramos chiquilines.